viernes. 19.04.2024

Ante la Diada de Catalunya y el egoísmo fatal de los privilegiados

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Lo que hoy sucede en Catalunya no es más que otro capítulo de la marea reaccionaria que está recorriendo Europa de norte a sur y de este a oeste y que se caracteriza, ante todo, por la rebelión de los que más tienen contra los que menos tienen

Después de una resistencia feroz ante los ataques de las tropas francesas de Luis XIV que asediaban la ciudad de Barcelona, y ante el ineludible recrudecimiento de la situación, Rafael Casanova, notable abogado, Conseller en Cap, Gobernador y Coronel de las milicias, decidió recurrir a la Virgen de la Merced, a la que colocó en el trono de la ciudad, comunicando a los vecinos que en adelante sería ella la jefa de las tropas que resistían al Borbón. Casanova, ferviente y fanático católico, como tantos españoles reaccionarios, convirtió de ese modo a la Patrona en máximo jefe militar de Barcelona, encargándose él en persona de interpretar sus órdenes para la buena marcha de la resistencia. Según parece, no fue suficiente con la intervención de tan preciada santidad, por lo que en días posteriores y en vista de que las órdenes de La Merced no daban los resultados esperados, el Conseller en Cap dispuso recurrir a Santa Eulalia, que si bien no era virgen, había sido torturada por treces veces por los delegados en Barcelona del Emperador Diocleciano. Santa Eulalia había prestado innumerables servicios en la ciudad en épocas de grandes tragedias, por eso el patriciado urbano tenía mucho cuidado en sacarla para cosas nimias y sólo recurrían a ella para solventar situaciones gravísimas. Una vez fuera de su sitial, Casanova y sus amigos convocaron cientos de misas y procesiones, compareciendo ante ella para prometerle velar por las buenas costumbres y la moral católica, prohibiendo los bailes de carnaval y cualquier otra demostración de depravación de los habitantes de Barcino si la santa ayudaba a levantar el sitio, conservar las libertades y privilegios de la ciudad. No fue así, y como último recurso, Casanova recurrió a San Jorge, llamando fuertemente la atención de Voltaire el fervor religioso que llenaba a los habitantes de la ciudad.

En el último bando atribuido a Casanova pero que probablemente fuese redactado por personas de su círculo, se decía lo siguiente al llamar a la defensa de la ciudad: “Se hace también saber que siendo la esclavitud cierta y forzosa, en obligación de sus cargos, explican, declaran y protestan a los presentes, y dan testimonio a los venideros, de que han ejecutado las últimas exhortaciones y esfuerzos, protestando de todos los males, ruinas y desolaciones que sobrevengan a nuestra común y afligida Patria, y exterminio todos los honores y privilegios, quedando esclavos con los demás españoles engañados y todos en esclavitud del dominio francés; pero se confía, que todos como verdaderos hijos de la Patria, amantes de la Libertad, acudirán a los lugares señalados a fin de derramar gloriosamente su sangre y vida por su Rey, por su honor, por la Patria y por la libertad de toda España...”. La alusión a las libertades por parte de Casanova y sus compañeros del patriciado urbano barcelonés va siempre asociada a la defensa de los privilegios de que gozaba la ciudad, es decir a una reivindicación de derechos feudales, de derechos del pasado absolutamente incompatibles con el Estado moderno que estaba a punto de nacer en la Francia republicana de la Revolución. Y ahí está la madre del cordero, Francia tuvo una revolución que si bien no triunfó del todo en el momento de producirse y tendría idas y venidas, terminaría por fructificar a finales del siglo XIX con la Tercera República, aboliendo todo tipo de privilegios individuales, comunales y territoriales, mientras que en España los intentos por llegar a un punto parecido fracasarían una por la ferocidad de una reacción que siempre contó con el apoyo de todas las vírgenes y santos del santoral bajo el lema Dios, Patria, Fueros, reminiscencias de un pasado que fortalecido por los particularismos de las clases privilegiadas ha llegado hasta nuestros días y que florece cada mes de septiembre en Catalunya para conmemorar la heroica defensa de Barcelona del ataque francés por los partidarios de Carlos III de Austria.

Dentro de un conflicto europeo mucho más amplio que pretendía repartirse el Imperio Español y reorganizar las nuevas hegemonías europeas, hay que inscribir los hechos que ahora se conmemoran en Catalunya. No se trató en ningún caso de una guerra en la que se dilucidase la separación de Catalunya del resto de España, sino del enfrentamiento entre los partidarios de dos concepciones bien distintas del Estado, por un lado el descentralizado feudalizante que encarnaban los Austrias, por otro el centralista típico de la monarquía borbónica francesa, que fue al final el que se impuso en todo el país, poniendo las bases económicas para el posterior desarrollo económico de Catalunya al permitir a ese territorio su presencia plena en las colonias de Ultramar. Empero, interpretemos los hechos de esta o de otra manera, no cabe duda de que ni las instituciones catalanas encabezadas por Casanova tenían nada de democráticas ni la rebelión de los comuneros de Castilla contra el intruso Carlos I tampoco, ambos conflictos quisieron perpetuar los privilegios -como ellos mismos aseveran en sus bandos- adquiridos en la antigüedad por real concesión. Son esos privilegios, machacados en Castilla y reivindicados ahora en Catalunya, los que todavía siguen lastrando el justo desarrollo de nuestro Estado democrático puesto que es imposible construir un Estado libre, igualitario y fraternal. Por otra parte, el recurso a un pasado “glorioso” e idealizado como justificador de la acción presente, no hace más que delatar una impotencia y una frustración infantil que difícilmente puede llegar a buen puerto, y sí atraer a vientos lóbregos que nos metan a todos en tiempos crueles y aciagos que ya creíamos superados. El recurso a la República por parte de Puigdemont, Torra o Junqueras está haciendo un enorme daño a la causa republicana española, hasta ahora no contaminada por particularismos, contribuyendo al mismo tiempo al fortalecimiento de una monarquía que cada vez es menos querida por la ciudadanía y que apenas cuenta con apoyos   populares. Por otro lado, un movimiento calificado de transversal que no ha contado para nada con otras fuerzas políticas, sociales y sindicales del resto del Estado, y en el que se incluye un gran olor a cera y catecismo proveniente del sector más oscuro, mediocre y egoísta de la burguesía catalana, apenas puede despertar simpatías en el resto del país, y sí, por el contrario, el resurgir violento de una extrema derecha españolista de infausto recuerdo para todos.

Si dejamos de un lado, cosa harto difícil, la componente emocional del movimiento soberanista catalán que nació gracias al lamentable recurso del Partido Popular al nuevo Estatut, lo que hoy sucede en Catalunya no es más que otro capítulo de la marea reaccionaria que está recorriendo Europa de norte a sur y de este a oeste y que se caracteriza, ante todo, por la rebelión de los que más tienen contra los que menos tienen, es decir, sin obviar el peso del sesgo identitario -inexistente en la Catalunya francesa heredera de la revolución- se trata de una guerra larvada que han declarado los ricos a los pobres, incluyendo en estos a los que no tienen pureza de sangre, a los que llegaron de otras partes del Estado y se les reprocha que conserven sus señas de identidad y a los que vienen de fuera con otro color de piel y sin un euro en el bolsillo. La situación, pese a algunos tímidos cambios que se observan, continúa siendo crítica, sobre todo porque en Catalunya la pobreza también continúa ganando terreno, porque allí también crece el número de excluidos, porque la explotación va a más, porque quien no trabaja no tiene para vivir y quien trabaja, tampoco, porque tras la burbuja del ladrillo la del alquiler amenaza con dejar si vivienda a miles de personas, porque casi todo lo que de verdad acucia a las personas que viven en Catalunya y en el resto de España sigue sin resolver mientras los ricos cada día lo son más y los derechos de todos, menos.

Ante la Diada de Catalunya y el egoísmo fatal de los privilegiados