viernes. 29.03.2024

González cogió su fusil

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Felipe González, hombre capaz pero con una ambición desmesurada, desde bien temprano quiso hacer del PSOE una organización a su medida de la que sobraban aquellos que, como Luis Gómez Llorente, defendían una opción ideológica que enlazaba con la más genuina tradición republicano-socialista

Confieso que voté al partido que dirigía Felipe González varias veces, que pese a los muchos desatinos que cometió desde aquel grandioso y esperanzador 28 de octubre de 1982 –¡tantísimas cosas dejó intactas cuando tanto se podía haber cambiado!- lo defendí contra todos los amigos que afirmaban estaba haciendo una política de derechas, que durante muchos años elegí el mal menor escudándome en la ausencia de alternativas, en que bajo su gobierno se universalizaron las pensiones y la asistencia sanitaria que hoy el Partido Popular ha puesto en gravísimo riesgo y se crearon los fondos de cohesión en un tiempo en el que el proyecto europeo tenía un sesgo solidario reconocible. Inasequible al desaliento, porfié, insistí en mi particular “sostenella y no enmendalla” incluso después de la traición de la OTAN, incluso cuando todo indicaba que detrás del GAL no sólo estaban los restos de las cloacas franquistas. También confieso, que considero todavía hoy imprescindible al Partido Socialista Obrero Español si es capaz de volver a sus raíces y desprenderse de quienes desde Suresnes quisieron convertirlo en un instrumento más al servicio del régimen, entre ellos, muy principalmente, Felipe González.

Es cierto que una dictadura no se desmantela en unos meses cuando el dictador ha muerto en la cama de palacio y sus beneficiarios siguen siendo los dueños de las pistolas, los fusiles y las finanzas; que la barbarie etarra ponía las cosas muy difíciles con su demencial voracidad asesina creciente;  que pese al “fallido” golpe de Estado los poderes reales nunca dejaron de estar del todo en manos de franquistas; pero cosa muy diferente es que para combatir la brutalidad etarra uno elija a personajes de la calaña de Ballesteros o Galindo, que para introducirnos en una organización militar al servicio de Estados Unidos se convoque un referéndum trucado en el que se utilizaron todos los instrumentos inventados para engañar, que durante su mandato se pusieran las bases para el desarrollo de la “enseñanza” concertada clerical, negando de ese modo el paso a un Estado Democrático cimentado sobre las sólidas bases que da una Educación Laica de calidad a la que se hubiesen destinado todos los fondos públicos; que durante los catorce años en que presidió el gobierno del Estado no se hiciese nada por contar a los españoles las atrocidades cometidas bajo la dictadura ni por depurar a quienes siguieron enquistados en Administraciones e instituciones o que, en realidad, Felipe González mintiese hasta en su ideología.

Discípulo preferido de los catedráticos Manuel Jiménez Fernández –ministro de la CEDA durante el bienio negro de la II República- y de Manuel de Olivencia, Felipe González fue educado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Sevilla en los principios de la democracia cristiana, principios que son los que ha defendido desde que tomó el poder del PSOE en el Congreso de Suresnes contra la vieja guardia socialista del exilio, contando para ello con el apoyo de la socialdemocracia europea y el beneplácito de Estados Unidos. Hombre capaz pero con una ambición desmesurada, desde bien temprano quiso hacer del PSOE una organización a su medida de la que sobraban aquellos que, como Luis Gómez Llorente, defendían una opción ideológica que enlazaba con la más genuina tradición republicano-socialista. Empeñado en convertir al partido -a fuerza de renuncias, de hacer tragar a sus militantes con ruedas de molinos y de desalojar a los críticos- en un ente de ideología borrosa guiado por la fuerza que da el pragmatismo, Felipe González se fue encontrando a sí mismo junto a los grandes dirigentes mundiales del momento, llegando a identificarse plenamente con líderes políticos de la derecha mundial como Helmut Kohl, Carlos Andrés Pérez o Alan García, todos ellos tocados por la gracia de la corrupción, llegando en su deriva derechista a afirmar que “en el Chile de Pinochet se respetaban mucho más los derechos humanos que en la Venezuela de Maduro”, cosa que evidentemente pueden preguntar ustedes a Salvador Allende, Pablo Neruda o Víctor Jara. En su deriva derechista, González se creyó un hombre providencial y como facundia y simpatía para con los poderosos no le faltaba, comenzó a codearse con los hombres más ricos de la tierra personificados en Carlos Slim, Gustavo Cisneros o Hassan II mientras cultivaba bonsáis, engarzaba piedras preciosas, fumaba cohíbas o admiraba la peletería de Elena Benarroch dentro de un plan perfectamente planificado para hacer del lujo motor principal de su vida.

Rodeado desde sus primeros momentos de gloria política por personas tan  socialistas como Miguel Boyer, Carlos Solchaga, Pedro Solbes o Elena Salgado, Felipe González fue uno de los primeros gobernantes europeos,  después de Margaret Thacher, en abrir las puertas a la destructora política económica de la Escuela de Chicago, convirtiéndose en pocos años en uno de los líderes más apreciados por la oligarquía mundial, en cuyos salones es recibido como persona de gran autoridad y sapiencia, habiendo logrado colocar a uno de sus más incondicionales y pragmáticos colaboradores, Javier Solana Madariaga, en las más altas cimas de la política europea, como ministro de Exteriores de la UE, y mundial, como Secretario General de la OTAN. Con ese equipaje, trabajado a conciencia durante muchos años, Felipe González se sigue considerando a sí mismo como el alma mater del actual Partido Socialista Obrero Español y se permite conceder una entrevista en la Emisora amiga que preside Juan Luis Cebrián para dar la orden de ataque a sus fieles para acabar con el mandato de Pedro Sánchez, primer Secretario General elegido por la militancia. En su justificación, González afirmó que Sánchez había osado engañarle, mentirle a él que es un maestro en la cuestión, obviando que el máximo órgano entre congresos del partido, el Comité Federal, había decidido en su última reunión no permitir un gobierno de Rajoy ni por activa ni por pasiva. Nadie piense que las afirmaciones de González en la Cadena Ser fueron fruto del acaloramiento o la improvisación, Felipe González había decidido que su partido –al parecer es suyo- tenía que permitir que Rajoy gobierne al precio que sea, incluso demoliendo los cimientos y la credibilidad de un partido al que ha utilizado como ha querido hasta distanciarlo de quienes en principio fueron su razón de ser, los más desfavorecidos, los más pobres, los más necesitados, los más excluidos. Claro eso desde la altura que da el lujo, no se ve. Felipe sacó su fusil, ojalá se lo trague, ojala se le acabe la mirada constante, la palabra precisa, la sonrisa perfecta…, será para bien de todos.

González cogió su fusil