viernes. 29.03.2024

Puigdemont no es como Machado, con la venia de Pablo Iglesias

Escultura de Antonio Machado en C/ San Pablo. Baeza (Jaén). Obra de Antonio Pérez Almahano

A Pablo Iglesias le han entrevistado en Salvados Evolé y Gonzo. Esas entrevistas que le catapultaron al inicio en su asalto a los cielos, le hacen ahora bajar de su nube al obligarle a poner los pies en la tierra. No cabe aguardar desde luego que medie ninguna matización, por muy humano que sea lo del errar. Para Iglesias el ejercicio de autocritica siempre queda preterido a un futuro incierto, porque suele tropezar con el insalvable obstáculo de su propia imagen y eso le hace incapaz de articular la más mínima rectificación a unas declaraciones claramente desafortunadas.

Comparar las penalidades de Puigdemot con el exilio republicano que huía del franquismo y era perseguido a muerte por una dictadura, más que una comparación odiosa, se antoja una licencia retórica particularmente ofensiva. En una luminosa columna titulada Por no callar, Manuel Vicént nos recuerda cómo cruzó la frontera un atribulado Antonio Machado que había de morir a los pocos días. Además de recordar al gran poeta, en mi caso particular sentí agraviada la memoria de mi abuelo paterno.

Como a tantos otros compatriotas que devinieron apátridas, en su exilio republicano a mi abuelo nadie le alquiló una suntuosa mansión para recibir visitas, tras tener que abandonar a su familia para no ser fusilado. Le internaron en un campo de refugiados argelino y al acabar la Segunda Guerra mundial se afincó en Orán, de donde tuvo que volver a marcharse por otra contienda bélica. En París intentó rehacer de nuevo su vida. De aquella época recuerdo su minúsculo restaurante y su modesto habitáculo en un altillo del pequeño local. Atrás había quedado un patrimonio que ningún gobierno le ayudó a reivindicar.

Me preguntaba que le podrían decir los exilados republicanos al vicepresidente segundo de mi gobierno. Falta saber sí también es el suyo, su gobierno, quiero decir. Pues a pesar de integrarlo, muestra una enorme deslealtad hacia su socio gubernamental mayoritario, al que pretende presionar desde los medios para reorientar los acuerdos ya suscritos, como si se pudiera estar en misa y repicando al mismo tiempo. Estar en el Ejecutivo repitiendo que lo hace por no fiarse del partido socialista, es una curiosa manera de gobernar, pretendiendo estar al plato y a las tajadas. Te apuntas los aciertos y endosas los errores al socio. Negocio redondo.

Cuando articula su discurso, Iglesias propende a comenzar con una reveladora muletilla. Me refiero a esa de “la gente comprende que…”, erigiéndose así en portavoz del pueblo. Sin embargo, él no logra comprender por qué sigue perdiendo más votos en cada nueva contienda electoral. Para explicárselo a sí mismo nunca decide mirarse al espejo. Si ya no tiene a mano ningún traidor para endosarle la culpa, porque los ha expulsado a todos de su vera, decide que no ha sabido comunicar bien, lo cual contrasta sobremanera con su hondo conocimiento de cuanto piensan los demás.

Quizá incluso llegue a identificarse de alguna manera con Puigdemont, con el supuesto ex-Presidente, no ya de la Generalitat, sino de la efímera Republica Independiente Catalana. Después de todo, una vez abolido el Régimen del 78 con su monarquía parlamentaria, ¿quién podría presidir la III República española? ¿No sería simbólico que lo hiciera el segundo Pablo Iglesias? La homonimia con el fundador del PSOE ha hecho creer hace poco a nuestro vicepresidente segundo que le habían dedicado una calle.  Se ve que las avenidas deben esperar todavía un poco.  

Este segundo Pablo Iglesias es el rey indiscutible de las medias tintas y en ese terreno nadie le puede disputar su cetro. Lo malo es que tanta tinta de calamar acaba por emborronarlo todo. Utilizar los muy criticables desmanes del rey honorífico como ariete contra la monarquía parlamentaria e hilar esto con una defensa de Puigdemont por no prestarse a “criminalizar el independentismo”, refleja un funambulismo impropio de un avezado politólogo cuya verdadera vocación es la docencia universitaria.

De los cinco fundadores de Podemos, Unidas Podemos tan sólo conserva uno y a este paso se puede convertir en una marca familiar con un sequito cada vez más reducido. Por eso parece muy inapropiado reivindicar la similitud onomástica con el fundador de un partido ya centenario y cuya militancia eligió a su actual dirigente contraviniendo el parecer de sus cuadros, muy al contrario de lo que sucedió en el tercer Vista Alegre con una candidatura única propuesta por quienes controlan la formación.

Podemos hubiera podido regenerar nuestro panorama político y dinamizar a la izquierda, pero su obsesivo calculo electoralista le granjea pésimos resultados. Tras mermar en las Cortes Generales y Madrid, desaparecer en Galicia y bajar en el País Vasco, cabe pronosticar un batacazo en Cataluña, por mucho que se aspire a obtener unos escaños fundamentales para una coalición de izquierdas. Pero ese lógico nerviosismo electoral no justifica una comparación tan infeliz y de la que debería retractarse. Los electores preferirán optar por quienes definen mejor sus posiciones y no se refugian tras las medias tintas.

Decididamente la suerte de Puigdemot y Antonio Machado no es comparable, como no lo son el fundador del PSOE y quien cofundó Podemos, por mucho que se llamen igual. Conviene no confundir sus respectivos legados.

Puigdemont no es como Machado, con la venia de Pablo Iglesias