sábado. 20.04.2024

Oligarquía y caciquismo, raíces de los males de España

Como en la otra Restauración, hay una España ajena a la oligarquía y el caciquismo, preparada, luchadora, consciente, honrada, trabajadora, insobornable...

En 1901, Joaquín Costa publicaba uno de los libros más notables de la historia contemporánea de España: “Oligarquía y caciquismo como la forma actual de Gobierno en España”. En un fragmento de ese texto tan fundamental como actual, el genial regeneracionista aragonés, tan poco leído como mal iterpretado, escribía: No he de aconsejar yo que el pueblo de tal o cual provincia, de tal o cual reino, se alce un día como ángel exterminador, cargando con todo el material explosivo de odio, rencores, injusticias, lágrimas y humillaciones de medio siglo, y recorra el país como en una visión apocalíptica, aplicando la tea purificadora a todas las fortalezas del nuevo feudalismo civil en que aquel del siglo XV se ha resuelto, diputaciones, ayuntamientos, alcaldías, delegaciones, agencias, tribunales, gobiernos civiles…, y ahuyente delante de sí a esas docenas de miserables que le tienen secuestrado lo suyo, su libertad, su dignidad y su derecho, y restablezca en fiel la balanza de la ley, prostituida por ellos; yo no he de aconsejar, repito, que tal cosa se haga; pero sí digo que mientras el pueblo, la nación, las masas neutras no tengan gusto por este género de epopeya; que mientras no se hallen en voluntad y en disposición de escribirla y de ejecutarla con todo cuanto sea preciso y llegando hasta donde sea preciso, todos nuestros esfuerzos serán inútiles, la regeneración del país, será imposible. Las hoces no deben emplearse nunca más que en segar mieses; pero es preciso que los que las manejan sepan que sirven también para segar otras cosas, si además de segadores quieren ser ciudadanos; mientras lo ignoren, no formarán un pueblo; serán un rebaño a discreción de un señor; de bota, de zapato o de alpargata, pero de un señor. No he de aconsejar yo que se ponga en acción el “colp de fals” de la canción catalana, ahora tan en boga, tomando el ejemplo de la revolución francesa por donde mancha; pero sí he de decir que en España esa revolución está todavía por hacer; que mientras no se extirpe el cacique, no se habrá hecho la revolución". Pese al paso del tiempo, más de un siglo, los males de España eran muy parecidos a los que hoy aquejan a sus ciudadanos, con el añadido del poder militarista, el hambre y el analfabetismo generalizados, estos dos últimos en avanzado estado de regreso, el primero, ya veremos.

El sistema ideado por Cánovas del Castillo, un malagueño tan inteligente como malvado y cínico que llegó a proponer como primer artículo de la Constitución que él mismo preparaba aquello de “Es español todo el que no puede ser otra cosa”, se basaba en las dos palabras que daban título al libro de Costa: Una oligarquía, camuflada bajo fórmulas aparentemente parlamentarias, que se perpetúa y se sucede en el poder gracias a una extensísima red de caciques, aproximados, clientes, allegados y compinches repartidos por todo el país y agrupados en torno a los dos partidos del régimen, el conservador y el liberal, dejando fuera a cualquier fuerza política, social o económica que no admitiese que las cosas eran así porque no podían ser de otra manera, es decir a la inmensa mayoría. El sistema funcionó durante unos años, quizá más allá del asesinato de Cánovas, de la pérdida de las colonias, de la Regencia, hasta que Alfonso XIII lo empeñó en el avispero de Marruecos y sobrevinieron la Semana Trágica, el Desastre de Annual y el Expediente Picasso, que acusaba al monarca de ser el máximo responsable de la muerte de miles de españoles en el norte de África.

Durante aquel periodo, casi cincuenta años, los presidentes de los distintos gobiernos, Romanones, Dato, Allendesalazar, Toca, García Prieto, cesaban en sus cargos y pasaban directamente a una de las grandes empresas del país, Minas del Riff, Unión de Explosivos, Ferrocarriles, Trasatlántica, Bancos, llevándose consigo a Subsecretarios, Secretarios, Directores Generales, diputados y funcionarios cesantes más próximos. No había problema alguno, se estaba en el Gobierno para hacer negocio, se salía de él para continuarlo, la guerra de Marruecos no era más que un apartado más del espectro mercantil diseñado desde el poder por quienes sólo estaban en él para acrecer sus fortunas y asegurar un futuro secular. De hecho, salvo por algunos periodos en que la libertad de prensa brilló de verdad, la primera Restauración fue el regreso al Antiguo Régimen de un país que no había salido de él al no haber concluido nunca ni la revolución burguesa ni la democrática. Los mismos apellidos –con algún añadido burgués en busca de blasones como los condes de Güell o de Godó- de los gobiernos de entonces formaban parte de la Corte desde tiempo inmemorial.

La segunda Restauración borbónica en un siglo, acaecida en 1975 tras la muerte del genocida Franco, se basó en un pacto no escrito mediante el cual se creaba otro turno pacífico en el poder con la novedad de que en las nacionalidades históricas se podían montar sistemas sui generis paralelos. No se puede negar que entre las primeras elecciones de 1977 y las que llevaron en 1996 a José María Aznar al poder, España vivió un singular periodo de libertad y progreso que permitió acabar con la emigración secular, universalizar la asistencia sanitaria y las pensiones y ampliar derechos que hoy se cuestionan y se limitan de forma gravísima. Sin embargo, las verdaderas clases dirigentes –también con añadidos procedentes del éxito mercantil- continuaron siendo casi las mismas, apenas se tocó a la judicatura, ni a la iglesia –antes al contrario, se le fueron cediendo parcelas presupuestarias cada vez mayores-, ni a la banca, de modo que el modelo productivo apenas se ha modificado, llegando a la locura más disparatada con el ladrillazo propiciado por Aznar, Rajoy, Rato y toda la nomenclatura financiero-industrial del país, de todo el país, incluso de la Unión Europea.

Se hicieron, qué duda cabe, algunos esfuerzos encomiables, como la creación de magníficas universidades en todo el territorio –hecho muy criticado por quienes hoy mandan y dan licencias y licencias a la universidades católicas que crecen por todo el país como níscalos después de las lluvias otoñales-, pero no se dio el paso siguiente, propiciando que, al igual que en la otra Restauración, la política continuase siendo para muchos una cosa doméstica, un instrumento para el medro y el chanchullo que fuere bajo la protección de la inmunidad parlamentaria y de la “pasividad” judicial. Del Consejo de ministros se pasa a Gas Natural, Repsol, Telefónica, Endesa, Iberdrola, Red Eléctrica, Aguas de Barcelona y tantas otras empresas de carácter necesariamente público que fueron privatizadas para que el beneficio seguro que proporcionaban pasase a engrosar las cuentas corrientes de particulares muy bien encajados en el régimen en vez de al Erario, que somos todos. El trasvase entre los cargos ministeriales y los bancarios se ha vuelto algo tan normal que ya nadie se inmuta porque el ministro de tal ramo pase a la dirección de tal banco o viceversa. Es decir, el actual régimen ha degenerado hasta llegar a ser algo muy parecido –pónganse las distancias que se quieran- al de la Restauración canovista, un régimen endogámico dónde el mérito no importa sometido como está al imperio de los logreros mediocres y aduladores. Y esto, con ser gravísimo, no es lo peor, lo peor es que ha contaminado a todo el sistema productivo: Bancos, eléctricas, gasistas, telefónicas, petroleras no serían lo que son sin la imprescindible ayuda de los sucesivos gobiernos, sin la libertad que se les da para atropellar derechos y caudales de los ciudadanos, sin las decisiones que les permiten actuar como verdaderos oligopolios con tendencias naturales al monopolio; lo peor es que los poderes actúan contra el interés general dentro de una burbuja, perfectamente custodiada por miles de guardianes de la porra sin identificar, desde la que dictan las normas más ultraconservadoras y reaccionarias que pensarse puedan para perpetuar un sistema que está hundiendo al país y, sobre todo, a quienes lo habitan y sufren.

Hoy sabemos que pagamos cuatro veces lo que vale la luz; que los bancos –después de haber montado la que han montado sin que ninguno de sus responsables esté en la cárcel- compran el dinero al 1 y lo venden al 10 a los particulares; que el agua –pregúntenle a Fainé, al ministro y al conseller el gran golpe que preparan al respecto- se va a convertir, privatizada, en uno de los grandes negocios del futuro; que vamos a vivir más según nuestra cuenta corriente; que nuestros hijos podrán tener futuro si sus padres tienen millones para costearles estudios para que trabajen en las empresas o los ministerios familiares; que se condena antes y mucho más rigurosamente a quien roba comida en un supermercado que a quien se carga la segunda caja de ahorros del país; que un señor puede seguir presidiendo un gobierno después de conocerse toda la basura difundida por su empleado el innombrable Bárcenas; que se pagan millones por informes hídricos copiados de El Rincón del Vago; que aquí, a los de la casta, sean de Mallorca, Barcelona, Málaga, Madrid, Pamplona o Murcia no les pasa nada hagan lo que hagan, pero también, que ni usted ni yo podemos más, porque el peso y el hedor que despide tanta miseria y tanto miserable se ha hecho absolutamente insoportable.

Como en la otra Restauración, hay una España ajena a la oligarquía y el caciquismo, preparada, luchadora, consciente, honrada, trabajadora, insobornable, capaz como quien más, vital, emprendedora de verdad, solidaria y libre que terminará imponiendo su razón y su verdad, la razón y la verdad. No les quepa la menor duda. Esto de ahora, ya es pasado.

Oligarquía y caciquismo, raíces de los males de España