viernes. 19.04.2024

Ciudadanos, la ‘marca blanca del PP

Y como tal marca blanca, no es que sea igual, es peor que su marca registrada. Por sus obras les conoceréis. Tiempo al tiempo.

Alguien ha dicho -y como tal corre por la red- que “Ciudadanos es una manada de cachorros peperos surgidos de la FAES del Bigotes”, y a nadie escapa el sujeto, o los sujetos, que son varios los por tal apodo conocidos en sus ambientes de corruptelas y amiguismos. Dos son los principales, aunque hay otros muchos que para esconder su jeta se esconden tras el mostacho de uno u otro tamaño, según su gusto y condición. Enseguida al lector le vendrán dos a la cabeza: el ex presidente de gobierno, que cree en Dios pero no cree en el cambio climático, como su esposa, ex alcaldesa de una de las ciudades más contaminadas del mundo (la segunda de Europa después de Londres), que pensaba que la contaminación se arreglaba cambiando los monitores de lugar, llevándolos a parques sin más tráfico que los perritos y sus amos, para que los niveles dieran por debajo de la peligrosidad. Y el otro propiamente llamado por sus amigos de tramas corruptas “el Bigotes”, de nombre de pila y apellidos Álvaro Pérez, un frustrado cómico, sobrino del famoso Andrés Pajares. Este personajillo, amigo de montar tinglados y escenarios para satisfacer su frustración y llenar sus bolsillos y los de sus amigos, implicado hasta las narices en la trama Gürtel, nido de la corrupción del PP en Madrid que se extiende por toda España donde sacaron provecho hasta de la visita del Papa a Valencia, es otro elemento de careto semejante a su jefe y principal imputado, actualmente en la cárcel, el famoso Correa, de triste barba y canosa melena (las desdichas carceleras). Casi todos tenían algo en común, además del bigote o la barba, como otros muchos de ese partido gobernante, entre los que destaca el actual presidente. No tiene mayor importancia aunque sintomático es. Cada cual es muy suyo para mostrar como le parezca su cara, sea llevando barba, bigote, pendientes, tatuajes o “pirsins”, y uno piensa que tal vez haya quien los lleve por gracia, por moda, por “look” o porque le sale de... la cara, y otros porque tengan algo que ocultar. Y es que uno, acostumbrado a rememorar las caretas de los antiguos actores teatrales que ocultaban su personalidad para prestársela al personaje en cuestión, tiende a pensar que quizá a estos sujetos les suceda lo mismo, es decir, que traten de representar o aparentar lo que no son, como se ha demostrado; es decir, honradez a la hora de manejar dineros ajenos; verdad en sus promesas y declaraciones; sobres que iban y venían sin ser carteros sino carteristas; generosos en regalos de boda fueran o no invitados; coches de alta gama para viajes de altos vuelos; vestidos, y complementos para resaltar su guapura y belleza, como espejo del alma... Prestos a aparecer entre oropeles y escenarios de inauguraciones y festicholas... Tinglados a los que era tan aficionado el susodicho familiar del susodicho buen actor y mediocre humorista. Y uno, que vive acorde los tiempos, acostumbrado al imperio de la imagen, que vale más que mil palabras como dice el dicho, observa que tales pelambres ocultaban aviesas y avaras intenciones, y como no podían salir a la palestra a cara descubierta, por si se les notaba, se refugiaban en bigotes y barbas, caretas permanentes, al fin y al cabo.

Todos sabemos a estas alturas cómo se ha manejado y nos ha manejado el Partido Popular, hoy más partido, y menos popular que nunca, que hasta alguno de sus relevantes miembros ha declarado que muchos de sus militantes se avergüenzan de pertenecer a él. No me extraña. También su nacimiento es fruto de una remodelación ante el peligro que amenazaba por la izquierda, un PSOE que avanzaba y un Partido Comunista que se mantenía; ambos, apoyándose mutuamente, desbancaban del poder a la derecha (con Fraga y su Alianza Popular, fracasada en las primeras elecciones), y al centro de toda la vida, amalgama de partiditos que trataban de ser más demócratas que nadie  formando la UCD (una bolsa de gatos), cuando entonces todavía se podía expresar esta diferencia más o menos visible entre izquierda y derecha. Disueltas ambas agrupaciones de centro-derecha y derechona, por carecer de ideología, con el objetivo de contrarrestar el poder de la izquierda, decidieron fundirse, “renovarse”, y aparecer como un auténtico partido que olvidando la derecha de tan mala prensa, pretendía aglutinar en el centro a todos los españoles “bienpensantes” para evitar extremismos y laicismos, y qué sé yo cuántas cosas más si seguían gobernando los “rojos”, aprovechando que también algunos de ellos iban tras la zanahoria de la corrupción. Así nació, de esa rémora fanquista, el Partido Popular, con un presidente honorífico permanente, y superviviente de la dictadura, Fraga Iribarne, y otros ejecutivos que buscaron y no duraron, hasta que llegó con su bigote y su halo de presidente castellano viejo, el señor Aznar desde Valladolid, para por fin, decaído el PSOE, recuperar el poder perdido y ansiado. Era el momento. Distinto collar para el mismo perro. También traía desde su mismo origen y arrastraba su corruptela “provinciana”, como era el llamado “caso Naseiro” -semejante al caso Bárcenas, aunque muy tapado-, pero gracias a toda una campaña propagandística y de desprestigio del contrario, ganó por fin el PP, en comandita con el Pujol de siempre y sus chanchullos de siempre. Quizá entonces muchos votantes no cayeron en la cuenta del cambio de collar. Y el señor del bigote se impuso y puso en boca de todos eso de “España va bien”. Una vez más, otro bigotito había salvado España. Y España se fundía, por fin, en un bipartidismo como los demás países, tomaba como ejemplo de democracia moderna a quienes imitaba y rendía pleitesía y apoyo incondicional, los EE UU.

A mí, que no tengo bigote, ni barba, y como la mayoría de los españoles, ni un pelo de tonto, me causa cierta sospecha que un partido emergente esté tan apoyado -hay otros y no cuentan con ese apoyo- por los grandes medios de comunicación, y presenten a sus principales dirigentes a cara descubierta, sin bigote, sin barba -algunos son imberbes todavía- y con cierta dosis de armonía y belleza en sus rostros, y un discurso de palabras ambiguas y programas difusos que parecen distintos a los barbudos, pero cuyas actuaciones son parejas y en comandita. Aparentan ser un nuevo partido, moderado y progresista (contradictorio), que pretende luchar contra la corrupción (y se alían con el corrupto), y se presentan como neófitos en política... La imagen que pretenden dar: producto nuevo, revolucionario, limpio, que lava más blanco que el anterior... pero su mensaje e ideología son los mismos del liderado por los bigotes, pero afeitado, resultado de una operación de marketing.

PARTIDO DE REMIENDOS

Los españoles que, teniendo o no barba y bigote, no tienen un pelo de tontos -y espero que así sigan y no le den gato por liebre- saben de dónde vienen estos cachorros de nuevas generaciones de políticos; por la “supervecina” de esta corrala llamada Internet todo se sabe, que por algo estamos en una aldea global, donde las vecinas hablan de todo, y ya deben saber su lugar de procedencia: de falangistas, tránsfugas, xenófobos, extremistas, en fin, gentes de pensamiento único, a los que por algo les gusta rememorar eso de la España una, grande, y libre (tendrá sus excepciones, no lo dudo, que confirman la regla, ingenuos apuntados pensando en cambiar algo). Claro que estas cosas no se dicen o no las dicen los medios controlados por lo que algunos compañeros articulistas denominan el “establishment”, que no es otra cosa que la élite que maneja el poder y el dinero, y trata de inculcar en la sociedad una opinión pública afín a través de sus medios. Dicha élite nunca puede ser de izquierdas, claro, ni siquiera demócrata (pero debe aparentar serlo a su pesar), iría contra sus principios, que no son otros que la acumulación de poder y riqueza a costa del sudor ajeno. Y para que haya sudor del que aprovecharse, hay que aparentar ser lo que no se es, no por altruismo, sino por egoísmo, por lucro personal y material, pues se saben en minoría, y son conscientes de que si la mayoría se rebela o cae en la cuenta del engaño al descubrir sus caretas, pueden caer de su pedestal, como ha sucedido en más de una ocasión a lo largo de la historia.

En la venta de esas apariencias de la élite poderosa, juega un papel fundamental la propaganda, la publicidad, y las operaciones de imagen. Cuando un producto está en decadencia, como ocurre con el PP, hay que inventarse otro que atraiga clientes, compradores fieles que, siguiendo el mismo camino, creen adquirir un producto nuevo y mejorado. Eso es el nuevo partido “Ciudadanos”, surgido en Cataluña y extendiéndose a todo el país. Es mejor invertir -el mayor provecho con la menor inversión, base de la economía, cuenta sobremanera en el “establishment”- invertir, digo, en un nuevo partido que en remozar el que está cuando su estado es calamitoso, deshecho en sus mismas entrañas, acosado por malos dirigentes, gestores sin escrúpulos, y afectado por una gangrena, la podredumbre de la corrupción, que no la salva ni el mejor cirujano. Un partido que no se puede operar porque se quedaría en la operación, que diría un castizo; nos costaría un riñón -nunca mejor dicho-, y no serviría de nada. Hay que inventarse uno nuevo, a modo de marca blanca, que sale más barata y con mayores posibilidades de cosechar buenos resultados. Y surge de la noche a la mañana, “Ciudadanos”, la marca blanca del PP. Y como tal marca blanca, no es que sea igual, es peor que su marca registrada. A ellos, a las élites del poder, las empresas, y el dinero, les sale más barato su nuevo producto. Por sus obras les conoceréis. Tiempo al tiempo.

Ciudadanos, la ‘marca blanca del PP