viernes. 19.04.2024

El enemigo del pueblo: La banca

Siempre se ha dicho que la banca nunca pierde, y así fue hasta hace unos años, cuando la banca glotona pisó el acelerador.

Con la ayuda imprescindible de un Gobierno que ignora deliberada e interesadamente que significa la palabra Democracia, la banca, principal enemigo del pueblo, ha pasado en seis años de los estertores de la muerte a la juventud más vigorosa

Desde sus inicios allá por el siglo XIV en las ciudades-estado italianas y en las asociadas a la Liga Hanseática báltica, la banca ha sido institución clave para el desarrollo del capitalismo. En aquellos lejanos tiempos, los primeros banqueros, mediante la fundación de sociedades comanditarias, prestaban dinero a quienes no lo tenían pero ofrecían posibilidad bastante segura de negocio, de tal manera que al final de la entente quien había realizado el negocio se llevaba la mitad del beneficio y el prestamista la otra mitad. Bien es verdad que el banquero de entonces corría un riesgo sentado en su sillón, por ejemplo si el negociante iba con un barco a Las Molucas a por especies y naufragaba o decidía dedicarse al “dolce far niente” en los Mares del Sur, pero normalmente volvía porque la riqueza lo es mucho más en el país de origen que dónde nadie te conoce.

Partiendo de lo que sucede en los casinos, siempre se ha dicho que la banca nunca pierde, y así fue hasta hace unos años, cuando la banca glotona pisó el acelerador y, con la colaboración de los gobiernos, decidió ir a por todas. España, país corrupto dónde los haya porque no ha sido capaz de deshacerse ni del paisanaje ni de la terrible moral franquista, fue asolada por las prácticas financieras odiosas desde que José María Aznar, Rodrigo Rato, Mariano Rajoy y todo aquel gobierno neofranquista decidió convertir el suelo del país en un inmenso solar y prescindir de los controles necesarios para saber qué pasaba con el crédito. Libres de cualquier atadura –el Banco de España estaba de oyente, disfrutando de la vida amable que le deparó la aparición del BCE-, los banqueros patrios y los de allende los Pirineos, se lanzaron a dar créditos al consumo e hipotecarios con muy pocas garantías y muy por encima del precio real del bien hipotecado. A nadie se le puede escapar el derroche de simpatía de que hacían gala los directores de banco de cualquier sucursal del país cuando acechaban a alguien a quien poder colocarle un préstamo: “No, no, tu piso no vale ocho millones, mira yo te lo valoro en trece y además toma otros dos para el coche nuevo y una vacaciones en el Caribe…”. Jamás, ni en tiempos de Colón, hubo tantos españoles durmiendo entre cocoteros, daiquiri en mano, en las playas del Caribe. ¡¡¡España era una fiesta!!! Habíamos llegado al pleno empleo, nos traíamos a cientos de miles de inmigrantes para maltratarlos y que hiciesen los trabajos que ya no estábamos dispuestos a hacer porque teníamos las uñas limpias, la panza oronda como el Buda feliz del chino del barrio y la cabeza más vacía que un huevo huero. Pero claro, yo –que no soy un profesional de la pasta- no daría dinero nunca a quien no estuviese en disposición de devolvérmelo en determinado plazo, yo no fiaría nunca mi negocio en pronósticos hechos por eunucos que vendían en los medios que el paraíso ya estaba aquí, yo no me habría dedicado jamás –y no tengo consejos de administración multimillonarios ni  asesores ni miles de analistas- a promover y construir cientos de miles viviendas en un país en el que todo el mundo sabía que la demanda se justificaba sólo en la especulación, y un día, como ocurre con todas las burbujas, el chanchullo pinchó dejando tras sí un tejido productivo destrozado, millones de parados que no podían hacer frente al pago de la hipoteca que tan irresponsablemente le habían hecho firmar entre lisonjas las entidades financieras y a éstas completamente arruinadas por su codicia infinita e indecente. El Estado vio como descendían sus ingresos, los bancos como en sus almacenes se amontonaban toneladas de hormigón y ladrillo, y las personas como desaparecía el tan cacareado paraíso y se avenían, sin estación previa, los fuegos del averno.

La situación se hizo crítica, pero en vez de salvar a las personas, Gobierno y Banca decidieron salvarse a sí mismos. El Estado, que tenía una deuda perfectamente digerible hasta 2011, decidió endeudarse sin límite para que las marcas bancarias no sufrieran menoscabo. Mientras las personas agonizaban, se suministró a la banca todo el dinero del mundo para que ésta comenzase a desahuciar y lanzar con carácter ejemplarizante, para que con el dinero de todos comprase bonos y obligaciones del Estado a intereses usureros, haciendo que la deuda del Estado que la rescataba fuese cada día mayor dentro de un círculo vicioso que sólo ha traído miseria, abuso, injusticia y destrucción.  Habían decidido que ellos eran lo único importante. Ante el oscuro panorama que se presentaba, los gobiernos debieron haber optado por nacionalizar la banca y encarcelar a todos los banqueros que habían participado en esa tremenda estafa, asegurando mediante una banca pública bien gestionada tanto la vivienda de quienes no tenían otra casa para vivir como los dineros de los pequeños ahorradores. Al optar por la peor de las soluciones, optaron también por dar todo el poder a quienes habían provocado la crisis y hete hoy aquí, con los bancos arruinados y arruinadores convertidos en la institución más poderosa del país, sin suministrar crédito, sin pagar un real por los dineros que se depositan en ellos, sacando dineros a paraísos fiscales, participando en todas y cada una de las empresas públicas privatizadas, con jueces, políticos y policías a su servicio para echar a las personas de sus casas, repartiendo miseria, maniatando a la economía productiva, convirtiendo al Estado Democrático en una caricatura putrefacta que liquida servicios públicos y reprime para acrecer las ganancias de los plutócratas.

Con la ayuda imprescindible de un Gobierno que ignora deliberada e interesadamente que significa la palabra Democracia, la banca, principal enemigo del pueblo, ha pasado en seis años de los estertores de la muerte a la juventud más vigorosa. Suyas son nuestras casas, suya es la Hacienda, suya la política económica y la economía política, suya la voluntad de los políticos, la política y la apolítica, suya la soberanía nacional, suya la geografía, ¿por qué y para qué iba a prestar dinero en condiciones asequibles? Dedicados todos los esfuerzos patrios a su salvación, el nuevo encumbramiento de la banca se ha hecho diezmando la Sanidad y la Educación Pública, laminando el inalienable derecho de toda persona a vivir en una vivienda digna, destruyendo el tejido productivo, devaluando al país, liquidando el imprescindible consumo interno y generando unos índices de pobreza y exclusión desconocidos en España desde 1975. Hoy la banca tiene la sarten por el mango, dirige nuestras vidas y nos lleva al pasado con botas de siete leguas. Sólo una regeneración democrática decidida, un grito abrumador de vitalidad y dignidad puede salvarnos de esa hidra de siete cabezas que hace tiempo dejó de cumplir con la misión que tenía para estrangularnos. 

El enemigo del pueblo: La banca