viernes. 29.03.2024

Capítulo 22 Txíscovo-Moscú. Noviembre de 1937-marzo de 1938

Pienso en ti
me llega hasta la nariz el olor de mi madre
de mi preciosa madre.
…/…
¿Cuál es el motivo
para que tu recuerdo sea como una puñalada
cuál es el motivo de que estando tan lejos oiga tu
voz y de un salto me levante?


Nazim Hitmet


Cartas de niños vascos sobre la guerra al poco de llegar a Rusia

Queridos padres, saluz os deseo y aber como balaguerra… Alfonso Ibañez 9 años.

Querido padre, Me alegraré que al recibo de esta se hencuentren vien. J. García 10 años.

(Cartas publicadas en Los niños españoles evacuados a la URSS, de Rosalía Crego, Carmen Heredia y Enrique Zafra).

Los niños no conocían la evolución real de la guerra de España, sobre todo porque los adultos querían amortiguar las malas noticias y mitigar la preocupación por sus seres queridos. Las conversaciones, los dibujos y sobre todo los surcos que dejaban las lágrimas en el rostro de los más pequeños denotaban lo que echaban en falta a sus seres queridos.

Casi todos continuaron escribiendo cartas a sus familiares. No podían saber que no llegarían a su destino, bloqueadas por la censura, salvo los casos en los que sus familias estuviesen en zonas republicanas, que eran los menos ya que, mayoritariamente, eran vascos y asturianos.

dibujoTino era consciente de que no merecía la pena intentarlo ya que, aunque tampoco sabía de la evolución de la guerra en el norte y que Asturias había caído, daba por hecho que Oviedo seguía en zona franquista y no consentía que sus sentimientos, expresados a través de su escritura, fueran violados por ojos ajenos y, en parte por desaliento, en parte por pudor, se cerraba en su concha protectora. Intuitivamente no estaba equivocado: la inmensa mayoría de las cartas nunca llegaron a su destino. El correo debía pasar por el negociado de censura de la Comisaría General de Investigación Social y fue bloqueado por los censores. Acabada la guerra se enviaron al “Cuartel General del Generalísimo”, donde tenía su sede el “Gabinete de Censura de Correspondencia Extranjera”. Ya con posterioridad fueron enviadas al archivo histórico de Salamanca donde, parte de ellas, aún permanecen archivadas. Otras lo están en centros documentales del País Vasco. (En la imagen: Dibujo de Lucía Carrillo, 1937 | AGE y Fondos BNE).

A falta de esas comunicaciones familiares, Tino sintió la necesidad de escribir a Lola a la dirección que le había dado antes de que se separaran en Leningrado. En unas pocas y tímidas líneas le contó cómo se estaban acomodando en la Casa y le preguntaba qué tal estaba ella.

Por otra parte, el encuentro entre los distintos grupos según su procedencia no fue fácil. Al poco de llegar se dieron situaciones conflictivas, sobre todo entre los grupos de chicos vascos y asturianos que, en sus enfrentamientos, llegaron a las manos en varias ocasiones, aunque siempre estaba cerca el educador para atajarlo.

Los asturianos llegaron a Rusia conocedores de que el País Vasco estaba en manos de los franquistas, de lo cual no eran del todo conscientes los vascos, que se fueron percatando por los comentarios que les escuchaban y reaccionaron agresivamente contra “el mensajero”. Los asturianos llamaban “cagaos” a los euskaldunes a los que reprocharon que los gudaris se hubieran rendido sin la suficiente resistencia a los franquistas, lo cual desencadenaba peleas entre ambos.

Pablo Miaja, José María Arregui y el maestro vasco, Urquía, les reunieron en el salón de actos para darles una charla sobre la importancia de estar unidos.

–Para reconstruir España cuando se derrote al fascismo todos los pueblos tienen que respetarse. Los trabajadores de todo el mundo son una sola clase. De nada vale que os desgañitéis cantando “La Internacional” si a la primera de cambio la emprendéis a puñetazos entre vosotros –instó Urquía.

–La estrofa de “alcémonos todos unidos en la lucha final” no se refiere a partirse los morros entre vosotros, zoquetes, sino contra los explotadores

–les dijo el maestro Arregui. Además, qué absurdo eso de buscar separaciones fronterizas. Fijaos en mi caso: soy asturiano, pero mi apellido es vasco. Los trabajadores no tenemos fronteras. Eso es una milonga de los explotadores para dividirnos.

Seguramente de poco hubiera servido el discurso si no hubiesen adoptado una medida que se mostró eficaz e integradora, que fue potenciar los grupos mixtos en cada curso: vascas y vascos con asturianas y asturianos. Las niñas fueron más proclives a una pronta integración y facilitaron que, a medida que avanzaba el curso, las afinidades se arraigaran según la personalidad de cada cual, compartiendo aficiones en lugar de procedencias.

Tras la distribución del grupo, en quinto curso donde le tocó a Tino, casi la mitad eran vascos. Serían, en total, unos dieciocho chicos y doce chicas.

A falta de familia, allí comenzaron a forjarse afinidades y lazos sentimentales que durarían toda la vida. Txíscovo fue el caldo de cultivo de esos vínculos.

Entre los asturianos estaba Aladino Cuervo, llamado “El Genio” por aquello de la lámpara maravillosa, que tenía un hermano menor en otro curso, Amador Cuervo.

Honorina Fernández, de Sama, también tenía hermanos, dos, en cursos inferiores.

Sabina, tenía un montón de hermanos en diferentes cursos. Eran nacidos en Madrid, pero de padre asturiano.

Entre los vascos, José Larrarte Belaustegui, de Donostia, que era el mejor del equipo de fútbol de toda la Casa. Jesús Duruelo, de Bilbao, al igual que Ignacio Moro, con dos hermanos también: Lucio y Aquilino; era un buen dibujante, hacía unas caricaturas de los maestros y maestras que te partías de risa.

Aurora Osorio, también de Bilbao, una guapa chica que bailaba tanto las danzas vascas como ballet clásico con ritmo y elegancia instintiva. Lola Torres, de Baracaldo.

Juanita Unzúe, “La Espingarda”, de Éibar, muy alta y con pinta de ser mayor que ellos aunque realmente no lo era, siempre seria y leyendo; en poco tiempo hablaba ruso mejor que los demás.

Maximino Roda era un año menor y aunque estaba en un curso inferior que- ría ser mayor y se apuntaba a los círculos en los que ellos estaban. Él quería pintar, bailar, hacer gimnasia y jugar al fútbol. Era simpático y sociable aunque un “culillo de mal asiento” que no daba abasto con las actividades y al que regañaban los monitores por no seguir el ritmo de tanto a lo que quería llegar. Como Maximino quería ser “más” le apodaban “Maxi-Mini”.

Estaba también “Calcetu”, “Mustafá” era de Matiena, una aldea de Durango. También tenía un hermano pequeño “Mustafín”.

Y al autor de la mayoría de los motes, que no dejaba parar a nadie y provocaba auténticos ataques de risa a toda la clase por sus salidas le pusieron “Esdrújulo”, para que no fuese menos. Se llamaba Elíseo, de Mieres, algunos compañeros pronunciaban su apellido como si  su acentuación fuera llana: “Eliséo”. El maestro de gramática que los escuchó, corrigió:

–Es esdrújulo.

A lo que el aludido soltó:

–No soy Esdrújulo, soy Elíseo –con lo que tras la consabida juerga, se quedó con “Esdrújulo” para los restos.

Estefanía La Fuente, asturiana, de su misma edad, también de Oviedo. Tino la conocía un poco; era de la familia de Aída La Fuente, la amiga de su hermana Mari que murió a los dieciocho años combatiendo durante la Revolución del 34.

Maruja Fernández, echando una mano a quien lo necesitara; Leonor Avelagras, con un sexto sentido para la música y que coordinaría el círculo del coro.

Clarisa González, un poco estiradilla y remilgada, siempre protestando y quejándose, consiguió, sin quererlo, que acabaran llamándola, “Jopela-jo- lines-que-asco”.

Tino no se libraba, le sacaron el topu, célebre minero y miliciano que dirigía uno de los frentes de Oviedo. Aunque la mayoría le llamaba “Catorce”, apodo con el que se le conocía desde los tiempos de Salinas.

Una mañana, cuando salieron para ir al comedor a desayunar, se encontraron con que la noche había dejado medio metro de nieve. Unos días antes, los rusos, conocedores de lo que se avecinaba y de que el frio no les abandonaría en largos meses, les habían hecho entrega de prendas invernales. Calzoncillos largos o leotardos con unos forros de fieltro. Abrigos de un compacto tejido mezcla de lana y paño. Manoplas de lana y gorro de piel con orejeras que podían bajarse o dejarse alzadas. Y unas botas llamadas valenki.

Todo aquello lo enviaba el Glavsnas (Industria Principal de Suministros). Una vez asignadas, lo primero que tenían que hacer era poner, en una etiqueta cosida a tal efecto, su número correspondiente.

Ese día, en la clase de ruso, siguiendo el método de interesarles a través de las cosas cotidianas, aprovecharon para hablar sobre algunas de las prendas invernales que les habían llamado la atención.

–Los valenki son el calzado más cómodo y mejor que se ha inventado para este clima. Lo trajeron a Rusia los tártaros desde la estepa. Allí fue donde surgió el arte de apelmazar la lana sin desengrasar. Protege del frío y de la humedad de la nieve, pero además transpira y el sudor no se queda dentro como ocurre con los chanclos (tipo katiuskas pero sin caña) que son muy buenos para la primavera, cuando el deshielo llena de barro los caminos, pero ya no hace tanto frío. Si el sudor moja el pie y los calcetines, cuando baja la temperatura hay peligro de congelación. Eso no ocurre con la lana –decía el recio profesor de pómulos altos que bien se imaginaban podría ser descendiente de los tártaros.

–Pero a casi todos nos quedan grandes –dijo Maximino.

–Deben de quedaros holgadas –le rectificó el profesor–. Si quedan justas y no hay espacio libre, al estar en contacto el pie con la superficie aísla menos. No debe de quedar ceñido como un zapato normal. Fijaos en que no tienen costuras, son de una sola pieza. Así se evita que por los agujeros de las costuras penetre el frío y la humedad. Es un proceso que lleva mucho tiempo y que solo saben hacerlo los expertos a base de agua caliente y presión. El artesano tiene que tener manos y brazos fuertes.

–Pero son muy bastos, parecemos paletas –dijo Aurora.

–¿Qué es paleta? ¿de pala? –preguntó el ruso.
Los chavales rieron.

–Paletos son la gente de campo que no saben comportarse en una ciudad.

–Bueno, entonces eso no es algo negativo. Muchos de vosotros y de nosotros somos campesinos. Rusia es un país agrícola en gran parte. Pero en cuanto a los valenki no os confundáis: hasta la Revolución, en las familias campesinas, no siempre todos sus miembros podían tenerlos. A veces solo tenían un par y lo usaba el que más lo necesitaba en ese momento y quienes lo tenían lo cuidaban con esmero. Era un regalo muy apreciado. Los nobles y los zares los tenían. Eso sí, con diseños y colores, no los grises, que son los más sencillos y de menor precio.

En el interior de los edificios la temperatura era agradable, con camiseta y un jersey se estaba confortable. El fogonero atendía los hornos de la piechca (estufa) alimentándolos constantemente con “briketas” y astillas. La saca de madera del gran bosque comunal adyacente daba de sobra para abastecer el suministro de combustible.

El sábado vieron que Fiodor, el encargado de la calefacción, sacaba a Miot (Miel) de la cuadra enganchándola a la tachanca (trineo). Miot era una yegua percherona de color bayo, que movía, coqueta, su crin a cada paso. Esa preparación significaba que iban a la cercana aldea a por provisiones.

–¿Podemos ir? ¡Fiodor, Pozhaluysta! (por favor).

Niet… Segodnia jólodno (No… Hoy hace frío).

–Frío, dice; ¡como si tal cosa! –comentó Calcetu frotándose los brazos–
Fai un friu que escarabica el pelleyu.

Fiodor era un hombre bondadoso, sabían que acabaría cediendo. Aunque no se le subían a las barbas. Tenía una larga experiencia. Había estado con Makarenko desde los tiempos de la primera colonia de chicos provenientes de los correccionales que fueron prohibidos al poco de triunfar la Revolución. También el responsable de los bomberos que daba servicio a la Casa provenía del equipo de Makarenko.

¡Pazhalsta!, ¡pazhalsta!

¡Da! ¡Da! ¡siem! (siete). Aceptó señalando el trineo e indicándoles su capacidad.

Tuvieron que echar a suertes cuáles siete, de entre ellos, eran los que podían ir en el carruaje.

Tino y otros tres a los que no les había tocado se animaron a ir caminando. Eran solo dos kilómetros y medio hasta la aldea de Txíscovo. Aunque la nieve cubría la pista, los vehículos dejaban una zona más apelmazada por donde se podía andar sin hundirse en exceso. Aun así, tardaron casi una hora. El poblado no tenía más de cincuenta casas, casi todas de tablones colocados en horizontal respecto al suelo y aisladas de éste por un encofrado también de madera. Casi todas tenían piechcas con leña a su lado. Además de las casas, una pequeña iglesia ortodoxa con su correspondiente remate de cúpula en cebolla de color verde y una casa comunal, con un anejo independiente, que era la sauna, al servicio de los pobladores.

Anduvieron por los pequeños callejones. Algunos con vigas uniendo los techos de las casas, lograban formar un techado que resguardaba de las inclemencias. Las cubiertas estaban pronunciadamente inclinadas para que la nieve, por su propio peso, no las hundiese al acumularse.

–Me recuerda a les caleyes de Mieres cuando nieva –decía Esdrújulo–, pero sin los techados entre les cases.

En uno de los corrales había una mujer paleando para mantener una vía accesible hasta la puerta de su casa. Hizo señas de que se acercaran. Lo hicieron tímidamente, por si habían hecho alguna trastada sin percatarse. Se habían estado tirando bolas de nieve, pero no recordaban haberle dado a la casa.

Los gestos amigables les animaron a acercarse con más decisión. La mujer les dirigió algunas frases de las que entendieron palabras sueltas. Desde luego Inspaski (español) que repetía la gente todo el tiempo, y Dobro pozhalobrat (bienvenidos). Les hizo entrar; sentado frente a la mesa estaba su marido arreglando un apero de labranza, se levantó sonriendo e invitando a que se sentaran en las banquetas, les hacía gestos de bienvenida. Ella abrió el pequeño grifo del samovar, colocado encima de la estufa: el té siempre preparado y caliente, según la costumbre; y se lo sirvió en unos vasos humeantes. En la entrada se habían descalzado de los valenki. Los calcetines estaban secos y era agradable la sensación acogedora del suelo de madera.

Con mímica y algunas de las palabras aprendidas durante los pocos meses que llevaban en Rusia, entendieron que sabían de su procedencia, que les apenaba el alejamiento de sus familiares; los aldeanos querían compensarles con su acogida. Les agasajaron también con un bol de sopa de borsch (remolacha y otras verduras), mantequilla de sus vacas untadas en pan negro de centeno y con más té; ¡siempre té!

Al acabar, el hombre sacó un paquete de tabaco y les fue ofreciendo cigarrillos. En aquella época era de buen gusto hacerlo incluso a chavales. Con su mejor intención, repartió uno a cada chico y les ofreció fuego.

Tino, entre toses, fue dando caladas. No le gustaba el sabor pero sí la sensación de ser mayor; le parecía ser más independiente y adulto con ese cigarro entre sus dedos que, tras miles de ellos más a lo largo de los años, acabarían amarilleando entre el índice y medio de su mano izquierda.

A eso de las dos de la tarde se levantaron para volver a la Casa. El matrimonio salió a despedirles: la mujer emocionada con lágrimas en los ojos y el hombre, escondiendo su turbación tras la poblada barba, les señalaba hacía el interior de la casa. “Cuando quisieran volver serían bienvenidos”. También otros aldeanos les hacían saludos y les dedicaban sonrisas.

Desde Txíscovo, varias familias aldeanas hicieron gestiones para adoptar a niños españoles. También desde los más remotos lugares de la URSS se recibieron miles de cartas en el mismo sentido. A diferencia de la mayor parte de países que habían acogido a niños refugiados de la República como Francia y Bélgica, que potenciaban la acogida transitoria y otros que optaron por fórmulas mixtas como Méjico, en la URSS, de acuerdo con la insistencia de los dirigentes del Partido Comunista que querían preservar la idiosincrasia española, optaron por mantenerlos agrupados y que recibieran una educación común colectiva.

Al día siguiente, un camión traqueteando por la nieve entró al recinto. Instintivamente supieron que portaba alguna novedad que les concernía. Del camión fueron descargando varios centenares de esquís y de bastones y unas cajas de buen tamaño. Metieron el material al almacén anexo al gimnasio. Colocaron los esquís verticalmente apoyados en unos soportes específicos fijados a la pared; los bastones de dos en dos, los colgaron sobre cada par de tablas por la unión de las espátulas. De las cajas fue- ron sacando extraños botines con una pieza de acero anclada a la suela: patines de hielo, les dijeron. No los habían visto en su vida. De otra caja sacaron las mismas piezas de acero, las cuchillas pero sin calzado; estas tenían correas fijadas a la plataforma de acero.

archivo guerra y exilio

 
   

Catálogo de la AGE, Asociación Archivo Guerra y Exilio

–Como no hay suficientes con el botín unido, vamos a comenzar utilizando la cuchilla independiente. Se pone bajo las botas normales y se fija con las correas. Con ellas empezaremos el aprendizaje y sirven para hacer carreras y jugar. Los que son de una sola pieza unida, cuchilla y botín, los reservaremos para hacer figuras de baile artístico y hockey sobre hielo.

Durante el invierno modificaron los horarios, teniendo en cuenta las escasas horas de luz. Antes de comer, un par de días a la semana, practicaban deportes de invierno y las clases lectivas se ampliaron en horario vespertino. En esquí la primera modalidad de aprendizaje fue el nórdico o esquí de fondo. Primero tuvieron que elegir el tamaño de los esquís. Puestos de pie, con el brazo recto hacía arriba y doblando la mano daba la altura correcta de las tablas para la estatura de cada cual.

–Ahora, los bastones. Para coger los de la medida adecuada hay que ponerlos del revés, con el puño hacia el suelo. La punta tiene que llegar a la axila; eso porque son de fondo; si fuesen de descenso deben ser más cortos y se toma la medida de otra forma: Cogiendo el pincho con el puño cerrado, el brazo doblado debe de quedar a unos noventa grados, si queda menos ángulo, es que resultan largos, y si no llega al ángulo recto es que son pequeños.

–¡Y qué más dará ponerlos del revés que del derecho! ¡Buenes ganes de darles vueltes sin ton ni son! –dijo Calcetu.

-Es importante –explicó el monitor–. Si lo pruebas en suelo duro, como estamos ahora, y no en la nieve, la longitud sería incorrecta porque el pincho no penetra, como luego lo hará en blando, hasta el rosetón y te está dando de más. Por eso hay que darle la vuelta para elegir la medida de cada cual.

Las ataduras eran unas simples correas de cuero que se metían en la puntera por delante y se fijaban por detrás de las valenki.

-¡Venga! Desplazaos con ayuda de los bastones, veréis cómo se deslizan hacia adelante. En cambio hacia atrás, salvo que haya demasiada pendiente, aguantan bastante bien sin escurrirse. Eso es porque la suela del esquí tiene unas estrías, como las escamas de los peces, para que hagan fricción y no se vayan hacia atrás, siempre que el peso lo llevéis bien.

Al comenzar, las tablas se les cruzaban por delante y se trababan. Una y otra vez se iban al suelo. A Juanita, la “Espingarda” y a Iñaki, que eran los más altos, y sus esquís más largos, les costó algo más ir cogiéndole el truquillo.

La tarde siguiente empezaron a practicar el ascenso con mayor pendiente.

-Aquí, como las escamas ya no son suficientes para evitar irse hacia atrás, o en el caso de que la nieve estuviese dura, hay que subir de manera diferente. Podéis aplicar dos técnicas: la del “pato”, juntando las colas atrás y abriendo delante como unas tijeras, con lo cual avanzáis como palmípedos. Si la pendiente fuese aún mayor habría que subir en “escalera”: tenéis que poner las tablas perpendiculares a la pendiente e ir progresando abriendo primero la pierna de arriba y luego juntando la de abajo paralelamente. Es como hacer peldaños.

Haciendo “cua-cua” y riendo avanzaban. En cuanto cogieron confianza, los que quedaban rezagados tenían que espabilarse porque los de arriba hacían que se caían y rodaban todos como fichas de dominó.

-Y para bajar, hay que hacer la “cuña” –explicaba, según componía la figura que debían tratar de imitar para hacer la técnica adecuada.

Acababan rebozados en la nieve. Cuando volvían al edificio, antes de nada, tenían que quitarse abrigos, gorros, guantes y botas y dejarlos en el vestíbulo colgados del perchero corrido, preparado a tal efecto, próximo a la calefacción para secar bien el equipo.

El siguiente viernes por la tarde tuvieron otra novedad: reparto de patines de hielo.

-De momento no cojáis los que sean de botines. Esos los reservamos, tal como os dije, para cuando vayáis adquiriendo soltura, hacer baile y figuras artísticas –les dijo Svetlana, la profesora de Educación Física.

-Pero, ¿dónde vamos a patinar? El canal aún no está del todo helado, no aguanta el peso –dijo Aurora, que tenía ganas de aprender para luego poder hacer danza artística sobre hielo.

-Eso es una sorpresa. En un rato lo veréis. De momento vamos a aprender a colocar las cuchillas. Es muy fácil. La zona de la suela de la valenki la apoyáis bien en la plataforma con la cuchilla hacía abajo, claro. El secreto es apretar a tope las correas. Una vez que las hayáis apretado, aunque lo parezca, aún no estarían suficientemente fijas; hay que ganar todavía un punto o dos en todas las correas. Casi tiene que parecer que corta la circulación; pero no os preocupéis, eso no va a pasar. Como la bota os queda amplia y es fuerte, hay holgura suficiente.

De pronto escucharon un camión que entraba a la gran explanada. Enseguida salieron todos corriendo a verlo. Eran los bomberos. ¿A que vendrían?

-Esa es la sorpresa. Ahora veréis.

Sacaron cuatro mangueras y las conectaron a la toma de agua; cuatro de ellos se pusieron en cada uno de los “corners” del campo de fútbol y abrieron las llaves enchufando a todo el campo que se fue cubriendo de agua. En poco rato quedó helada. Nuevamente repitieron la operación  y así hasta cuatro veces para lograr una superficie homogénea de cuatro dedos de grosor.

-Ahora no piséis ahí. Por la noche cuajará del todo y mañana se podrá patinar perfectamente.

El sábado, nada más desayunar, fueron todos rápidamente al campo de fútbol convertido en cristal. Hacía una mañana fría y luminosa. El cielo se reflejaba en el espejo del hielo. Tatiana, la maestra de geometría y aritmética, se calzó unos botines blancos con patín que llevaba en una bolsa de deporte.

-La profesora os va hacer una demostración. Es una gran patinadora
–dijo Svetlana–. El año pasado quedó la segunda en los campeonatos de la comarca en la modalidad de figuras artísticas.

Tatiana tendría unos veinticinco años y una bonita figura, pero les sorprendió conocer esa faceta de la “profe”, tan seria, de esa complicada asignatura. Llevaba una cazadora tres cuartos guateada de color beige. Una falda amplia del mismo color y unos gruesos leotardos de lana.

Primero dio unas vueltas de calentamiento y cambios de dirección. Después unos saltos a poca altura. Una vez que fue entrando en calor, ganaba velocidad y cogía altura en los saltos. Tan pronto parecía un cisne como un ángel. La falda ondeaba, volante, asemejando el foque de un estilizado velero deslizándose por el hielo.

Tras un buen rato paró junto a Alexei Shajlín, profesor de gimnasia de los cursos inferiores, e intercambió unas palabras. El profesor hizo lo mismo que ella anteriormente. Fue a su bolsa de deporte y sacó unos patines de botín negro que se calzó.

Tras el ritual del calentamiento comenzaron a componer figuras conjuntas y acompasar sus cuerpos colaborando con su inercia a aumentar la de su pareja de danza. Al rato Tatiana comenzó a volar de verdad; ya no solo era la apariencia, literalmente volaba y Shajlín la recogía en el aire sin descomponer las figuras, aprovechando el sentido de la caída para componer la siguiente y acelerar una al otro.

Quedaron extasiados, pero Aurora no cabía en sí de admiración. Ella quería aprender para llegar a hacer esos movimientos sublimes.

-Ahora vosotros. ¡A la pista! Todos en la misma dirección para no chocar.

En cuanto accedían al hielo resbalaban braceando para intentar mantener el equilibrio. Los culetazos dolían más que las caídas de esquí, ya que el hielo no amortiguaba el golpe como la nieve. Además, era difícil mantener las cuchillas en vertical, tendían a irse hacia el exterior y los tobillos a juntarse. Las piernas parecían conformar una torpe “equis” antagónica a las bellas figuras que habían admirado momentos antes. Pero cayendo y levantándose, poco a poco, consiguieron dar vueltas sobre la pista. Y un rato más tarde algunos competían a ver quién iba más rápido si bien los competidores no componían atléticas figuras sino espantapájaros rampantes.

A medida que avanzaba diciembre las temperaturas bajaban y las nevadas eran frecuentes y abundantes.

Antes de patinar tenían que limpiar la nieve con palas y luego pasar unos cepillos para que la superficie del hielo quedase pulida.

–Mañana nos vamos a dar una buena paliza a palear. Mira como cae traponeando –le decía Tino a Iñaki.

–¿Cómo traponeando? ¿Eso qué quiere decir?

–Así decimos en Asturias cuando cae como ahora. Ves que no hay viento y flota despacio y con mucha cantidad; los copos se juntan y parecen trozos de vendas o trapos que bajan blandamente -a los vascos les hacía gracia la forma de hablar en bable y les imitaban inventando palabras o cambiando los artículos de posición.

–Mira cómo patina Aladino, “El Genio”, parece que va arreando a “las” vaques –decía Mustafá.

–¡Que no se diz así home! Decía Juanita, la Espingarda. Remarcando, aposta, el asturiano. Se dice “les vaques”.

–¡Calla, calla! Que habláis como aldeanus” –insistía Mustafá.

–No lo intentes que no te entra; en este caso se dice “aldeanos”, igual que en castellano –decía Juanita riendo.

–Pero si el otro día me dijiste que decíais aldeanu ¿en qué quedamos?

–Claro, hombre pero si es singular la “o” se cambia por “u”: en vez de burro, “burru”. Pero si es plural, entonces no cambia: “burros”, para que lo tengáis bien claru.

–Pues vaya galimatías. Podíais poneros de acuerdo con vosotros mismos con “u” siempre o nunca. O sea burros o burrus lo que sois.

–¡Anda zoquete!; quién fue a hablar, si no hay quien os entienda cuan- do os ponéis a parlotear en esa jerigonza de euskera que ye más complicada que el ruso.

***

   

–Mira a ver si queda bien así –le preguntaba Tino a Sabina desde lo alto de la escalera.

–Está algo ladeado hacia la izquierda

–¿Así?

-Vale, así está bien.

Entre varios, estaban decorando un pequeño abeto que cortaron en el bosque y que sujetaron con una base de madera y unos tirantes para que se fijara bien vertical.

En la rama guía, en la parte superior, estaban colocando el cristal de un quinqué inservible que habían pintado de rojo.

¡Parece la punta de la torre del Kremlin!

Colgaron bolas de algodón y trozos de cristales sujetos con cordeles. Los más pequeños habían estado haciendo estrellas de cinco puntas de madera de balsa, que pintaron de diversos colores.

Cuando hacía sol y el viento movía las ramas, relucían los cristales. Por la noche, con luna llena, el árbol parecía iluminarse.

En la clase de ruso aprovechaban las cosas cotidianas para interesarles en el aprendizaje. Ese día giraba sobre el árbol de Navidad, que era una novedad para ellos.

Explicaba Paulovaina, otra de las profesoras de ruso:

-Aquí no es costumbre poner nacimiento, como en España. Pero no  es por el problema de la religión. En los países nórdicos no se conoce esa usanza. La tradición es el árbol de Navidad. Nosotros no celebramos la Nochebuena y la Navidad. En la Casa sí, por respeto a vuestra tradición, y haremos fiesta. Como aquí viene de la religión ortodoxa,  la natividad se celebra en enero. Las fiestas comienzan con el fin de año. Lo del árbol de navidad viene de muy antiguo. Las referencias escritas nada menos que del siglo XIII, y el origen se lo disputan dos ciudades del Báltico: Tallín y Riga. El abeto es el árbol más utilizado, ya que las agujas que son sus hojas se mantienen verdes largo tiempo. La costumbre más antigua, que ya se ha perdido, es dejarlo hasta que se seque y luego quemarlo. Por eso ahora se ponen cristales y luces: para que brillen como el fuego. –La profesora continuó su explicación–: he estado investigando sobre el árbol en vuestro país. Aunque no es usual, en algunos sitios, sí se pone. Por eso Sabina, que es de Madrid, lo ha visto en alguna de sus calles. Está documentando que una princesa rusa, Sofía Tranbetzkoy, se casó en 1870 con el marqués de Alcañices, don José Osorio, y en el jardín del Palacio de Alcañices, que según esos documentos estaba en el Paseo del Prado esquina con Alcalá, mandó instalar en navidad un gran abeto decorado que causó sensación en la Corte y a partir de entonces se extendió, aunque tímidamente.

-¿Y los Reyes Magos?

-Aquí no se conocen más que de oídas.

-Entonces, ¿en Rusia se celebra Papá Noel?

-No exactamente. Pero tenemos otros personajes sobre los que no os voy a hablar porque tendréis una sorpresa que veréis en unos días. No digáis nada, sobre todo a los más pequeños, que lo van a disfrutar igual que si fuesen los Reyes Magos.

El día 1 de enero de 1938 no tuvieron clases. No hubiesen tenido de todas formas porque era sábado. Pero además, el primero de año también es festivo en la URSS.

Cuando estaban acabando de desayunar, se quedaron boquiabiertos. Entró un hombre mayor con una barba blanca que le llegaba a la cintura.

Llevaba un abrigo de color rojo hasta las rodillas y unas mangas colgándole casi hasta el suelo aunque, gracias a una apertura a media altura, sacaba sus manos que sujetaban una bonita caja. El casquete era de piel saturado de adornos de brillantes telas y brocados. A su lado iba una chica muy joven, rubia, con el cabello dorado asomando por el gorro; este era de color azul al igual que el vestido, ambos con muchos adornos. El tocado tenía una franja blanca alrededor de pelo de armiño o de visón. En sus manos llevaba un conejo blanco que parecía estar acostumbrado a que le llevara en brazos. Detrás de ellos, los auxiliares de la casa fueron introduciendo gran cantidad de cajas.

-Os presentamos a Diet Marós y a su nieta Snigúracha. En nuestro idioma serían “El Abuelo Invierno” y “La Chica de las Nieves”. Fueron besándoles uno a uno a la vez que repartían los juguetes. Para los más pequeños muñecos, caballitos de cartón; para los medianos matrioskas; rompecabezas con el Kremlin o la fortaleza de San Pedro y San Pablo y cuentos. Para los más mayores libros con postales y de cuadros del Hermitage: toda una fiesta de primeros de año. Los cuentos y libros eran regalos de la editorial infantil Detgiz.

El lunes, en la clase de gramática y lengua, el tema versó sobre el origen etimológico de las palabas y el sentido del lenguaje, tomando a Diet Marós y Snigúracha como referencia.

–El primero, aunque en español literal sería “Abuelo Frío” aquí se en- tiende como Abuelo Invierno, pero también como Abuelo del Hielo. Y el nombre de ella, su nieta, viene de sneg (nieve). Algo así como “Chica de las Nieves”. Habréis visto que el abuelo viste de rojo. Eso es en los últimos años. Lo tradicional es azul, como la nieta. El azul se asocia al frío, al hielo. Y por cierto el rojo, en ruso, también se traduce como “muy bonito” o “precioso”. Por ejemplo la Plaza Roja, que es como se ha traducido literalmente en español la del Kremlin, para nosotros sería la “Plaza Preciosa”. No lo asociamos tanto al color predominante en sus edificios como a su estética y composición.

–¿Y entonces el Abuelo de las Nieves no es el mismo que el Papá Noel de los franceses? –preguntó José Lasarte, que por ser de una ciudad tan próxima a la frontera con Francia como Donostia conocía los hábitos de aquel país, de igual manera que en el País Vasco Francés también se celebran los Reyes Magos.

–No es el mismo –contestó el profesor. La procedencia de ambos personajes mitológicos no tiene nada que ver, aunque con el paso del tiempo es probable que se acaben identificando.

***

 
   

dibujo 2El día 6 de enero, Reyes Magos en España, los maestros españoles les habían pedido que hiciesen dibujos cada uno de lo que quisieran en una cartulina y pusieran su nombre. Hicieron un sorteo en cada clase y cada uno recibió el regalo de la lámina que le tocó. El agraciado o agraciada tenía que dar un abrazo de agradecimiento por el regalo al firmante del suyo.

Pero Tino tuvo otro regalo inesperado. El correo trajo para él una carta. Cuando le llamaron cogió el sobre con mano temblorosa pensando que sería de su madre. No lo era, pero aun así, le emocionó que le escribiera Lola. (Dibujo de Rosita Corral | AGE-Fondos BNE)
 

 
   

Eupatoria, 15 de diciembre de 1937 Querido Tino,

Recibí tu dirección y me gustó recibir tu carta. Un poco escueta pero mejor que nada, no estaba segura de sí te acordarías.

Estoy en un hospital cuidando a los niños españoles que llegaron más delicados de salud, casi todos van mejorando, pero hay tres niños y dos niñas que me preocupan.

Pronto llegarán las Navidades y paso muchas horas tejiendo. Quiero terminar un jersey para cada uno de ellos y regalárselo en Reyes.

He recibido carta de mi hermana y está bien. Ojalá hayas tenido noticias de tu familia.

Los ucranianos nos tratan bien. Alguno en concreto no te digo que no quiera tratarme todavía mejor y, no te creas, que es bastante guapo. Pero menos de lo que vas a ser tú cuando crezcas. Además, de rusos y ucranianos no quiero saber nada, que espero que pronto podamos volver a España y no quiero tener ataduras aquí.

Escríbeme siempre que quieras; yo también lo haré; espero no ser pesada, pero cuéntame cosas.

Saludos de mi parte a doña Enriqueta, don Pablo y al Sr. Arregui y los demás maestros que vinieron en barco. Y sobre todo a Olvido, que me cayó muy bien. ¿Está de cocinera? Ya me contarás.

Casa de Niños Españoles n 16. Sovietscaya s/n Eupatoria−Crimea

 

Lola.


Glosario
Página legal

Capítulo 21

Pisaré sus calles nuevamente. Todos los capítulos publicados
Novela histórica de Pablo Fernández-Miranda de Lucas, por entregas en Nuevatribuna

Capítulo 22 Txíscovo-Moscú. Noviembre de 1937-marzo de 1938