viernes. 29.03.2024

Fútbol, banca y ética

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Confieso que durante muchos años fui un empedernido madridista. Compraba el As, Marca, As Color y a menudo la revista Real Madrid. Coleccionaba cromos, me alegraba con desmesura cuando ganaba mi equipo y lo pasaba mal, muy mal, cuando perdía, y eso que muchos de mis amigos eran del Barcelona, del Atlético de Madrid o del Atletic de Bilbao -equipo que en aquel tiempo era el único que tenía una peña en mi pueblo- y sentían justo lo contrario. Con el tiempo, aquella emoción se fue atenuando y aunque todavía siento los colores, ya no padezco como lo hacía y he interiorizado que eso del fútbol es cosa de millonarios, que apenas nada tiene que ver con el deporte al que yo jugaba con una pelota de goma pinchada en un bancal embarrado.

Por el contrario, jamás tuve la menor simpatía por los bancos, salvo por aquellos que ofrecían descanso en calles y parques. No, la banca era una institución muy ligada al poder, siempre al lado de los que más tenían y jodiendo la vida a quienes vivían con más dificultad. Fortalecida de manera artera durante la dictadura, la democracia no cambió mucho las cosas, llegando al paroxismo del mal hacer tras la subida de Aznar al poder, cuando toda España era un inmenso solar edificable y los créditos estaban al alcance de cualquiera por mucho más monto que el valor real del inmueble. No sé bien lo que sucede en otros países, pero en España la banca no ha cumplido con la función que debiera tener en una sociedad capitalista moderna, que es prestar a un interés justo para facilitar el negocio. Más bien ha sido una piedra en el camino de todos aquellos que, sin ser de la casta, querían mejorar su vida montando un pequeño comercio o empresa: Intereses abusivos, condiciones leoninas en caso de retraso o impago, comisiones por todo, en fin, un grano en el culo de la economía española que ha estado siempre en el meollo de todos los grandes casos de corrupción sin que por ello se le hayan pedido jamás explicaciones ni responsabilidades. Y es que en nuestro país hay al menos dos realidades de poder paralelas: Una, la que sale de las urnas, que es la única legítima; otra la que emana del “contubernio” formado por la banca, las eléctricas, las telefónicas, gasistas, petroleras, inmobiliarias y los políticos sin escrúpulos que habiendo ocupado altos cargos en la Administración no tienen el menor pudor en pasar posteriormente a formar parte de los comités directivos de esas grandes empresas -muchas de ellas privatizadas- para contribuir a crear una economía circular donde todo se cuece de puertas adentro.

La implicación rotunda de los gobiernos en los asuntos de fútbol no tendría la mayor gravedad si se actuase del mismo modo en todo aquello que de verdad afecta al bienestar de los ciudadanos

Ya sé que las cuestiones éticas importan un bledo, aunque sigo pensando que conforme los individuos y las sociedades se alejan más de ellas, están más próximas a su decadencia, al menos en lo relativo a todo lo que es inherente al ser humano y que hasta hace no mucho lo distinguía de los animales que preferentemente se guían por su capacidad de adaptación al medio. La noticia aparecida hace unos días sobre la creación de una superliga de fútbol europea cerrada, es decir en la que participasen los equipos más ricos del continente y algunos invitados, no habría tenido para mi el menor interés -considerando que hablamos de un negocio multimillonario que manipula y abusa de las emociones- si no hubiesen saltado como leones los principales dirigentes políticos europeos, siempre silentes ante los abusos de poder, la explotación o las condiciones miserables en que viven millones de personas. El primer ministro británico Boris Johnson, haciendo gala del casticismo imperial inglés, dijo de inmediato que los equipos ingleses no participarían en esa liga porque era un atentado contra la competencia que además afectaba negativamente al sentir de la ciudadanía, llegando a amenazar con medidas legislativas severas en caso de que los equipos no llegasen a un acuerdo para impedir que el proyecto salga adelante. Por su parte, el presidente de la República francesa, visiblemente afectado, afirmó que Francia se oponía a la idea de Florentino Pérez y Castor porque atentaba contra los principios de solidaridad y méritos deportivos. En parecidos términos se expresó el ministro de Cultura español Rodríguez Uribes y los principales mandatarios de Italia y Alemania.

Bochornoso, impropio, indecente, demagógico, no sé cuantos calificativos se pueden aplicar a esa actitud beligerante y racial de los políticos europeos ante un proyecto deportivo, cuando callan sistemáticamente ante la destrucción masiva de empleos provocada por la pandemia y por la revolución digital, cuando llevan años impulsando desde sus gobiernos políticas que aumentan gravemente las desigualdades, cuando han consentido y auspiciado la deslocalización industrial, cuando son incapaces de tratar a los inmigrantes como seres humanos permitiendo que mueran por miles en el Mediterráneo, cuando consienten que la banca que ha recibido miles de millones de euros para tapar los agujeros que ella misma ha creado por su impericia, malas prácticas y avaricia, esté destruyendo puestos de trabajo al mismo ritmo que una trituradora destruye papel, sin pagar sus deudas, cobrando por el dinero que tiene en depósito y usa para lo que quiere, sableando a sus clientes cada vez que sacan dinero de un cajero o por tener una cuenta corriente.

Sí, el fútbol es algo muy importante, para algunas personas casi tanto como respirar, comer, ir al bar o mirarse en el espejo, pero me parece que todavía existen muchísimas cuestiones que requerirían de quienes nos gobiernan respuestas al menos tan rápidas y contundentes, entre ellas, la creación de una banca ética al servicio de los ciudadanos y del sistema productivo, y la diminución drástica de la jornada laboral, decisión imprescindible para evitar que la progresiva digitalización de la economía nos aboque a una situación de paro y miseria endémica. Y no es cosa de un futuro lejano, es algo que ya está aquí, y además financiado por fondos europeos.

La implicación rotunda de los gobiernos en los asuntos de fútbol no tendría la mayor gravedad si se actuase del mismo modo en todo aquello que de verdad afecta al bienestar de los ciudadanos. La adquiere cuando sabemos que no es así y que responde únicamente a motivaciones espurias y demagógicas que intentan confundir a la población al anteponer la política del “pan et circenses” a la de solucionar los problemas vitales. Esa fue la política del Imperio Romano cuando se resquebrajaban los frisos de sus templos, cuando mandaron a la ética y la estética a tomar por saco. ¿Estamos en eso? Pues ya saben el final, llegaron los bárbaros.

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