jueves. 18.04.2024

Iglesias y el desgaste del poder

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Pablo Iglesias parece creer que ha encontrado una fórmula mágica para no desgastarse en el ejercicio del poder. Formar parte del gobierno como si estuviera en la oposición y en realidad no estuviera, salvo cuando le interesa presumir de algún logro puntual para engrosar su medallero particular.

Estoy seguro de que la estratagema en cuestión debe funcionar entre su sequito de Ministros y Ministras, Jefes y Jefas de Gabinete, Secretarios y Secretarias de Estado, Directores y Directoras Generales, parlamentarios y parlamentarias, cargos del partido u otros adeptos por el estilo. Pero no es tan obvio que tal estrategia coseche aplausos extramuros y tampoco está claro hasta cuándo puede tensarse la cuerda con su socio gubernamental mayoritario.

Casi da impresión de que, si le mantienen dentro del gobierno, es para realzar la categoría de sus otros miembros, porque cualquiera puede pasar por un gran estadista comparado con tamaña irresponsabilidad. Así que, después de todo, quizá cumpla con una función eficaz para la estabilidad gubernamental.

Intentar vender a los ciudadanos (vale decir potenciales electores) que las cosas irían mucho mejor y más rápido si tuviera mando en plaza. Esto podría denotar que no lo tiene y por lo tanto sería una triste figura decorativa. Pero por supuesto su mensaje pretende ser otro. Se trata de supervisar a quien puede tener aún más poder, por mera representatividad, para que lo ejerza bajo su paternalista tutela.

Casado e Iglesias han vuelto a votar lo mismo por distintos motivos, absteniéndose ante la Ley Zerolo. Ambos manifestaban así su leal oposición al Gobierno. Lo anómalo es que uno es vicepresidente del ejecutivo

Este método ya se puso a prueba dentro de su formación política. Es aconsejable visionar la instructiva película de Fernando León  de Aranoa titulada Política, manual de instrucciones.  Allí se ve la génesis de un proyecto político que contaba con ciertos actores y unas determinadas reglas de juego. La suerte corrida por los cofundadores no hace falta recordarla. Eso mismo vale para los círculos que fueron dimitiendo en bloque para denunciar el excesivo control de sus dirigentes y fueron relevados por gentes que han visto premiada su docilidad. Quien se movía sin permiso dejaba de salir en la foto y era borrado del censo por delito de lesa majestad.

Casado e Iglesias han vuelto a votar lo mismo por distintos motivos, absteniéndose ante la Ley Zerolo. Ambos manifestaban así su leal oposición al Gobierno. Lo anómalo es que uno es vicepresidente del ejecutivo. Sin embargo, luego se lanzan bochornosas invectivas en sede parlamentaria, intentado que las hazañas de uno sepulten las del otro. La lealtad brilla por su ausencia en ambos casos.

Mientras uno reniega de quienes le catapultaron a la presidencia del PP, mostrando poco agradecimiento hacia sus valedores. El otro asume un doble rol que sólo aplaude su guardia pretoriana, pero deja perplejos a todos los demás. ¿Qué haría uno u otro Pablo sin su tocayo? Se diría que se necesitan para oxigenarse mutuamente.

Cada vez que surge un reproche de cualquier naturaleza, el reflejo condicionado de Pablo Iglesias es justificar lo que sea sin matizarlo tan siquiera y echar balones fuera. En esto también tiene gran afinidad con Pablo Casado. Si se pierden unas elecciones o se destapa un escandalo, hay una conspiración contra su persona o su partido.

Ignoro si se dan por asaltados los cielos o sigue siendo una gran asignatura pendiente. Pero en cualquier caso Iglesias ha logrado entrar en el imaginario colectivo. Aunque quizá no lo haya hecho como el héroe político que finge ser ante su auditorio incondicional. En El mal de Corcira, Lorenzo Silva hace pensar lo siguiente a su protagonista:

 “Cada vez era menor la renta que tocaba cada vez más gente en proporción a la que, en el otro término, acumulaba un porcentaje cada vez más pequeño de manos. Había quien auguraba que esa contradicción clamorosa del capitalismo conduciría a su fatal implosión. Había quien con ese discurso llegaba incluso al Parlamento y se sentaba, airado y desafiante, entre los desconcertados padres de la patria. El cambio efectivo que eso iba a suponer no tardaría en verse, cuando la renta adquirida por esa vía alguno de esos presuntos revolucionarios se comprase un chalet y viajara cada noche en su coche de alta gama, pagados por otros y con chófer, de vuelta al hogar”.

Es una manera de pasar a la historia.

No cabe duda que Pablo Iglesias ha pasado a la historia sin sufrir ningún menoscabo en su imagen antes y después de su incursión el ejercicio del poder. ¿O no? 

Iglesias y el desgaste del poder