viernes. 19.04.2024

Endemismos hispánicos: Paro y pobreza. Impunidad y privilegio

Se impone la convocatoria de una Asamblea Constituyente para romper con el abominable régimen anterior...

La revista Forbes acaba de publicar su última lista sobre las personas más ricas del mundo. A ella se incorporan siete individuos más nacidos en el Reino de Juan Carlos de Borbón y Borbón –Borbón por partida doble, que no es moco de pavo-, siete ultraricos más que con toda probabilidad contribuirán de modo “peculiar” al Erario y que desarrollarán buena parte de su actividad económica en paraísos fiscales y laborales. La revista Forbes –su fundador B. C. Forbes se crió en las faldas del Ciudadano Kane-  está especializada en las cosas que le ocurren a la gente que tiene mucho más dinero del que podría gastar en cien vidas y eso la ha hecho muy atractiva para quienes no tienen que llevarse a la boca ni saben que comerán sus hijos al mediodía. Aparte de eso, y aunque esa no sea su intención, la revista nos da una pista bastante certera sobre quiénes son los individuos más detestables que existen en España y en el mundo, pues no pueden recibir otro calificativo quienes acaparan dineros sin mesura, sin otra ambición –superado lo que sería éticamente admitido- que la de amontonar bienes y riquezas porque si a sabiendas de que la riqueza es finita y que su acaparamiento en pocas manos hace que la miseria alcance a un número cada vez mayor de seres humanos para los que su vida ya estaba escrita antes de nacer. De lo que no habla Forbes es de la lista de las personas más pobres de la Tierra, por tres razones, una debido a que no es ese el objeto de su trabajo; otra, que no habría papel suficiente en el mundo para poder publicarla; la tercera, que no interesaría a nadie y, por tanto, no daría ganancias. De modo que sólo utilizaremos la lista Forbes para saber qué hacer con sus protagonistas el día que el mundo tome la senda de la razón y la humanidad, entre tanto, a buen recaudo para no olvidar.

Independientemente de lo que publica Forbes para aquellas personas que se encandilan y emocionan viendo como los ricos también lloran –no es su culpa, los han fabricado así adrede-, está la realidad. Desde que comenzó la desregulación y la conversión del Estado en policía encargado de proteger los bienes de los que más tienen, desde que los centros mundiales de producción se han trasladado a lugares de Oriente dónde no existen los derechos sociales, laborales, políticos y económicos, desde que la tecnología permite mover cantidades enormes de dinero de un confín al otro del mundo con sólo tocar dos teclas, desde que los trabajadores –del tipo que sean- han perdido cualquier vínculo de clase y de respuesta ante la agresión más grande que han sufrido desde la Segunda Guerra Mundial, se ha producido un trasvase inmenso de rentas del trabajo a las rentas del capital, sumiendo en la pobreza no sólo a quienes sobran del mercado laboral sino a aquellos que trabajan continua o discontinuamente por un salario ridículo sin saber que pasará mañana. La pobreza y la incertidumbre se extienden por la faz de Europa, y en España han puesto su campamento base. Desde la Unión Europea, el FMI, el Gobierno de España y otras instituciones parasitarias y destructoras se habla de una tibia mejoría de los datos macro mientras el número de excluidos y de pobres de solemnidad alcanza cifras que aquí sólo se conocieron durante la posguerra franquista, es decir, hasta finales de la década de los setenta. La mano invisible que mueve el mercado y en la que tanto confían Rajoy, Guindos, Borbón, Lagarde, Merkel y toda su trupe circense está causando estragos globales porque nunca fue invisible: Sus nombres salen todos los años en esa famosa revista antes mencionada. Existe, aunque no lo parezca, un gobierno mundial que dicta normas de obligado cumplimiento que están ahogando a países enteros como el nuestro y a otros que ya nacieron asfixiados pese a sus inmensas riquezas, esos que expulsan a sus habitantes desesperados para que salten la verja llena de cuchillas y lleguen –si no son tiroteados- a ninguna parte. Empero, no existe un gobierno estatal ni uno europeo que se preocupe de los problemas de los ciudadanos y trate de solventarlos, todo se deja al albur de esa mano invisible que todos conocemos y que jamás –apuesto lo que quieran- será capaz de crear trabajo ni bienestar porque eso no está dentro de sus competencias ni de sus intereses: Bajar los salarios y las condiciones laborales generales hasta hacerlas similares a las de los países de Oriente es la única política económica que se aplica en nuestro ámbito, en la certeza de que los hijos de buena estirpe progresarán adecuadamente y en la no menos atinada tesis de que quienes no pertenecen a ellas ni son amigos de los dueños de las manos invisibles regresarán a la condición de vasallos, súbditos o mendigos por mucho que se preparen y lo intenten.

España no rompió los modos y maneras manejados durante el franquismo y que, dicho sucintamente, se basaban en una justicia hecha a la medida de los poderosos –“desengáñese Sr. Angosto –dijo una vez el diputado Popular Juan R. Calero a mi padre en un juicio- el Código Penal lo hicimos para los pobres y el civil para los ricos…”- que mantiene a estos y a sus compinches al margen de cualquier sentencia que les obligue a residir en prisión durante un tiempo o a la perdida de los bienes arteramente conseguidos. Al tratarse de una economía colonizada ya que la mayoría de las grandes empresas que aquí actúan son multinacionales o han sido vendidas a ellas, no existe dentro del país ningún poder decisorio respecto a la estrategia que vayan a seguir, lo que,  con leyes ad hoc como la reforma laboral del PP, permite que una compañía como Coca-Cola –en manos de la familia Daurella, enriquecida durante y gracias al franquismo- con más de 900 millones de euros de beneficios durante el año pasado, se permita cerrar cuatro plantas rentables y despedir a 1200 trabajadores. Al no existir una justicia democrática y regir la impunidad para los de arriba, las relaciones políticas, económicas y sociales se basan casi exclusivamente en el caciquismo, el clientelismo, el amiguismo y la corrupción en todas sus variantes, dejando los principios de mérito, esfuerzo o necesidad para simiente de rábano, que ya se sabe se cotiza muy bien en el Nasdaq neoyorquino. Nada escapa a las redes clientelares, nada al nepotismo, nada a la corrupción y quien intenta buscarse la vida de una forma honrada tropieza una y otra vez contra un muro cada vez más fuerte que no se puede atravesar si no te abre la puerta –y aceptas las condiciones impuestas- uno de la casta.

Si a todo este orden de cosas, añadimos que el franquismo sigue siendo una ideología legal en España –de hecho está en el poder-, que la iglesia Católica, con sus inmensas manos muertas y su enorme poder para moldear conciencias infantiles desde las escuelas privadas que pagamos entre todos, vuelve a influir sobre el poder político como en sus tiempos de gloria; que las grandes fortunas del país, que apenas pagan impuestos, tienen sus orígenes en la dictadura y siguen usando los mismos métodos de entonces más los nuevos de hoy,  que la deslocalización permitida y fomentada junto a las nuevas tecnologías permite a las empresas producir mucho más con mucha menos mano de obra gracias a la desregulación laboral y a que la jornada laboral no ha disminuido –antes al contrario- desde 1919, no hace falta ser un experto en análisis y prospectiva económica para concluir que, de no cambiar mucho las cosas, el paro, la pobreza, la impunidad y el privilegio se están convirtiendo en nuestro país en endemismo de muy difícil erradicación.

El modelo ideado durante la 'Transacción' permitió que no sólo los modos y costumbres del franquismo siguiesen entre nosotros, sino también las familias que hicieron su agosto durante aquel tiempo ominoso. La corrupción generalizada –sí, digo generalizada porque aquí instituciones, empresas, bancos, iglesias y paniaguados forman parte de una inmensa madeja de mierda que impide el desarrollo y el progreso del país en su conjunto- y la impunidad, pese a las gilipolleces que dice una y otra vez el señor que reside en Moncloa, están llevando al país a un callejón sin salida en todos los órdenes de la vida, económicos, políticos, culturales y personales. El país está en almoneda y los paisanos sin saber a qué lado mirar porque ya no hay sitio del que no emane gas mortífero. Se impone, y es de urgencia, la convocatoria de una Asamblea Constituyente por todas aquellas fuerzas políticas que crean, de verdad, que no tengan ninguna relación con el abominable régimen anterior y tengan, de verdad, fe ciega en un país que a día de hoy tiene una de las más preparadas generaciones de jóvenes de su historia. Esto ha llegado donde iba. Ser o no ser, esa es la cuestión.

Endemismos hispánicos: Paro y pobreza. Impunidad y privilegio