sábado. 20.04.2024

Desde que dejamos de gritar “yankee go home”

yankee

Estados Unidos es un país maravilloso que reúne algunos de los paisajes naturales y urbanos más bellos del planeta. Potencia hegemónica desde que acabó la II Guerra Mundial, conflicto que supo aprovechar perfectamente para sus intereses particulares, fue durante muchos años refugio de directores de cine, escritores y artistas de todo tipo que huían del nazismo, de trabajadores de cualquier parte del planeta que creyeron que allí podrían desarrollar mejor sus vidas. Convertido desde los años sesenta en el principal productor científico y cultural del mundo por su riqueza, lo sigue siendo hoy al dominar la mayoría de los medios de comunicación convencionales y digitales que dirigen el pensamiento único globalizado, al ser todavía -no por mucho tiempo- el principal polo de atracción para investigadores de todas las ramas del saber, desde la medicina a las bombas, eso sí, sin otro interés que el mercantil: Estados Unidos, con 327 millones de habitantes, acapara a día de hoy casi el treinta por ciento de la riqueza mundial, lo que no le impide ser uno de los países con más desigualdad del mundo.

Yankee_go_homeHace unos años, un amigo yanqui vino a Alicante a pasar unos días. Después de un paseo por el centro de la ciudad sufrió un vahído y de inmediato lo llevamos al hospital. Al bajar del taxi se echó mano a la cartera para sacar la tarjeta de crédito. Le dijimos que no hacía falta, pero no se lo creía. Pensaba que si no pagaba no le harían nada y lo mandarían a casa sin hacerle prueba alguna. Después de un par de horas, el médico le dijo que había sufrido una crisis de ansiedad, descartando cualquier otra patología. Aquel hombre no entendía nada: Esto no es posible, yo vivo en el país más rico del mundo y si no entregas la tarjeta de crédito al entrar en un hospital no te atienden aunque te estés muriendo, les da exactamente igual, y ahora vengo aquí y sólo he tenido que dar mi nombre y domicilio. ¿Esto lo tienen todos ustedes? Le dijimos que sí, que nosotros cuando enfermábamos llamábamos al médico o acudíamos al ambulatorio o al hospital sólo con la tarjeta sanitaria, sin pagar nada, que la atención sanitaria era universal en España y en la mayor parte de los países de Europa occidental. Pese a ser una persona abierta y muy inteligente, aquello no le entraba en la cabeza, le parecía irreal, inconcebible. Al despedirnos nos dijo que no sabíamos lo que teníamos, que en su país una enfermedad era la ruina.

Felipe González ya había dicho que prefería morir de una puñalada en Nueva York a morir de aburrimiento en Moscú, anticipando sin tapujos su admiración hacia un país que sólo sabe que existen otros si los ha bombardeado o tienen materias primas que esquilmar. Cuando era joven solíamos acudir periódicamente a las manifestaciones contra las bases militares norteamericanas instaladas en España gracias a los pactos con Franco. Nos parecía humillante y peligroso. Con aquella frase de González comenzó a cambiar la visión que muchos españoles tenían sobre la nación más poderosa, una nación que había ayudado sobremanera al mantenimiento de la dictadura. Dejamos de gritar “yankee go home” y comenzamos a querer ser como ellos, ricos, especuladores, codiciosos, agresivos, insolidarios, beligerantes. Se puso de moda ir a Nueva York y a algunas personas con el cacumen lixiviado les dio por ir a hacer las compras de Navidad a la Gran Manzana para luego colocar las selfis en las incipientes redes sociales o comentarlo con sus amistades. Fue entonces cuando muchos creyeron que en los hospitales privados de Huston se curaban enfermedades incurables por unos cuantos millones. Pudieron comprobar que no era así.

El proceso de centrifugado mental al que hemos sido sometidos durante los últimos treinta años nos ha llevado a admirar al país que impuso el neoliberalismo como única doctrina económica válida

Al mismo tiempo que comenzamos a admirar lo peor de la sociedad yanqui, sufrimos una verdadera invasión de productos audiovisuales de ese origen que dura hasta nuestros días casi como único alimento para el cuerpo y el espíritu, siendo casi imposible que lleguen al gran público producciones de otro origen y con un poco más de espíritu crítico. Comenzó la bobalización general, un proceso de embrutecimiento global que nos ha llevado a perder no sólo las señas propias de identidad sino la esperanza en un mundo mejor, cosa que apenas interesa a una minoría. Pues bien, el proceso de centrifugado mental al que hemos sido sometidos durante los últimos treinta años nos ha llevado a admirar al país que impuso el neoliberalismo como única doctrina económica válida, la guerra de destrucción masiva como instrumento para saquear las materias primas de los países más pobres, la desestabilización política violenta como método para tumbar a gobiernos poco amigos, la deslocalización industrial como forma de destruir las conquistas sociales europeas y maximizar beneficios y la guerra comercial como último recurso para prolongar su hegemonía.

Estamos en un error. Estados Unidos es un gran país que ignora y desprecia cuanto hay fuera de sus fronteras, incluso la pobreza enorme que anida en su interior. Allí sólo sirve triunfar para servir al dios mercado. La primera hipoteca es la vivienda, la segunda los estudios de los hijos, la tercera la salud, de forma y manera que la inmensa mayoría de la población se dedica a trabajar entre diez y doce horas diarias para pagar créditos y créditos hasta el final de sus días sin saber que hay otras maneras de vivir. No existe el derecho a la asistencia sanitaria, no existen las pensiones públicas, sólo las privadas que dependen de lo rico que seas para que puedas dejar de trabajar en la vejez; no existen las vacaciones pagadas y en caso de tenerlas nunca superan los diez o doce días; no hay prestación por desempleo, ni ayudas al alquiler, ni becas para el estudio salvo que apuntes maneras deportivas, única manera de acceder a estudios superiores para los más pobres. Hay hospitales de beneficencia como los que existían aquí hace muchas décadas, médicos que hacen igualas y profesores muy mal pagados que han de buscar otro trabajo para llegar a fin de mes. Por el contrario, Estados Unidos mantiene la mayor flota de guerra que ha existido en la historia repartida por todo el mundo y dispuesta a matar en cualquier país; ficha científicos de todo el mundo para que inventen nuevas armas, redes de control social cada vez más sofisticadas y extensas y medicamentos carísimos que normalmente han sido descubiertos en universidades públicas pero que ellos, tras comprar las patentes, comercializan sin ningún respeto por la vida humana, y, sobre todo, han perdido, si es que alguna vez lo tuvieron, el respeto por los Derechos Humanos, todos y cada uno de los cuales violan dentro y fuera de su país de forma sistemática.

No, no es Estados Unidos el modelo a imitar, no es lo que hace Estados Unidos con los inmigrantes y refugiados que llegan a sus fronteras lo que tiene que hacer Europa, sino todo lo contrario; ni tratar a los pobres, excluidos, marginados y pisoteados con medicina de palo y tentetieso, eso nos llevará, nos está llevando, a ser una mala imitación, un sucedáneo en el que ni los propios podamos vivir en paz. Estados Unidos es un país que ha vivido en guerra permanente desde que nació. Ese es el rasgo más notable de su carácter, de la mayor parte de sus ciudadanos -hay excepciones, muchas, extraordinarias-, y no es un rasgo digno de admiración, mucho menos de imitación. Europa sólo tiene una salida, regresar sobre los pasos que durante unas cuantas décadas la hicieron brillar, la defensa escrupulosa de los Derechos Humanos. Esa es la única alternativa.

Desde que dejamos de gritar “yankee go home”