jueves. 25.04.2024

Haced política, porque si no la hacéis...

pensionistas madrid
Manifestación de pensionistas en Madrid.

"Haced política, porque si no la hacéis, alguien la hará por vosotros y probablemente contra vosotros".
Antonio Machado.


A pesar de los tiempos en que nacieron, vivieron y se educaron, hubo una generación de españoles que tuvo en alta estima palabras como libertad, solidaridad, justicia, igualdad, democracia o derechos humanos. Se anhela y se lucha por lo que no se tiene. No se si todavía esa generación existe, ha sido relevada en su andadura o vaga perdida y sin sucesión por las estribaciones del Monte Canigó. Pueden ser las tres cosas o ninguna. Sí parece bastante cierto que en los últimos tiempos esas palabras han ido perdiendo sustancia entre nosotros, se han ido desgastando como las piedras por el roce brutal y continuo del viento y del agua.

Nuestra sociedad, nosotros en general -casi todos, hay excepciones maravillosas- se ha vuelto acomodaticia, medrosa, ensimismada y con una capacidad atroz para adaptarse a la atrocidad que a menudo la rodea, bien en el barrio cercano y evitado, bien a través de las imágenes, palabras o letras que diariamente nos proporcionan los medios. Se trata, seguramente, de un mecanismo de defensa, de una forma de apartarse, de conservarse, pero, sea del modo que sea, creo que es una realidad bastante tocable. Me dirán que esa sociedad a la que acuso -me acuso- de indolencia y de pragmatismo individualista, protesta todos los lunes contra la privatización de las pensiones futuras, participa en organizaciones que ayudan a los necesitados y es la que más órganos dona para salvar a personas que sin ellos morirían

Y sí, es cierto, sigue existiendo un sesgo solidario dentro de nuestra sociedad, que tiene su máximo exponente de generosidad en las protestas de los jubilados, pero que es menor que la pulsión individualista, que el descreimiento, que el egoísmo que mueve a millones de personas hacia la nada e impide una respuesta general de indignación ante el asalto a las arcas púbicas por parte de un partido de todos conocido, ante el aprovechamiento de lo púbico con fines privados, ante los recortes sociales que tienen asfixiados a los servicios públicos más esenciales. Y esa indignación, esa explosión de ciudadanía consciente es imprescindible para progresar, para seguir avanzando en la conquista de derechos para todos y para barrer a las aves carroñeras del pasado que, de regresar al Poder, dejarán el país como territorio arrasado.

Si dejamos que desmantelen lo público, que lo privaticen, que se adueñen de lo que es de todos y sirve a todos independientemente de su nivel de renta, habremos regresado al feudalismo, al vasallaje, a la razón de la selva

Decía Cohn Bendit -Dany “El Rojo”- hace unos años en un reportaje televisivo que la mayoría de sus compañeros de revolución, aquellos jóvenes que en San Francisco, París, Londres o Berlín aseguraban que debajo de los adoquines estaba la playa, jóvenes de clases medias acomodadas, risueños, dispuestos a todo, hoy, en su mayoría estaban al frente de grandes despachos de abogados, ocupaban los salones de los consejos de administración de las empresas más agresivas y se conformaban, en su ambición dineraria, con comer un sangüi en las escalinatas del soberbio edificio de la corporación a la que entregaban su cuerpo y su alma. Muchos de ellos, hipocondríacos agudos, tenían el frigorífico lleno de pastillas homeopáticas que tomaban a capazos, unas para frenar el estrés, las otras para recuperar el resuello. Gran parte de ellos se habían hecho vegetarianos gordos y despreciaban con toda su alma sus recuerdos, su utopía, todo lo que no oliese a papel continuo y a entrevistas al más alto nivel. Desterrada para ellos la vida en contacto con la naturaleza, el respeto armonioso a las flores del campo, la hermandad con los Pieles Rojas, sus vidas discurrían entre el aburrimiento, el abatimiento y el placer de un día entre cien que da la acumulación de riquezas, ajenos al exterior, indiferentes al dolor ajeno, a la rebeldía y la marginación, cuestión esta que despacharon con la conocida teoría de la “Tolerancia Cero”, que ha hecho de las cárceles norteamericanas uno de los negocios más seguros de La Unión. Esto contaba Bendit a mediados de los años ochenta, cuando todavía en España se soñaba con muchas cosas.

Hoy, cuando los idus de marzo están a punto de llegar, da por pensar si el pensamiento y la praxis de aquellos hombres, de aquella sociedad, en particular la norteamericana, pero de modo parecido otras europeas, no se habrá instalado entre nosotros para una larga temporada. Siendo así, es fácil explicarse -hay que añadirle también los condimentos de cuarenta años de dictadura cruel y el “apoliticismo cultivado con que impregnó a gran parte de la población”-, cómo después de todo lo que ha pasado durante estos últimos años el silencio y el conformismo viva entre nosotros como si nada de lo que ocurre más allá de lo que cubre nuestra vista tuviese la más mínima importancia.

La sociedad del yo superlativo y arrogante se siente halagada, los individuos que participan de ella en el mejor de los mundos, el dinero, el reconocimiento, el poder -por pequeña que sea la parcela-, los bienes que acompañan a tal situación están a su disposición. Es una nueva casta, que puede tener ideologías contrapuestas, ninguna o sólo la suya personal, pero que se encuentra a gusto en la realidad actual, que es la suya, a la que ha accedido por sus propios medios, sean éstos lícitos o ilícitos, morales o inmorales. Eso apenas importa a cuatro idiotas que pueden seguir enmarañados en sus contradicciones constantes, en sus debates internos, en sus elucubraciones utópicas, o simplemente impotentes ante el sufrimiento de tantos en la era de la precariedad, la guerra preventiva y el nuevo esclavismo laboral.

Siendo así las cosas -¡ojalá no lo fueran!- parece claro que son ellos quienes en la actualidad son la avanzadilla de la sociedad, de esta sociedad impasible y suicida que duerme en su costumbre, en su silencio contemplativo y distante, en su egoísmo superlativo. Tal vez sean ellos –los otros- quienes por unas décadas sepan la verdad. ¡Qué les aproveche! Sin embargo, está muy claro que si dejamos que desmantelen lo público, que lo privaticen, que se adueñen de lo que es de todos y sirve a todos independientemente de su nivel de renta, habremos regresado al feudalismo, al vasallaje, a la razón de la selva. Y eso, no lo podemos consentir por muchas decepciones que se aleguen, sería nuestra muerte como sociedad.

Haced política, porque si no la hacéis...