viernes. 19.04.2024

La insoportable tiranía de los laboratorios farmacéuticos

Cuando cada día mueren en España doce personas por Hepatitis C se impone de forma inmediata la abolición de las patentes...

Cuando cada día mueren en España doce personas por Hepatitis C se impone de forma inmediata la abolición de las patentes médicas y la creación de laboratorios multiestatales sin ánimo de lucro

Desde tiempo inmemorial diversos pueblos de todo el planeta utilizaron los hongos que crecían en determinadas condiciones ambientales como emplastos para desinfectar o curar heridas y fiebres de amenazante evolución. Sin saberlo, nuestros ancestros se habían apropiado de la penicilina que con generosidad ofrecía la naturaleza. A principios del pasado siglo, científicos alemanes, ingleses y franceses pertenecientes a instituciones públicas –no había quien invirtiese en algo que por entonces no se concebía como negocio-, pero sobre todo el costarricense Clodomiro Picado, partiendo de las “prácticas médicas” indígenas concluyeron en el poder antibacteriano que tenía el hongo Panicillium Chrysogenum. Picado llegó a experimentarlo con éxito en muchos enfermos, pero sería Fleming quien alcanzaría la gloria al serle concedido el premio Nobel por tan magnífico hallazgo. Fleming se negó a patentar el medicamento, lo que permitió que en pocos años millones de personas pudiesen tratar sus patologías bacterianas con este nuevo, eficaz y barato fármaco.

Era una forma de entender la ciencia, sobre todo la ciencia que tenía que ver con la salud humana: Ningún científico de entonces habría entendido que la curación de una enfermedad tuviese que depender del poder adquisitivo del enfermo; casi ninguno que el hallazgo de una medicina pudiese reservarse mediante patente para el lucro personal y del laboratorio comercializador. No obstante, Fleming se enriqueció dando conferencias por todo el mundo, pero con eso no hizo daño a nadie. Sin embargo, tras el final de la II Guerra Mundial y el encumbramiento de Estados Unidos como primera potencia mundial, la cosa comenzó a cambiar. Comprobado el éxito que había tenido la penicilina y su reproducción molecular a escala industrial, diversos grupos empresariales se dedicaron a invertir en laboratorios para maximizar beneficios. Sus potenciales clientes eran dos, de un lado las personas adineradas que no tenían ningún problema para pagar la cantidad que se les pidiese por la pócima que pudiese aligerar o curar sus males; de otro, los grandes sistemas públicos de salud que nacían en los países más desarrollados del mundo: La muerte y la enfermedad, la guerra y la farmacopea se convertían en los dos negocios más rentables del mundo. Ya en los años sesenta, profesionales de los Servicios de Salud del Reino Unido, Francia y Alemania –aquí estábamos en pañales- advertían del peligro que la codicia de los laboratorios suponía para el futuro sin que sus llamados fuesen oídos por nadie. Antes al contrario, con los sucesivos procesos de liberalización de los distintos sectores económicos mundiales, los laboratorios farmacéuticos escaparon al control de los Estados, convirtiendo a muchos gobernantes corruptos en simples visitadores médicos dispuestos a enriquecerse vía comisiones y puertas giratorias mediante la aceptación de precios abusivos que hipotecaban para siempre los sistemas públicos de salud negándose a copiar patentes, tal como admitían los tratados internacionales al efecto para casos de emergencia sanitaria.

Para las farmacéuticas –el caso tamiflú y la hipotética epidemia de gripe aviar son paradigmáticos- el objetivo del negocio no era ya sanar, sino crear nuevas enfermedades y perpetuar las ya existentes para que el negocio lo fuese cada vez más. El Tercer Mundo, los países pobres, poco importaban, tan sólo como inmenso laboratorio donde experimentar a gran escala y en vivo.

Paralelamente al encarecimiento de las medicinas propiciado por el oligopolio farmacéutico, durante las últimas décadas se ha producido un proceso de medicalización global de la sociedad que también ha tenido como escenario los países más desarrollados del planeta, aquellos que tienen dinero y algún tipo de sistema estatal de protección de la salud, los otros, los pobres, no cuentan, nacieron para morir pronto, cuanto antes mejor. En cuestión de años se han reducido los índices aconsejables de colesterol y azúcar hasta niveles que obligan a un porcentaje cada vez mayor de la población a tomar fármacos bajo supuesta amenaza grave para su salud. Según la OMS, sólo en Estados Unidos, la rebaja del nivel de colesterol tolerable desde 240 a 200 ha obligado a que más del cincuenta por ciento de la población esté tomando estatinas, ello pese a los efectos secundarios demostrados que su ingesta conlleva, ello cuando cada vez son más las voces de especialistas que ponen muy en duda la relación entre colesterol elevado y enfermedad coronaria o cardiaca. El negocio es el negocio y no se detienen ante nada, al menos de momento.

Si al monopolio y la tiranía extorsionadora que gracias a las patentes médicas y la colaboración de determinados gobernantes han venido implantando las farmacéuticas durante las últimas décadas en los países más desarrollados, añadimos el citado proceso de medicalización global que se está llevando a cabo, concluiremos que la investigación farmacéutica tiene que dejar de pertenecer a la industria privada movida exclusivamente por el afán de lucro, que las patentes farmacéuticas son una moderna forma de crimen legal masivo, que los laboratorios privados que monopolizan la producción de medicamentos no se mueven para curar enfermedades, que, en definitiva, el capitalismo, en cuanto puede prescinde del ser humano para convertirlo en un número, en un dividendo, en una cuenta de resultados sin que la vida tenga para ellos más valor que el que da el dinero, Dios único de nuestro tiempo. Así las cosas, cuando cada día mueren en España –todavía país rico- doce personas por Hepatitis C al no ser tratadas con el medicamento que la cura porque el gobierno no quiere copiar la patente, cuando los tratamientos del SIDA y de tantísimas otras enfermedades siguen en manos de la industria que impone precios y condiciones, cuando él ébola arrasa África –ese grandísimo laboratorio humano- ante nuestro silencio, se impone de forma inmediata la abolición de las patentes médicas y la creación de laboratorios multiestatales sin ánimo de lucro para afrontar las enfermedades que hoy nos asolan y que probablemente habrían evolucionado mejor de no estar su curación en manos de quienes solo tienen en la mente y el corazón una caja de caudales. De nada sirve que digan que la investigación necesita mucho dinero, la mayoría de las investigaciones farmacéuticas se inician en universidades públicas, hay miles y miles de investigadores dispuestos a hacer su trabajo por vocación y un sueldo digno. Sobran ustedes, los dueños de la muerte.

La insoportable tiranía de los laboratorios farmacéuticos