jueves. 28.03.2024

Capítulo 23 Oviedo. Septiembre a noviembre de 1938

oviedo
Oviedo

-He conseguido el traslado al Cuerpo Jurídico Militar. Aquí traigo la orden firmada. Ahora está pendiente de publicación –dijo Galo Paule exhibiendo un sobre según entraba en casa.

-Me alegro un montón –le contestó Mari a la vez que lo abrazaba–. Temía que en cualquier momento no aguantaras más en el Cuerpo de Seguridad y Asalto y solicitaras ir al frente.

-La verdad, el ambiente está cada vez más espeso y siniestro. En el momento en que hay una ofensiva republicana y su ejército toma cualquier pueblo, aunque esté a cuatrocientos kilómetros de Oviedo, la venganza consiste en represalias contra los presos.

-Pues razón de más para alegrarnos de tu traslado. Menos mal que no han tardado mucho en autorizar tu solicitud.

-Como todo el mundo se resiste a ser abogado de los acusados y es obligatorio, formalmente, les resuelvo una papeleta. Los oficiales suelen interpretar, con razón, que ser abogado de rojos no ayuda en el expediente y hasta puede ser perjudicial en el escalafón. Además, estadísticamente, el resultado de los juicios está claro que para la defensa es un desastre. De diez casos perderé ocho por lo menos. Eso está cantado antes de empezar. Pero con tal de salir de “Seguridad” me es igual.

***

 
   

Tras haber ocupado todo el norte, la represión contra los republicanos fue feroz. Entre el parte de guerra de los días 22 y el 23 de octubre el número de prisioneros pasó de seis mil a quince mil, en un solo día y no paró de incrementarse. Todos los miembros del ejército republicano que no huyeron fueron detenidos, en tanto se procedía a su identificación. Los que fueron considerados “no peligrosos” fueron enrolados al propio bando. Los que tuvieron la mala suerte de ser considerados peligrosos y no fueron pasados por las armas estuvieron destinados en trabajos forzados o bien en campos de concentración, la mayoría en lugares improvisados y en condiciones durísimas: la Cadellada, el antiguo hospital psiquiátrico, en el que tantos avatares terribles acontecieron…, prácticamente carecía de techo y de condiciones, por la destrucción sufrida por los bombardeos, y prolongó nuevos y negros sucesos al ser convertido en centro de concentración de prisioneros. En Gijón, la Plaza de Toros y también la “Algodonera”. En Castrillón, la Vidriera. Las poblaciones vieron surgir, como setas, zonas de reclusión para miles y miles de personas.

Esos lugares eran visitados por los falangistas para hacer “reconocimientos” de sus paisanos y obtener declaraciones acusatorias para abrir expediente de Consejo de Guerra. Si reconocían a alguien destacado o con quienes hubiesen tenido diferencias, políticas o personales, la “escuadra” podía presentarse cualquier noche para “hacerse cargo” y organizar una “saca”. Los desgraciados que fuesen seleccionados no solían volver y si lo hacían era en tales condiciones que muchos morían días después.

De ese panorama era del que quería alejarse Galo Paule, ya que alguno de estos recintos estaban a cargo del Cuerpo de Seguridad del que formaba parte.

Pocos días después llegó la fecha de su incorporación al Cuerpo Jurídico Militar. Tuvo más suerte de lo que pensaba; en tanto le asignaban los casos que le correspondiesen, al menos durante un mes o dos, quedaba adscrito en “comisión de servicio especial” al Rectorado de la Universidad de Oviedo. Se había nombrado rector a Sabino Álvarez Gendín el día 4 de marzo de 1937, por tanto cuando aún estaba cercado Oviedo, para sustituir a Leopoldo Alas tras su fusilamiento. Sabino Álvarez era catedrático de derecho administrativo y sobre todo destacado ultra católico. Había pedido la ayuda de un oficial documentalista para clasificar y recuperar documentos y libros de jurisprudencia militar de los veinte mil volúmenes, de todas las materias, que habían requisado en las bibliotecas de centros obreros de partidos y sindicatos; también de particulares. El propio rector emitía órdenes de incautación, como la del 2 de julio de 1937 por la que se incauta la biblioteca de un maestro de las Escuelas Selgas de Cudillero huido al frente rojo. – Oficio del Rectorado nº 1126 A.U.O. (Fuente Carmen Diego Pérez. Universidad de Oviedo)

La tarea de clasificación de las “incautaciones” fue la que se le asignó, provisionalmente, a Paule; y él estaba encantado. Entre libros estaba como pez en el agua.

El primer día se entrevistó con Sabino Álvarez en el despacho del rector.

–Hemos hecho una ingente tarea requisando las bibliotecas de esos rojos que apenas saben leer y no sé para que tendrían esa cantidad de libros que hemos rescatado. Algunos, auténticas joyas. Ahora los pondremos a salvo de su ignorancia. Para eso necesito especialistas en diversas doctrinas como usted para todo lo relativo a la jurisprudencia militar. Pero también nos hemos hecho con gran cantidad de documentación castrense que estaba en manos de las tropas republicanas: mapas, planos de táctica y estrategia militar. Eso también es tarea suya.

–Así lo haré, señor rector.

-Las bibliotecas requisadas están en los sótanos, que es de lo poco que se mantiene de los edificios de la Universidad. También me gustaría que echase un vistazo a la propia biblioteca de la Facultad de Derecho, ya que está en una zona muy deteriorada por los bombardeos y muchas estanterías fueron vaciadas para poner los volúmenes que se salvaron del incendio en la insurrección del 34 y de los bombardeos en sitios seguros y se ha perdido el orden bibliotecario –dijo el rector–. Pongo a su disposición a cuatro profesores, dos de ellos antiguos catedráticos y dos ex numerarios. Están destituidos por haber sido colaboradores de Alas Clarín, pero tampoco son tipos peligrosos como para encarcelarlos. Que pasen una temporada haciendo de archiveros a ver si van amueblando sus cabezas.

Lo primero que hizo Paule es ir a la biblioteca de la Facultad de Derecho. Nada más echar un vistazo, intuitivamente, percibió el valor intelectual de su tesoro bibliográfico. Muchos estaban sucios de los escombros producidos por los derrumbes y algunos habían sufrido humedades, al haber habido filtraciones por las caídas del techo. Tenían que trasladarlos a zonas secas y ventiladas para ver los que se podían salvar y evaluar los que sufrían daños irreparables, limpiando los que estuviesen en mejores condiciones para que no se deteriorasen.

Después, en la misma biblioteca, reunió a los cuatro profesores asignados. Entraron encogidos, con la vista puesta en el suelo, como si de él dependiera su futuro. Y desgraciadamente así era. Si un oficial hacía un informe negativo de alguien cuanto menos dudoso, estaba perdido. Les saludó respetuosamente antes de intercambiar criterios y opiniones sobre cómo actuar sobre el fondo bibliográfico. Se percató de que tenían conocimientos mucho más versados que los suyos.

–Siento que tengan que hacer labores de limpieza, pero piensen que, al menos en sus manos, estas joyas no sufrirán más daños. En cambio, en otras menos preparadas que las de ustedes, sin tratarlos con el mimo que requieren, ya algunas muy dañadas, no tendrían solución –dijo Galo–. Pero eso será después; lo primero es que me trasladen sus valoraciones de la relevancia de cada obra y sus criterios para ordenarlas.

Los cuatro seguían con la mirada baja, aunque comenzaron a emitir pequeñas frases percibiendo el trato deferente que se les estaba otorgando por primera vez en muchos meses.

–Confío en ustedes, mucho más ilustrados que yo y que además conocían con anterioridad la biblioteca. Por mi parte estoy acostumbrado a lidiar con la logística, cosa que, probablemente, no hayan tenido necesidad de acometer. Creo que podemos formar un buen equipo. A usted, señor Núñez, le tengo asignada otra tarea –se dirigió a uno de los profesores numerarios–. Acompáñeme a los sótanos.

El señor Núñez levantó la mirada a la vez que se le abrían los ojos y su rostro se tornaba pálido.

–No se preocupe profesor, simplemente es que en los sótanos han depositado los libros de las bibliotecas requisadas. Me han dicho que son unos veinte mil volúmenes y hay que pensar qué hacer con ellos.

Bajaron ambos a los sótanos. Había una cantidad ingente de cajas y miles de libros tirados de cualquier manera.

–Lo primero es codificarlos por criterios. Habrá podido ver, en un primer vistazo, que más del setenta por ciento deben ser de literatura. Deberíamos separar todos los que lo son y dejarlos en cajas. De clasificar esos ya se encargarán otros. Lo nuestro son los de texto. Los que sean de otras materias deben separarse según de lo que traten: ingeniería, cálculo, aritmética, filosofía. A nosotros lo que nos atañe son los de derecho o los militares. Esos sí que debemos catalogarlos individualmente, y los más valiosos, que a simple vista se ve que los hay, preservarlos e incluirlos en la biblioteca de la propia facultad. Los militares se llevarán a la sede del Cuerpo Jurídico Militar. Le recomiendo que traiga ropa más cómoda y sufrida. Desgraciadamente, en los próximos meses no va a dar clase, pero su tarea puede ser muy valiosa. Ya vendrán tiempos mejores.

Galo Paule dispuso solo de dos meses para avanzar en la tarea. En ese tiempo tuvo ocasión de asistir dos veces a la Junta del Rectorado. La primera, a la semana de su incorporación, para presentar la propuesta de organización del archivo, y la segunda unos días antes de finalizar su actividad presentando el informe de situación. En ese poco tiempo se había estructurado el inventario y seleccionado lo que le atañía de   la encomienda. Incluso se había trasladado una parte de los libros al monasterio de Corias, en Cangas de Narcea, donde se consideraba que estaría más seguro hasta que la rehabilitación de los edificios de la Universidad estuviese avanzada. Recomendó continuar con el mismo equipo de profesores coordinado por uno de los catedráticos. Estaba por ver que le hicieran caso. En las dos reuniones tuvo ocasión de escuchar las líneas maestras ideológicas, en materia educativa, que se iban aprobando. En realidad, el rector tenía atribuciones sobre todo el sistema educativo del conjunto de Asturias, no solo de la Universidad sino también desde parvulario, pasando por bachillerato. En la Junta del Rectorado estaban ampliamente representados el Obispado y la Falange; y desde luego la Junta de Defensa, que era en realidad quien mandaba, bajo los auspicios de Aranda quien, de hecho, había nombrado al rector.

Por si quedaba alguna biblioteca “descontrolada” en funcionamiento el rector envió órdenes a los directores y alcaldes: “Clausure y selle lugar. Biblioteca y material escolar de Centros y Escuelas Obreras y Bibliotecas de Partidos del Frente Popular” (telegrama del 15 de noviembre de 1937). En las reuniones de la Junta del Rectorado se aprobaron “Instrucciones” que fueron presentadas por el obispo de Oviedo, Justo Echeguren: “Una es- cuela básicamente católica y patriótica”. Además de incluir como obligatoria la religión católica, apostólica y romana se impuso que “cada aula debe de estar presidida por la cruz del más Alto Maestro que tuvo la humanidad y una fotografía de Francisco Franco”. Así mismo, se incluía la enseñanza del catecismo. De hecho, prosperó una industria de crucifijos que llegaban desmontados y en cajas a las librerías, que es donde se ensamblaban y vendían. Como apenas se vendían libros, hubo que reinventarse. El poeta Ángel González cuenta a través del libro de Luis García Montero, Mañana no será lo que dios quiera cómo trabajó, haciendo eso, en la librería Cervantes de Oviedo.

Por parte de Falange se incluyó la obligatoriedad de la “Formación del Espíritu Nacional” y para favorecerlo se deberá dar lectura a la biografía del General Aranda y se celebrarán las victorias del Ejército Nacional con la suspensión de las clases por un día (Circular del Consejo Local del Ayuntamiento de Llanes febrero 1939, siguiendo instrucciones de la Junta).

Paule hubiese preferido quedarse en la Universidad, entre los legajos. Pero sabía que era transitorio. A los dos meses le asignaron varios casos de los que ocuparse. El primero tenía señalada la vista para el uno de diciembre. Tenía solo tres días para preparar la defensa. Así eran las cosas. Total, todo el tribunal sabía que la defensa, aportara lo que aportara, resultaba indiferente. ¿Para qué iban a darle más plazo si los veredictos estaban dictados de antemano?

De los cuatro primeros consejos de guerra en los que llevó la defensa, tres de ellos eran desesperados. Había dos con declaraciones de vecinos sobre que se habían alistado voluntariamente y en el tercero el testigo de la acusación era el propio cura párroco que denunció a un parroquiano por haber dado refugio a un primo del acusado buscado por ser un líder minero; “Alta traición dar refugio a un fugado: nada que hacer”. El cuarto caso afectaba a siete voluntarios, todos ellos muy jóvenes, que habían sido hechos prisioneros en el norte de León. Paule pensaba que quizás algo se podría intentar.

La táctica siempre era la misma, dilatar el procedimiento. Ver qué documento o fecha procesal se le había pasado a la acusación. Algún defecto de la presentación de pruebas, cualquier cosa. Pero eso sólo era una táctica dilatoria derivada de la convicción de que el tiempo suavizaría algo las condenas. Efectivamente, las estadísticas de las sentencias, en el tiempo, con perspectiva histórica, corroboran la convicción de Paule. En 1937 y 1938 los porcentajes de sentencias de muerte, ejecutadas en Asturias fueron del cuarenta por cierto. Sin embargo, en 1939, si bien las peticiones fiscales superaban el cincuenta por cierto, las dictadas y ejecutadas bajaron del treinta por ciento y en años sucesivos fueron inferiores a esos porcentajes iniciales. Se comenzaron a conmutar algunas por reclusión perpetua y trabajos forzados.

En esos tres primeros casos no logró salvarles; pero sí en el cuarto, a los siete jóvenes milicianos.

-Necesito que relatéis cómo os hicieron prisioneros, resaltando que cumplíais órdenes y que estabais en posiciones de retaguardia.

-¡Es que así fue! Nosotros creíamos que estábamos en segunda línea; nos habían colocado mirando hacia la ladera sur de Somiedo, en las trincheras del puerto. Delante teníamos otra posición avanzada. Era por donde se esperaba al enemigo.

-¡Alto! –dijo Paule. Meteos esto en la cabeza. Tenéis que decir: era por donde los oficiales esperaban que entrara el glorioso ejército nacional. Era el enemigo de los oficiales, no el vuestro, que estabais allí obligados. Continúa.

-Pues aparecieron los moros –siguió hablando el chaval imberbe que, a cada poco, se ponía colorado, pero que parecía el más espabilado de los siete–. Justo por detrás, por el lado asturiano, nos habían rodeado. Nosotros nos acoyonamos. Ya se sabe la fama que tienen; y tiramos los fusiles para rendirnos. Estaríamos allí unos veinte soldados; nos pusieron de rodillas y empezaron a quitanos lo que llevábamos; a cada cual lo que tuviera, latas de conserva, la cartera y hasta el calzado. Según iban terminando de robar a cada uno rebanábanle el pescuezu con el cuchillu esi curvu que lleven y ahí quedaba desangrándose. A mí ya me habíen quitado todo lo que llevaba y queríen mis botes; por señas me decía uno de ellos que me las quitara. Del mieu que tenía no acertaba a deshaceme los nudos; y él venga a pinchame con la bayoneta para que me diera prisa. Cuando ya me daba por muerto apareció un alférez de regulares que se dirigió a ellos a voces en su idioma. No entendíamos nada, pero los moros echaron tras y el alférez no se apartó hasta que llegaron las tropas y nos hicieron prisioneros; hasta les hizo firmar un papel de entrega. Así nos salvamos; los que estamos aquí fuimos los únicos. Ahora nos piden pena de muerte, pero no sabemos por qué. Nosotros solo cumplíamos con nuestro deber.

– ¡Quiá! ¡No! Vosotros estabais obligados; no digáis lo del “deber”. No os pudisteis entregar antes porque os vigilaban. Y en cuanto visteis tropas nacionales, tirasteis las armas con el fin de desertar y pasaros al bando nacional para combatir a los rojos. ¡Eso es lo que pasó! ¿Queda claro?

Paule consiguió el nombre del alférez al que no conocía personalmente, aun siendo de las mismas tropas con las que él mismo entró en Oviedo desde Galicia cuando rompieron el cerco. Habló con el alférez, que se comprometió a declarar la verdad, incluyendo que había comprobado que los fusiles estaban fríos y no se habían disparado en la reciente batalla. Y cumplió su palabra. Haciendo valer esa declaración, la condena fue de pena de cárcel; cinco años, de los que cumplieron dos. Todo un éxito evitar la pena de muerte en aquella tesitura.

El traslado de Paule desde el Cuerpo Jurídico Militar fue providencial para sus pretensiones de alejarse de la represión directa. A mediados de septiembre el alto mando franquista estaba fuera de sí por el resultado incierto de la batalla del Ebro. A finales de julio, en una noche oscura, los republicanos sorprendieron al enemigo cruzando el Ebro. El plan fue diseñado por el general Vicente Rojo y llevado a cabo por oficiales comunistas: Modesto, Lister, Tagüeña; lo cual exasperaba aún más a los generales fascistas. Aunque unas semanas más tarde los franquistas contraatacaron, el frente se estabilizó a finales de agosto y así continuaba en septiembre. La ira de los generales golpistas la pagaban los presos en toda la España “nacional”, incluso en lugares tan alejados como Asturias.

La familia de Catalina continuaba temiendo que volviera a salir el expediente de Adolfo concerniente a su paso por los “pioneros” y se reabriera la investigación en un mal momento. Antes de salir de “Seguridad y Asalto”, Paule dejó hechas las gestiones para que Adolfo tomara la iniciativa y se enrolara en el ejército como voluntario.

–Ahora, todavía desde aquí, puedo conseguir que te asignen a la Caja de Reclutamiento, un puesto administrativo. Pero en la instancia tú tienes que pedir ir voluntario a la Guardia Civil. Transitoriamente te destinarán a la Caja, donde estarás una temporada, cuanto más larga mejor. Luego pasarás a la tropa y ya sí que te puede tocar cualquier cosa. A ver si para entonces se hubiese acabado la guerra. Al menos estará más cerca ese momento.

Paule le tendió la instancia para rellenar la solicitud de incorporación voluntaria. Adolfo se sentó a rellenarlo sin decir palabra y, cariacontecido, tardó una eternidad. Parecía que, a cada palabra, estaba traicionando a sus amigos por mucho que la mayor parte hubiesen huido de Oviedo con sus familias o estuviesen tan callados como él para pasar desapercibidos. Se quedaba con el lapicero en las manos… “¿Qué pensará Carlos?, el hijo mayor de López Mulero, ambos de edad similar. A Adolfo le habían “soplado” que el padre y los dos hijos consiguieron salir por mar el mismo día que los franquistas entraban en Gijón. Lo sabía porque la policía había estado haciendo preguntas en el vecindario de la calle de El Rosal por si sabían el paradero del ex alcalde. Lo que ignoraba era si se habría exiliado o habría vuelto a entrar en zona republicana, como así fue. Solo después, cuando se perdió la guerra, pasaron a Francia, donde vivieron durante años y tras una larga estancia en los campos de refugiados. ¿Sabría su amigo de la muerte, en la cárcel, de su madre, la esposa de López Mulero?

Cuando acabó firmó la solicitud.

Su hermana Mari puso la mano en los hombros caídos de Adolfo.

–Hay que ser fuerte hermanu. Tenemos que sobrevivir a esto. Así evitas que les dé por venir a buscarte y dejamos de vivir asustados pensando en que aflore el archivo de los “pioneros” y vuelvan a sacar el tema de tu carnet. Cada vez que hay una ofensiva republicana es un “sinvivir” temiendo represalias. No sé lo que va a pasar en el Ebro, que ahora está en tablas, pero como ganen la batalla los republicanos aquí van a pasar por las armas a medio Oviedo.

En noviembre llamaron a filas a Adolfo. Los hilos que movió Paule dieron fruto. De momento iría destinado a servicios administrativos de la Caja de Reclutas.

Esa misma noche llamaron a la puerta: era Enrique, el primo de su marido. Entró exultante:

–Muy buenas noticias, Catalina. El cónsul inglés en Portugal me ha con- firmado que a través del ministro residente inglés, míster Stevenson, el cónsul ruso, el señor Marchencko, recibió la nota solicitando que se in- formara a tu hijo de que estáis bien.

Catalina tuvo que sentarse para que no se le doblaran las piernas.

–¿Pero eso es seguro?

–Seguro, Catalina; ¡lo ha transmitido!, ¡seguro! Y digo esto porque, ¡lo que aún es mejor!: desde Rusia le confirman que Tino está perfectamente, sano y cuidado, en una casa de niños españoles. Tengo su dirección: “Casa Infantil número 1; Leninski/Sievernoil/Aldea de Txíscovo/Región de Gorki/Rusia/URSS”. Incluso explica que está cerca de una estación del ferrocarril Moscú-Yaroslava, no lejos de la capital. En el mismo sitio está Pablo Miaja que, por muy rojo que sea, hay que reconocer que no les ha dejado, ni a sol ni a sombra, en todos estos años difíciles. Tino no puede enviar carta directamente por la misma razón que no te permitieron hacerlo a ti; pero sí que os harán llegar una nota por el mismo conducto en sentido inverso.

–¡Vaya dos noticias buenas en el mismo día! –decía Catalina dirigiéndose a toda la familia–. Si la primera es buena por el destino administrativo de Adolfo, alejado del frente, la otra era mi deseo más ferviente. Llevo rezando todo este tiempo pidiendo lo mismo. ¡La Virgen me ha escuchado!

En tanto, Ina se inclinó por debajo de la mesa y alargó una mano hacia Lord, el perro de la familia; la mantuvo unos segundos en la trufa del animal.

–Pero hay una mala –dijo centrando en ella todas las miradas–. Lord acaba de morir -a la vez que acariciaba el pelo, ya insensible, del animal.

Todos quedaron con el corazón suspendido en un latido y pensando lo mismo. Cuando Tino vuelva ya no estarían todos, faltaría su compañero de juegos.

Hace menos de dos minutos, le acerqué la mano y me dio un lametón

–dijo Adolfo–. Parece que hubiera aguantado hasta oír la noticia de Tino y haya decidido morir tranquilo tras escucharlo. No hay quien me quite que tienen un sexto sentido. Mucha casualidad sería.


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Capítulo 22

Pisaré sus calles nuevamente. Todos los capítulos publicados
Novela histórica de Pablo Fernández-Miranda de Lucas, por entregas en Nuevatribuna

Capítulo 23 Oviedo. Septiembre a noviembre de 1938