jueves. 28.03.2024

¡Cristo se paró en ébola!

La crisis del ébola demuestra que estamos en manos de desalmados, de cuatreros a los que importamos menos que el toro de la Vega...

A Teresa Romero, auxiliar de clínica que voluntariamente se ofreció
a asistir a enfermos incurables que, por desidia de quienes mandan,
le contagiaron la enfermedad que hoy padece. Mucho ánimo y fuerza,
todo mi cariño y admiración.


La crisis del ébola demuestra que estamos en manos de desalmados, de cuatreros a los que importamos menos que el toro de la Vega

En 1945, unos meses después de acabada la Segunda Guerra Mundial, el escritor antifascita italiano Carlo Levi publicó Cristo se paró en Éboli, novela magistral llevada años después al cine por Francesco Rossi en la que describía la situación de extrema pobreza en la que vivían los habitantes de la región italiana de la Basilicata. Decía Carlo Levi que más allá de Éboli las relaciones humanas seguían siendo las mismas a mediados del siglo XX que las existentes antes de la romanización y de la era que algunos llaman, por desgracia, cristiana, más que nada por el calendario.

A finales del siglo XIX, Emile Zola escribió su célebre Yo acuso. Francia vivía un periodo convulso de su historia, a la brutal represión de la Comuna, sucedió un periodo de crisis y represión que no cesaría hasta la llegada al poder de Combes, Briand, Ferry y los radicales que recuperaron el espíritu republicano. Francia tenía muchos problemas, había sido derrotada por Alemania en la guerra franco-prusiana, el hambre y el desánimo crecían día a día. Sin embargo, no fue la crisis económica ni la represión lo que provocó la ira del pueblo francés, sino aquel célebre artículo de Zola en el que acusaba de antisemitismo, racismo y corrupción al ejército y al gobierno francés por las sanciones injustas aplicadas al capitán Alfred Dreyfus. En medio de una ofensiva de la ultraderecha nacionalista, el artículo de Zola provocó la adhesión de cientos de intelectuales –es en ese momento cuando nace el término- a la causa del capitán francés. Dimitieron generales, jueces, ministros y Dreyfus fue rehabilitado gracias a la reacción indignada del pueblo francés: La Tercera República francesa se despojó de la mugre que le sobraba y pudo emprender las enormes reformas –entre ellas la Ley de Laicidad- que se esperaban de ella. Como se ha dicho, quizá no fuese el asunto Dreyfus el más grave que acometía a la sociedad francesa, pero la denuncia hecha por Zola con la ayuda de Clemenceau supuso un revulsivo impresionante para la regeneración de la vida pública del país.

Es posible que la crisis que se ha abierto en España a raíz de la repatriación de los dos misioneros de Sierra Leona y del posterior contagio de ébola de la auxiliar de clínica Teresa Romero, no sea el problema más grave que acucia a España en estos momentos, cuando casi un cuarto de la población vive bajo los umbrales de la pobreza, cuando uno de cada cinco niños padece malnutrición, cuando una parte muy visible de la política, las finanzas y la industria está dando un espectáculo delictivo y bochornoso al manejar fondos públicos muy cuantiosos en beneficio propio, cuando nos están quitando derechos que creíamos consolidados para siempre con el simple objetivo de beneficiar a la oligocracia dominante, cuando nuestra democracia ha sido secuestrada por el partido en el gobierno, FMI, el BCE y la Comisión Europea, pero está claro que puede significar algo muy parecido a lo que el asunto Dreyfus significó para Francia: La muerte de la vieja política y el nacimiento de la nueva.

Como decía Carlo Levi, Cristo se paró en Éboli, y en España, la democracia se paró en ébola, porque el contagio sufrido por Teresa y las palabras anteriores y posteriores de los dirigentes populares de la Comunidad de Madrid y del llamado Gobierno de España son tan insolentes, tan zafias, tan penosas que avergüenzan la condición humana, porque desde las filas del Partido Popular, Convergencia y Unión y otros partidos de la derecha se llevan años privatizando y externalizando servicios médicos y hospitales enteros, porque se han expulsado del Sistema Público de Salud –otrora uno de los mejores del mundo- a miles de médicos, enfermeros y auxiliares, porque no hay renovación tecnológica, porque las listas de espera premeditadas obligan a muchísimas personas enfermas a acudir a clínicas privadas como último recurso para poner remedio a sus males previa presentación de liquidez en la cuenta corriente, porque hay cientos de miles de inmigrantes que no tienen derecho a la salud, porque la política sanitaria llevada a cabo por personajes como Rajoy, Mato, Lasqueti, Mas, Puig, Camps y otros –de acuerdo con los grandes del negocio médico español y europeo- hace que las medicina privada vampirice al Sistema Público de Salud, porque después de años de saqueo de lo público, la crisis del ébola demuestra, más por su dimensión cualitativa que por la cuantitativa, que estamos en manos de desalmados, de malvados, de cuatreros a los que importamos menos que el toro de la Vega.

Entrar hoy por hoy, después de los recortes y las privatizaciones, a urgencias de cualquier hospital español es darse de bruces con una terrible realidad, enfermos en los pasillos, muchos de ellos graves, enfermeros y médicos corriendo de un lado para otro, agotados, como si estuviesen en un hospital de campaña después de una brutal batalla. Los profesionales no dan abasto, hacen todo lo que pueden y mucho más, pero no hay medios ni personal, y así es imposible trabajar. El hospital Carlos III de Madrid comenzó a ser desmantelado dentro del plan privatizador ideado por Esperanza Aguirre y su sucesor al frente de la Comunidad de Madrid, podría y tendría que haber sido un hospital de referencia para las enfermedades infecciosas, pero hoy los profesionales que allí trabajan tienen los mismos medios de que gozan en un Centro de Salud cualquiera. Es posible que ahora mismo no contemos con un Zola o un Levi para azuzarnos, para enunciar un Yo Acuso que haga temblar las entrañas de ésta sufridísima tierra, pero tenemos información suficiente para saber quiénes son los padres de tanta aberración, de tanto despropósito, de tanta maldad y es llegada la hora de decirles fuera, la función se ha acabado, ahora toca pagar.

¡Cristo se paró en ébola!