jueves. 28.03.2024

El manifiesto de los persas

foto colon2
Manifestación en la madrileña Plaza de Colón en Madrid en febrero de 2019.

En 1814 andaba la nación española intentando despojarse de los andrajosos restos del pasado absolutista que la invasión napoleónica ni quiso ni supo abolir, inmersos los franceses en el expolio y la destrucción del patrimonio artístico del país y en la persecución de los constitucionalistas de Cádiz. Tras el Tratado de Valençay, Fernando VII decidió regresar a España para recuperar el trono con el apoyo francés, sin embargo no viajó directamente a Madrid sino que antes visitó Figueras, Gerona, Zaragoza, Teruel y Valencia, donde el general Elío, muy comprometido con el Antiguo Régimen, puso a su disposición al ejército y le entregó el conocido como Manifiesto de los Persas, un escrito firmado por sesenta y nueve diputados reaccionarios de las Cortes de Cádiz en el que pedían al rey la vuelta al absolutismo por ser el verdadero régimen de libertad y derecho de España al reposar sus fundamentos en la ley divina: “La monarquía absoluta -decían- es obra de la razón y de la inteligencia. Está subordinada a la ley divina, a la justicia y a las reglas fundamentales del Estado: Fue establecida por derecho de conquista o por sumisión voluntaria de los primeros hombres que eligieron sus Reyes. Así que el Soberano absoluto no tiene facultad de utilizar sin razón de su autoridad (derecho que no quiso tener el mismo Dios) por esto ha sido necesario que el poder soberano fuese absoluto, para prescribir a los súbditos todo lo que mira al interés común, y obligar a la obediencia a los que se niegan a ella... El remedio que debemos pedir, trasladando al papel nuestros votos y el de nuestras provincias, es con arreglo a las leyes, fueros, usos y costumbres de España. Ojalá no hubiera materia harto cumplida para que V. M. repita al reino el decreto que dictó en Bayona y manifieste la necesidad de remediar lo actuado en Cádiz, que a este fin se proceda a celebrar Cortes con la solemnidad, y en la forma que se celebraron las antiguas, que entre tanto se mantenga ilesa la Constitución española observada por tantos siglos, y las leyes y fueros que a su virtud se adoptaron, que se suspendan la Constitución y los decretos firmados en Cádiz y que las nuevas Cortes tomen en consideración su nulidad, su injusticia y sus inconvenientes...”.

manifiesto persas

Las Cortes de Cádiz reservaban al rey el poder ejecutivo, dejaban el legislativo a las Cortes y declaraban que la soberanía residía en la nación. Un rey moderno, sensible, amante de su pueblo, habría comprendido que los tiempos habían cambiado, que la tímida separación de poderes expuesta en Cádiz habría servido para asentar sobre nuevos y más fuertes cimientos a la monarquía, sin embargo, optó por lo que siempre había hecho, por traicionar a su pueblo y encaramarse a la tradición absolutista para defender sus intereses, la aristocracia, el clero y el ejército fiel, de modo que el 4 de mayo de 1814 promulgó un decreto por el que se suprimía la Constitución de 1812, se disolvían las Cortes y se restauraba el absolutismo, volviendo España a retroceder a la oscuridad del periodo anterior a la revolución francesa. Se inició un periodo de persecución política y de calamidades económicas que llevaron a los nuevos mandatarios franceses -ya vinculados a la Santa Alianza-, a pedirle moderación en la persecución y ecuanimidad en sus decisiones, reclamándole reformas para evitar nuevos levantamientos populares contra su persona. Fernando VII hizo caso omiso.

Quienes firmaron el Manifiesto de los Persas y quienes lo apoyaron con las armas, la pluma, los sermones o el dinero fueron los mismos que a lo largo de la historia de España se levantaron contra cualquier intento reformista, liberal, progresista, justo; los mismos que desde los periódicos, los púlpitos, los cuarteles o los cortijos siempre defendieron que tranquilidad viene de tranca, que los privilegios no se tocan, que el código penal se aplica a los pobres y el civil, raramente, a los ricos, los mismos que han querido ver atados los destinos de España a un falso concepto de tradición vinculado a las gestas y desastres protagonizados por una determinada clase social que ha utilizado secularmente el nombre de España para defender sus intereses más espurios y criminales. 

Decían los “persas” que el absolutismo era un régimen mucho más libre y justo que el republicano porque el rey absoluto, al proceder su poder directamente de Dios, sería infalible y sólo procuraría el bien de su pueblo por la iluminación divina, mientras que el poder republicano, sólo vinculado a los hombres, tendría siempre la falibilidad consustancial a la especie desde el pecado original. La libertad no consistía en dejar elegir al pueblo, sino en que este fuese capaz de entender la Majestad y el origen de la misma, para de ese modo conseguir, gracias a las justas decisiones del rey absoluto y a la obediencia ciega del pueblo, las más altas cotas de felicidad.

PP, Vox y en cierto modo C's, que no sabe ahora mismo para donde tirar, decidieron desde el primer momento que el Gobierno era ilegítimo y que contra él cabe todo

Ha pasado mucho tiempo desde aquel nefasto manifiesto que propició la entrada de Fernando VII en Madrid para negar de nuevo la posibilidad del progreso al país y demostrar que cualquier intento democrático que tuviese lugar en el futuro podría ser barrido de un escobazo. Doscientos años que no han servido para evitar que en nuestros días esté sucediendo un episodio parecido: El Partido Popular, Vox y en cierto modo Ciudadanos, que no sabe ahora mismo para donde tirar, decidieron desde el primer momento que el Gobierno era ilegítimo y que contra él cabía todo. Utilizando como punta de lanza a la iletrada e irresponsable política que dirige la Comunidad de Madrid -que cuenta con el apoyo de la nomenclatura económica, el clero y buena parte de la prensa-, quienes elaboraron la ley mordaza, hicieron mangas y capirotes de la honradez en la gestión de los dineros públicos, han convertido a Madrid en la región con más infectados por coronavirus del mundo y en un lugar cada vez más antipático cuando era la cuna de la simpatía para muchos de los que tuvimos la suerte de vivir o viajar allí en el pasado reciente, piden libertad desde sus automóviles forrados de rojo y gualda brazo en alto. Quienes en febrero de 1981 esparcieron el rumor de que fue el rey quien pergeñó y dirigió el golpe de Estado, criticándolo durísimamente por no haberlo llevado a buen puerto, se suman entusiasmados a la causa de la monarquía y la Constitución que nunca quisieron y que, como todas las constituciones, es perfecta y legalmente reformable si el pueblo así lo demanda, porque las que no son reformables son las leyes de las dictaduras o las monarquía medievales que se hacen según el parecer del tirano y sus grupos de apoyo. Quienes piensan que las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado son suyos porque siempre defendieron los intereses de sus estirpes, utilizan a los jueces como si fuesen miembros de su familia para deslegitimar al Gobierno legítimo, confinan barrios pobres en los que jamás hicieron nada para evitar el hacinamiento y el deterioro de la vida, quienes, en fin, proclaman y defienden a gritos, insultando, crispando, la desigualdad más absoluta y creciente, quienes han hollado todas las instituciones del Estado poniéndolas a su servicio particular o esquilmándolas, afirman ahora sin ningún tipo de rubor que España está a punto de caer en las garras del comunismo, apremiando a intervenir cuanto antes para evitar que la tierra de María Santísima, Millán Astray, El Cordobés, José Banús, Jordi Pujol, Juan Carlos de Borbón y Rodrigo Rato pueda salir del atolladero en que ellos la han metido, amenazando incluso con matarla antes de que sea de otros.

Malos tiempos cuando alguien tan incompetente e insensata como Ayuso puede llegar a la más alta magistratura de la región más rica del país, malos tiempos cuando muchos madrileños creen haber encontrado en ella y en ellos a su Puigdemont particular, su hecho diferencial cateto, egoísta, marrullero y, por supuesto, antipatriótico. Los persas están de nuevo aquí. ¿Hay vacuna?

El manifiesto de los persas