viernes. 29.03.2024

Fin de la alarma y desmadre juvenil

aglomeraciones pandemia
Foto: EFE

La tragedia de la libertad

Supongo que conocen el refrán, “sarna con gusto no pica”. Muchos jóvenes, ignorantes e irresponsables, parece que lo desconocen o les da igual contagiarse del virus mortal que nos acecha, creyendo que no es tan fiero el león como le pintan. Deben pensar, si es que piensan, que se trata de usar esa “libertad” errónea, que les han infundido, para abandonar el confinamiento y otras precauciones y divertirse... Y después, pase lo que pueda pasar, que les quiten “lo bailao”. Lo malo es que se lo quiten para no devolvérselo nunca más. La parca, que no es otra que la muerte, arrastra esa guadaña de marca Covid19. Lo “bailao y lo bebío”, parece que, en este país de charanga y pandereta, es lo más importante, y para eso recuperan la libertad que les ha robado, dicen influenciados por lenguas de doble filo, el gobierno social-comunista, conculcando sus derechos, metiendo tanto miedo, llevándolos durante más de un año al confinamiento.  Bailar y beber, no precisamente agua, aunque se bañen en fuentes públicas, y bailen al son de berridos, gritos y demás sonidos guturales que emiten por una boca libre de mascarillas, pegados unos a otros, y a otras (voy a ser inclusivo, porque en este caso tiene sentido por eso del morbo), incluidos torsos desnudos, pegajosos, amasados y contagiosos, remedando los roces, caderas y danzas a la “brasileira”. Y sabemos cómo están en Brasil por estas frivolidades propias del carnaval.

No estoy contra las ganas de diversión de una juventud, pero sí repudio las formas de diversión y de entender la juerga de una juventud alocada e inconsciente. Bien sé -porque joven he sido y juerguista donde los haya-, que divertirse es una de las actividades primordiales a esa edad, pero soy también consciente, por experiencia y por los cadáveres que han ido cayendo a mi lado, que hay un tiempo y un lugar para la diversión, y también para la reflexión, como lo hay para el estudio y el trabajo. Por eso me muestro en desacuerdo contra quien actúa inoportuna e irresponsablemente, como ha sucedido el pasado fin de semana en la Puerta del Sol de Madrid, y en otras capitales, Barcelona, Salamanca, Sevilla... Era el fin del estado de alarma, pero no el final de la pandemia. Espero que estas actuaciones alocadas de una juventud estúpida, no tenga funestas consecuencias, y nos veamos obligados a volver a las restricciones de las virulentas olas anteriores.

He buscado una explicación al desmadre de tales comportamientos, a las ansias de jolgorio, como si celebrásemos una nochevieja o el triunfo de mi equipo favorito, donde también hay que evitar su descontrol, no porque lo imponga la autoridad competente, sino por nuestra propia conciencia social. En esa búsqueda de argumentos a tanto desmán he dado con una razón que me parece importante, y que ha inducido a esos jóvenes a salirse de madre y a no respetar normas propias de este estado, que, pese a su gravedad, no deja de ser transitorio, como lo es la misma juventud. Esa razón no es otra que el trastoque de valores, y la tergiversación de conceptos, realizados por y desde los mandamás de la Comunidad de Madrid en su campaña electoral para conseguir votos. Una campaña donde los argumentos y la exposición de una gestión o un programa, han brillado por su ausencia, y en cambio, han difundido e infundido valores falsos con palabras que, si en un tiempo tuvieron su fundamento como dignificación de las personas, en sus derechos y deberes, en protesta por una opresión dictatorial, hoy, los nuevos dirigentes, herederos de esa dictadura, han vaciado de contenido, trastocándolo por la frivolidad que ha llevado a un comportamiento irresponsable y peligroso. Han teñido el término “libertad”, estado interno de conciencia y voluntad responsable -por citar el de mayores consecuencias nefastas-, de una virtud meramente externa, reverso de la misma moneda que es el vicio, confundiéndolo con hacer lo que me dé la gana. Esto es muy español, es el capricho que nos hace diferentes al resto de europeos. Por eso les debemos resultar atractivos, y por eso vienen a visitarnos, y de paso, imitarnos otros jóvenes allende nuestras fronteras, pues muchos de ellos -hay de todo en la Europa del señor- muchos de ellos, repito, también se dejan llevar por la superficialidad de hacer lo que les dé la gana, basando en esa voluntad insolidaria y egoísta su comportamiento.   

Esta actitud de desmadre a la “madrileña”, bailar como monos y beber como tinajas, y también muy española, pues todo lo malo se pega, y Madrid es España o está en España, ya yo no sé, puede acarrear malas consecuencias que afectarán de nuevo a toda la sociedad, trayéndola, una vez más, prolongada en el tiempo, por la calle de la amargura.

Igual que han salido a la calle ávidos de juerga y descontrol, en cuanto les han soltado el rabero, igual, supongo, habrán votado confundidos por una falsa dicotomía y por palabras hueras, que evocan tiempos pasados, donde esas mismas palabras o eslóganes tenían su sentido de dignidad y lucha. Su juvenil estado catatónico del descontrol se debe, a tenor de las actuaciones de algunos jóvenes inconscientes e irresponsables, a confundir conceptos y creer que, rebajadas las medidas de alarma, todo el campo es orégano, una vez pasada -que no es verdad- la pandemia. Ha pasado el estado de alarma, pero sigue el virus y el reto de superarlo, no solamente en el mundo, sino en España. Si España ha sido alguna vez “diferente”, como dijo el otro, ahora no lo es, inmersa en esta lucha contra la pandemia, como otras naciones. Y no puede ser diferente en comportamientos cívicos, en los que nuestros políticos, lejos de velar por el bien común, o dar cuenta de su gestión. confunden los términos para arrimar el ascua a su sardina, aunque para ello utilicen las falacias.

La libertad de uno acaba donde empieza la libertad del otro. Debe ser así si no queremos que “el infierno sea el otro”, como dijo Sartre, o como se dice vulgarmente: mi libertad acaba donde empieza la del otro. Y de la misma manera que uno no quiere que le coarten su libertad, tampoco debemos coartar la de los demás, menos todavía vulnerar o conculcar sus derechos, como es el derecho a la salud.

Igual que se les ha inducido a liberarse del confinamiento para hacer, en una errónea interpretación, lo que les dé la gana, y vayan a celebrarlo sin respetar las preceptivas medidas de seguridad, igual se les indujo a votar una falsa dicotomía, “socialismo o libertad”, confundiendo, repito una vez más, la velocidad con el tocino. Se trata de la eterna interpretación entre libertad de y libertad para... Entre “libertad negativa y libertad positiva”, de la que hablaba el filósofo y ensayista Isaiah Berlin.  No me voy a extender en esto, que sale de los límites de un artículo, solamente acabaré apuntando que la segunda libertad, la positiva, hace referencia a la autorrealización personal, a la capacidad del humano de ser dueño de su voluntad, poder controlar y determinar sus propias acciones, y forjar su destino conforme a unos valores universales admitidos por la sociedad. La negativa, por el contrario, lleva a la destrucción del propio individuo. Entre ambas, a menudo, se dan conflictos, y se pueden confundir generando ansiedad y otros comportamientos que en muchos casos la voluntad no controla o se escapan a la conciencia. Es la tragedia de la vida humana, a la que no debemos sumar otra tragedia. Quede dicho.

Fin de la alarma y desmadre juvenil