martes. 16.04.2024

Banderas que ahogan

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¿Por qué los firmes detractores de cualquier Referéndum en Cataluña no han querido refutar los argumentos del nacionalismo catalán? Porque la polarización entre nacionalidades les beneficia, al igual que a Puigdemot

Jesús Santos | El imperio de la ley recae sobre Cataluña. Es uno de los mantras que nos venden estos días y que ha servido para llevar a cabo una represión en la calle, sólo vista en las huelgas generales de hace un lustro. Nos han conducido a un camino muy peligroso para los trabajadores y las trabajadoras. Una senda que se dirige al fin de nuestros derechos en nombre de una justicia que no nos protege en lo más cotidiano y elemental de nuestras vidas.

No sólo es una cuestión de imponer la fuerza amparándose en la aplicación de un ordenamiento jurídico, es también una deriva preocupante marcada tristemente por la aceptación de que “los palos” de estos días están justificados. Como el joven que tuvo que salir de España a buscar trabajo porque era una oportunidad para formarse y aprender idiomas, la mujer que terminaba de doblar camisas en una franquicia a las tantas de la noche porque la conciliación laboral no es productiva, o el vecino que le hicieron creer que estaba en el paro porque no se esforzaba lo suficiente. Mensajes de este tipo, como el que nos ocupa, han ido calando profundamente entre todos y todas. Los hemos normalizado, envueltos en banderas nacionalistas que nos empujan a ya no sólo perder la lucha de hoy, sino la del mañana, entregándonos como rehenes a venideros atropellos democráticos.

Todos y todas sentimos amor por nuestra tierra, allí donde hemos nacido y crecido, enamorado, tenido hijos o apoyado a un equipo deportivo, pero esto no tiene nada que ver con la exacerbación de la nación, entendida como un choque frontal en el que ninguno de los conductores está dispuesto a frenar o apartarse del carril que nos lleva al peor de los desenlaces. Este escenario divide y fractura también a los trabajadores, generando un peligroso marco donde los abusos campan a sus anchas, sin resistencia. Se trata de un problema colectivo que afecta por igual a los que se envuelven en banderas y los que no. Nuestra vida laboral se deteriora a golpe de persecución y criminalización de las justas reivindicaciones de una causa común.

Se puede decir que estamos secuestrados y desarmados ideológicamente. En estas condiciones, ¿cuántos recortes a los derechos laborales vendrán tras la relajación del conflicto con Cataluña y con la exaltación de la nación aún candente? ¿Cuántos sacrificios nos van a exigir por la competitividad de la nación? ¿Cuántos le exigirían a los trabajadores y trabajadoras de esa comunidad para que la nación catalana prospere, en caso de independizarse? ¿Quiénes son los verdaderos beneficiados de todo esto? Muchas preguntas que deberíamos empezar a hacernos y que han quedado ocultas por el pensamiento único que imponen los principales y más poderosos medios de comunicación.

¿Por qué los firmes detractores de cualquier Referéndum en Cataluña no han querido refutar los argumentos del nacionalismo catalán? Porque la polarización entre nacionalidades les beneficia, al igual que a Puigdemot. Sin embargo, no era muy difícil desmontar buena parte de los argumentos del president y de Junts Pel Sí. Hacen creer a la población catalana que con la independencia se acabará la austeridad, pero no hay más que recordar que la antigua CIU pactó con el Partido Popular y aplicó los recortes en sanidad y educación que actualmente siguen padeciendo. Tampoco tienen razón cuando aluden a la mayor presión fiscal del país, ya que está regulada a nivel estatal sin discriminaciones territoriales. No tienen razón cuando señalan que los trabajadores vivirían mejor porque los beneficios que debe reportar el “procés”, recaerán en las empresas radicadas en suelo catalán. Pero el problema precisamente reside ahí, en que las mismas empresas que exigen solidaridad, son insolidarias con los y las trabajadoras catalanas. La producción de riqueza en Cataluña se reduce a esas compañías, mientras que los que aportan la mano de obra ven sus vidas empobrecidas por unos salarios bajos. Aquí es donde está la fuga de capital, no en la presión fiscal. Sucede de la misma manera con los empresarios y con el Gobierno de Rajoy en el resto de España. Es pura hipocresía que sean precisamente ellos los que hablen continuamente de solidaridad económica entre regiones.  

Por ello, los poderosos, los ricos de España y de Cataluña, son los que se frotan las manos con esta polarización entre nacionalidades. Son los propietarios de la industria, de los terrenos, de los hoteles, de las oficinas, de los polígonos industriales, de la electricidad...

Este momento nos invita a reflexionar sobre un futuro no muy esperanzador, en el que los recortes volverán a cobrar protagonismo. ¿Cuánto tardaremos en volver a sufrir reformas laborales y de pensiones? ¿Cuánto tardarán en cercenar más derechos sociales para conseguir el dinero que permita aplicar rebajas fiscales a las empresas? ¿Cuánto más tendría que recortar Puigdemont a las y las trabajadoras para incentivar la permanencia de sociedades en su República Catalana y atraer a nuevos inversores?

No es difícil concluir que, envolviéndonos en banderas nacionales, siempre saldremos perdiendo los trabajadores y las trabajadoras.


Jesús Santos | Portavoz de Ganar Alcorcón y consejero ciudadano de Podemos Comunidad de Madrid 

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