jueves. 18.04.2024

¡Y votar! ¡Y votar! ¡Y votar!

Se dijo a bombo y platillo que la fragmentación obligaría a las fuerzas políticas a entenderse y profundizar en la cultura del acuerdo que había enterrado el bipartidismo

Es asombrosa la insistencia en tratar el fenómeno de la fragmentación como algo  irreversible y saludable para la política, en particular para la política española. Al tiempo que se magnifica  este fenómeno, no parece detectarse con claridad ninguna de sus supuestas bondades.

Se dijo a bombo y platillo que la fragmentación obligaría a las fuerzas políticas a entenderse y profundizar en la cultura del acuerdo que había enterrado el bipartidismo.

Se dijo con la misma rimbombancia que las nuevas fuerzas políticas serían un soplo de aire fresco y regenerador en un momento en el que la corrupción generalizada era la mejor expresión del agotamiento del ciclo político que inauguró la transición del 78.

La sociedad española en su conjunto tiene verdadera afición por la pelea, por fortuna, puesto que como vamos sabiendo al contrario de lo que opinaba Clausewitz la política es la continuación de la guerra por otros medios

Se dijo en definitiva que se abría un nuevo escenario que nos acercaba a Europa y a sus usos y costumbres en cuanto a su modo de tejer alianzas, construir consensos, alcanzar grandes coaliciones y un sinfín de buenos augurios.

Cerraba el círculo de la beneficiosa teoría de la fragmentación, la inteligencia de los ciudadanos que con su voto obligaban a las fuerzas políticas a dialogar y a entenderse.

Ocurre que transcurridos 5 años largos desde que se hicieran estos pronósticos han sido numerosas las citas electorales y los ciudadanos hemos tenido sobrada información de quienes eran nuestros representantes y de su manera de comportarse en política y a pesar de ello, hemos seguido votando fragmentación ¿Cómo se entiende?

Fácil, los españoles hemos votado fragmentación y probablemente lo sigamos haciendo justo por lo contrario de lo que proclamamos tan apesadumbradamente, es decir, no para que se pongan de acuerdo sino  para que se sigan peleando.

Cuesta creer que de repente la clase política sea una malformación, un tumor de diagnóstico desconocido que le ha salido a un cuerpo que gozaba de una salud excelente.

La sociedad española en su conjunto tiene verdadera afición por la pelea, por fortuna, puesto que como vamos sabiendo al contrario de lo que opinaba Clausewitz la política es la continuación de la guerra por otros medios. De ahí, la enorme irresponsabilidad  de arremeter contra todo lo que proviene de la política sin distinción alguna, una moda que al parecer sienta bien a todo el mundo. Pero cuidado porque la pregunta que nadie parece querer formular ni en público ni en privado es ¿Y después de la política, qué? Clausewitz dio la respuesta.

En este punto, es interesante observar como los medios han interpretado a la perfección esta vocación por la trifulca de la sociedad española y mientras apelan a la cordura y la responsabilidad de “los políticos” lo hacen desde un inmenso plató presidido por la bronca, la descalificación y una agresividad en aumento. Ellos sí parecen haber alcanzado un pacto de Estado con un único objetivo; que el derecho a la información se transforme en un espectáculo de luz y sonido.

Por tanto, no parece que con este panorama el fin de la fragmentación esté cercano, porque a pesar de no haber aportado absolutamente nada a nuestros problemas de convivencia, ni de haber insuflado ningún nuevo aire a nuestras estructuras más envejecidas lo cierto es que la seguimos necesitando para que se sigan peleando.

En términos políticos y sociales la sociedad española, juntas con otras sociedades europeas, la italiana, la inglesa, la francesa, son todavía sociedades deprimidas por el impacto de la crisis en sus distintas modalidades, sociedades que continúan elaborando su duelo y ensayando fórmulas de todo tipo, algunas ciertamente extravagantes, buscando recuperar la estima que necesitan para mirar el futuro con algo más de optimismo. Por una vez, no solo inventan ellos.

Será interesante comprobar si en esta nueva convocatoria electoral se produce una cierta reagrupación del voto en bloques que module la fragmentación y despeje la cancha, en estos momentos muy embarrada, o por el contrario continua la fragmentación política tan celebrada y tan inoperante.

¡Y votar! ¡Y votar! ¡Y votar!