sábado. 20.04.2024

Érase una vez un rey

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Érase una vez un rey que reinaba en un país que empezó a vislumbrar colores después de largas décadas de blanco y negro. Un país que dejó en manos de la monarquía parlamentaria su forma de gobierno: un sistema representativo con un rey que ejerce de jefe de estado y que asume el control de los poderes ejecutivo y legislativo; en definitiva un rey que reina pero no gobierna aunque puede hacer otras muchas cosas y algunas “no del todo adecuadas”. Un monarca amigo de los jeques del golfo, que fue designado por un dictador y que en los primeros tiempos de su reinado aglutinó loas y alabanzas de propios y ajenos. “El jefe del Estado ha sido una pieza decisiva en el difícil equilibrio político establecido en este país y lo sigue siendo. Él ha desempeñado el papel de bisagra”, Santiago Carrillo dixit.

¿Aprueba el Proyecto de Constitución?

Es irrefutable que la monarquía es un sistema político basado en el origen divino del poder que potencia los privilegios hereditarios pero, también es irrefutable, que el 88,54% de los votantes consultados el 6 de diciembre de 1978 contestó sí a la pregunta ¿Aprueba el Proyecto de Constitución?; proyecto que asumía la modalidad parlamentaria de la monarquía como forma de Estado; quizá porque como reconoció Miquel Roca “La Monarquía es la vía más rápida hacia la democracia con los menores costos”.  Más allá del debate sobre monarquía o república, inevitable por mucho que algunos se empeñen en no reconocerlo, considero que ahora lo prioritario es sobreponernos a esta pandemia devastadora que nos ha tocado vivir y que se acompaña de una grave crisis económica, sanitaria y social; sin que ello sea óbice para que la justicia, que tiene que ser igual para todos, siga su curso.

Había una vez un circo

Cantaban los payasos de la tele aquello de “había una vez un circo que alegraba el corazón” pero el circo actual, en su acepción coloquial de confusión, desorden o caos, que rodea la figura de Juan Carlos de Borbón, nuestro ”campechano” rey emérito, no alegra precisamente el corazón. Durante décadas el pacto de silencio tejido y aceptado por la prensa en torno a sus idas y venidas, amistades más o menos convenientes y andanzas sentimentales, le permitió hacer y deshacer a su antojo y forjarse una imagen de monarca cercano, simpático, ajeno a los placeres sibaritas, un hombre sencillo que disfrutaba con el plato de huevos estrellados que se comía en el restaurante plebeyo por todos conocido. Sin embargo hay voces que desmienten esta cercanía y jovialidad: “El rey Juan Carlos, a pesar del estereotipo que de él han fabricado durante tantos años los medios de comunicación nacionales, no es para nada un hombre campechano, simpático, jovial, educado y muy accesible para el común de sus súbditos”. (Amadeo Martínez Inglés: “Juan Carlos I. El último Borbón”.)

Gable en Mogambo

La muerte de un desafortunado elefante marcó el inicio del declive de un  monarca que “vivía a cuerpo de rey”. El Borbón se había ganado el beneplácito de los que, aún sin considerarse monárquicos, se definían como “juancarlistas”, pero desde la publicación de la fatídica foto en que la que posaba orgulloso, rememorando el estilo Gable en Mogambo, al frente de la pieza abatida en el delta del Okavango el 11 de abril de 2012, año en que los mayas predijeron uno de los tantos finales del mundo, algo cambió. En aquel viaje a Botsuana, Juan Carlos, acompañado de su inestimable amiga Corinna Larsen y de su hijo, sufrió una de sus múltiples caídas. Unos días después, de regreso en España, tuvo que ser intervenido quirúrgicamente, para la implantación de una prótesis de cadera; percance del que los españoles tuvimos noticia una vez realizada la intervención.

“Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir”, dijo al más puro estilo de la doctrina católica, haz lo que quieras, pide perdón y todo olvidado. Lo cierto es que aquel suceso fue el inicio del sendero que le llevó a la abdicación. Con el “caso Nóos” en plena efervescencia, la Reina Sofía acudió a visitarlo al Hospital USP San José acompañada por Iñaqui Urdangarín (exduque de Palma posteriormente condenado en febrero de 2017, por prevaricación, malversación, fraude, tráfico de influencia y dos delitos fiscales). Apenas unos meses después, en abril de 2013, una encuesta del CIS desvelaba que la valoración de los españoles sobre la institución monárquica había bajado del 7,48 sobre 10 al 3,68. Valoración realizada antes de publicarse que el campechano y cercano Juan Carlos I, retiró en efectivo de una cuenta secreta cantidades ingentes de dinero y que tan sólo en el año 2010 sacó 1,5 millones de euros de la fortuna secreta que mantenía en Suiza, mientras los españolitos de a pie nos apretábamos el cinturón hasta hacer desaparecer la cintura. “Juan Carlos I como Jefe de Estado ha sido impecable, ha sido leal con el nuevo sistema, pero sin embargo, en otros aspectos, no ha sido un rey ejemplar, especialmente en el ámbito de los negocios”. (José García Abad).

“Para todos”

Ni la abdicación, ni el abandono de la vida pública y de sus atribuciones representativas o la renuncia a la herencia por parte de Felipe VI, así como la no asignación al rey emérito del presupuesto consignado a la Casa Real, son medidas suficientes para hacer frente a la sombra de la investigación abierta en Suiza. Pero no hay motivo de preocupación, porque tal y como dijo el entonces rey reinante en uno de sus mensajes navideños: "afortunadamente vivimos en un Estado de Derecho y cualquier actuación censurable deberá ser juzgada y sancionada con arreglo a la ley. La Justicia es igual para todos".  Que se cumplan sus deseos ¿majestad?: “Para todos”.

Érase una vez un rey