jueves. 28.03.2024

Política sin epopeyas ni héroes homéricos

El derecho al voto es aquel que nos permite acceder a muchos otros derechos y al que renunciamos indirectamente al no ejercerlo.

El derecho de voto es un derecho que nada ni nadie puede quitar a los ciudadanos (Jean-Jacques Rousseau)


En realidad la política es ante todo el arte del diálogo y la deliberación. Se trata de convencer a quien afortunadamente no piensa como uno para partir las diferencias y consensuar acuerdos que puedan solucionar problemas en lugar de crearlos. Mantener de antemano que no se hablará con unos u otros es justamente lo contrario al quehacer político y está fuera de lugar.

Nuestra juventud se siente burlada. Les hemos robado su futuro. Estamos esquilmando el planeta y, al agotar sus recursos naturales, podemos hacer que resulte inhabitable. Antes de conquistar el espacio exterior, deberíamos concentrarnos en preservar nuestros ecosistemas y dejar a la naturaleza seguir haciendo su trabajo: preservar las condiciones que nos permiten vivir a los humanos, la fauna y las plantas.

Los jóvenes también se ven marginados de nuestro sistema social. No se cuenta con ellos a la hora de diseñar los planes educativos o estabilizar un mercado laboral cuya precariedad lo hace insostenible, al no permitir tener un empleo estable ni hacer planes a medio y largo plazo. Hemos alentado su conformismo, porque no pueden comparar su situación con las que hemos conocido los demás al tener sus mismos años.

Lejos de verse recompensados, el empeño y el afán de superación, casi se ven vilipendiados. ¿Para qué sirve dedicar años al estudio, si finalmente tienes que servir copas o trabajar en una empresa de mensajería? Acumular masters e idiomas puede ser incluso un obstáculo para conseguir ese tipo de mini-trabajo precario que prolifera cada vez más. ¿No es preferible hacerse famoso y que te paguen sin más por seguir cuanto haces en las redes? 

Corren malos tiempos para una moral del esfuerzo que se ve caricaturizada como algo propio de otra época. El dinero permite consumir y estar a la moda. Cómo conseguirlo es lo de menos. Hay que ser un ganador y no un perdedor. A uno le puede ir mejor, si no se muestra solidario con esos debiluchos enfermizos que incluso molestan con su mal aspecto a la gente guapa.

La campaña electoral de las elecciones madrileñas del 4M ha saltado por los aires y se ha convertido en otra cosa. El ambiente ya estaba caldeado. Llevamos mucho tiempo padeciendo una crispación política que acapara los debates públicos y orilla los argumentos en aras de las descalificaciones. A los jóvenes todo esto les parecen batallitas de sus antepasados y por eso entiende que la cosa no va con ellos. Que los bandos y las ideologías no van a ninguna parte. Prolifera el abstencionismo.

Entretanto los problemas cotidianos quedan preteridos y los medios de comunicación pugnan por la búsqueda del titular más impactante. Con esta dieta política e informativa peligra nuestra cordura comunitaria. Su toxicidad impregna nuestro sistema cognitivo y lo desequilibra, tal como las dietas poco saludables propenden a desestabiliza paulatinamente nuestra macrobiota intestinal y quebrarnos la salud, tanto física como mental.

Debemos afrontar juntos grandes desafíos. Para empezar la pandemia y todo lo que ha puesto de relieve, las desigualdades y la insolidaridad. Acierta una vez más Victoria Camps al hablarnos ahora de los cuidados. En estas circunstancias tendríamos que tener a cuidarnos mutuamente para salir airosos del trance y diseñar un horizonte más halagüeño.

No necesitamos héroes homéricos ni campeones de granes causas. En estas elecciones no hay que optar por grandes palabras como Libertad o Democracia ni otras por el estilo. Plantearlo en esos términos es un insulto a la inteligencia. Tampoco es hora de vetar a nadie. Otra cosa es que alguien se autoexcluya voluntariamente con sus palabras o acciones..  

Por supuesto, no hay que menospreciar las execrables amenazas de muerte remitidas a ciertos cargos públicos y mucho menos banalizarlas diciendo que por algo todos los políticos llevan escoltas, como si esto fuera lo suyo. Este tipo de discursos descalifican a quienes los emiten y debería tener su costo en las urnas.

Tenemos que optar por quienes deben gestionar los recursos públicos y tomar decisiones que nos afectan a todos. Desconfiemos de aquellos que pretendan protagonizar una epopeya y presentarse como nuestros paladines contra un enemigo diabólico.

Reparemos en las trayectorias personales y profesionales de los candidatos. ¿Qué han hecho antes de oficiar como políticos para ganarse la vida? Si han hecho de la política su profesión, difícilmente podrán compartir nuestros problemas, Pero si han ejercido por ejemplo como médicos o docentes, eso les permite comprender nuestras penalidades e inquietudes.

Pensemos en los más jóvenes. No pretendamos arrastrarles a las urnas para salvar el mundo del desastre universal. Intentemos convencerles de que hay mucho en juego y que la opción entre uno u otro modelo de gestión puede contribuir a mejorar o empeorar su ya incierto futuro.

Calibremos el compromiso con la gestión pública que han mostrado aquellos a quienes debemos votar. Qué han hecho, si ya han gobernado. Qué alternativas proponen, de haberlo hecho hasta el momento. Las cortinas de humo no deben obnubilarnos.

Aparquemos las etiquetas y la gigantomaquia. Descendamos al terreno de lo concreto, de todo aquello que puede cambiarnos la vida por incidir en lo más cotidiano. Pensemos en cosas tales como asistencia, educación, sanidad o trabajo. Olvidémonos de las grandilocuentes batallas dialécticas que marginan a los ciudadanos corrientes y molientes.

El derecho al voto es aquel que nos permite acceder a muchos otros derechos y al que renunciamos indirectamente al no ejercerlo. La Política con mayúsculas requiere de políticos que no pretendan acaparar el protagonismo inherente a los ciudadanos. No precisamos epopeyas ni héroes homéricos. Tan sólo gentes con vocación y espíritu de servicio para gestionar la esfera pública.

Política sin epopeyas ni héroes homéricos