sábado. 20.04.2024

Señores del Procés: cuanto peor, mucho peor

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Decía el reputado periodista republicano Roberto Castrovido -director de El País entre 1907 y 1921, en que lo cerró la monarquía a base de multas gubernativas- que había que estar siempre con los catalanes que combatían a la oligarquía catalana

A estas alturas del partido y visto lo visto, nada se puede esperar de la derecha española que bebe en el franquismo y en las teorías más reaccionarias que han surgido o anidado en Europa gracias a la ausencia secular de una verdadera revolución democrática que hubiese proscrito las ideas y las aspiraciones de los cavernícolas. La derecha española -da igual llamarla ultraderecha, es lo mismo- sólo ha cogido del mundo moderno el ultraliberalismo económico nacido en Viena y perfilado en Chicago, todo lo demás es viejuno, rupestre, cruel, clasista, refractario y antipatriota, porque el patriotismo es amar a las personas que habitan tu país, querer su bienestar, no a las banderas, no a los de tu clase social, no a los privilegiados que llevan siglos viviendo del privilegio sobre la necesidad de la inmensa mayoría. Por tanto, nada que objetar a su actuación ni a su voto en el debate de los presupuestos, son como son y la única manera de vencerlos en votando a otros, a quien sea, menos a ellos, que son la negación de la honrandez, de la ética y de la solidaridad.

Decía el reputado periodista republicano Roberto Castrovido -director de El País entre 1907 y 1921, en que lo cerró la monarquía a base de multas gubernativas- que había que estar siempre con los catalanes que combatían a la oligarquía catalana, tan perversa o más que la del resto del país porque tenía mucho más dinero y conexión directa con la monarquía, advirtiendo que del combate que los trabajadores libraban en Cataluña contra esa parte ultraderechista de la burguesía catalana vendría el progreso y la libertad de España. Había que apoyar a los trabajadores catalanes, había que extender sus protestas por todo el país, había que luchar contra esa oligarquía brutal que había impuesto un arancel a las importaciones para proteger su producción y matar de hambre a miles y miles de personas en todo el Estado. Desgraciadamente, hoy esto no existe. Como en otras partes del mundo la clase trabajadora ha perdido conciencia y ha ganado en incivilidad y mansedumbre, dejándose llevar al huerto por quienes causan sus males. Participando en movimientos “transaversales” en los que no tiene nada que ganar y si mucho que perder. 

Comparto muy pocas cosas con Pedro Sánchez y su Gobierno, un Gobierno que no ha dudado en reconocer a un presidente proclamado por Estados Unidos como máxima autoridad de Venezuela, sin tener en cuenta que ponerse a las órdenes de un mentecato como Trump ya no da réditos, sin considerar que quienes se alzan como legítimos representantes de la nación venezolana son la reacción que ha gobernado en América Latina durante dos siglos negando a sus países el progreso y la justicia, vendiendo a sus patrias al ocupante de turno de la Casa Blanca y a su nomenclatura. Un error, un inmenso error que tira por los suelos la labor decente que hasta ese momento había hecho Rodríguez Zapatero. Sin embargo, una cosa es que comparta pocas cosas con el actual presidente del Gobierno y otra es que desee que sea sustituido de inmediato por un Ejecutivo integrado por Casado, Rivera y Abascal, tres personajes metidos en una carrera desenfrenada para demostrar quién es más facha de los tres, quién dice el mayor disparate, quién es capaz de liarla más gorda. Un Gobierno compuesto por los partidos a que representan esos tres individuos supondría el regreso de España a la época más oscura de su historia, la liquidación completa de los servicios públicos esenciales, el blindaje de privilegios, privatizaciones y externalizaciones, el incremento exponencial del belicismo interior y la represión en todos los órdenes, la degradación absoluta de la convivencia y la consolidación de la corrupción como sistema político válido e inamovible. 

Los presupuestos presentados por Sánchez, que no tenían ningún sesgo marxista, suponían recuperar la Ley de Dependencias que paralizó Mariano Rajoy al dejarla sin financiación, la revitalización del Sistema Nacional de Salud -a punto de saltar por los aires por falta del personal y de los medios materiales de que disponía antes de la llegada del Partido Popular al poder del Estado y de Convergencia al de Cataluña-, al que se destinaban importantes cantidades de dinero, de las universidades esclerotizadas, de la educación pública y de las pensiones, aportando además sumas muy considerables a las arcas de las comunidades autónomas más asfixiadas por los recortes. 

Pues bien, ante esos presupuestos de marcado carácter social, el Partido Democrático de Cataluña -la derecha cerril catalana, católica, provinciana, egoísta, mediocre, privatizadora y tontiloca- y Esquerra Republicana de Cataluña -que dicen ser el mismo partido de Lluis Companys, ni a la suela de los zapatos- decidieron votar en contra alegando que el Gobierno central no había negociado nada y que estábamos igual que antes, cosa a todas luces falsa porque llevan siete meses hablando en diversas mesas de todo lo divino y lo humano. Ahora para negociar, hay que ceder y si no se está dispuesto a ceder de las posiciones maximalistas mejor quedarse en casa a jugar al julepe o cocinando una escuedella i carn d'olla, que es un plato riquísimo que alimenta sólo con verlo. 

Al votar contra los presupuestos de Sánchez y abocarnos a elecciones anticipadas, los independentistas catalanes han unido sus fuerzas a la extrema derecha estatal, provocando que todos aquellos servicios públicos deteriorados para privatizarlos por los gobiernos derechistas, se queden sin financiación, que miles y miles de personas mayores sigan solas en sus hogares sin asistencia de ningún tipo, que las escuelas públicas se caigan a trozos mientras se sigue dando cantidades ingentes a los colegios confesionales que tanto gustan a Abascal, Rivera, Aguirre, Aznar, Casado, Puigdemont, Junqueras, Rovira, Mas y Artadi, que las universidades sigan contratando profesores asociados por trescientos euros al mes, que no se articule un plan para asegurar el futuro de las pensiones que los ultras quieren privatizar, que las comunidades autónomas y los ayuntamientos sigan sin poder salir del hoyo en el que cayeron tras la explosión de la burbuja-estafa financiero-ladrillera. 

Eso, y mucho más, es a los que nos condenan los señores de la burguesía catalana que sueñan con ser la nueva Suiza europea, cuando en Europa ya no debiera haber ninguna suiza. Para mi, eso si es un acto de traición, de traición a la tradición histórica catalana, de traición al progreso y la justicia, de traición a la solidaridad y a la fraternidad, a los necesitados, a los derechos humanos y de amor a la España más ruin y repulsiva. No, señores del procés, cuanto peor, mucho peor para todos. Ya lo verán, ya lo veremos.

Señores del Procés: cuanto peor, mucho peor