jueves. 25.04.2024

Antonio Machado, cumbre de la evolución humana

Desde su aparente y engañosa tranquilidad indolente, Machado observaba y amaba, amaba a la vida, amaba al amor, amaba la tierra que pisaba y amaba a quienes la pisaban junto a él sin apenas hacer ruido

Puede que no haya sido el mejor, pero sí el más grande. Pocas veces en la historia de la literatura universal un poeta, sin quererlo, ha llegado a formar parte del alma de un pueblo como Antonio Machado Ruiz, de quien hoy sentimos su muerte como si hubiese sido cosa reciente e íntima, al menos quienes nada tenemos que ver con la España del sable y del sablazo, del privilegio y del chanchullo, del Cerrado y Sacristía.

Como decía el historiador Jacques Le Goff los hombres no son sólo hijos de sus padres sino que lo son también de su tiempo. Machado pertenecía a una familia tan culta como liberal, su abuelo Antonio fue un insigne médico, antropólogo y naturalista, introductor de las teorías de Darwin en España y promotor de la Institución Libre de Enseñanza. Casado con Cipriana Álvarez, hija del filósofo Álvarez Guerra, tuvieron un único hijo, el antropólogo, flamencólogo e institucionista Antonio Machado Álvarez, quizá el mayor estudioso del folclore andaluz. Como liberales, republicanos, jacobinos y humanistas, los Machado fueron heredando de padres a hijos el amor por el hombre y por la Humanidad, rodeándose de las personas más sabias, generosas y libres del país. Desde el genial Eduardo Benot a Francisco Giner de los Ríos pasando por los hermanos Calderón, Federico de Castro, Concepción Arenal, Roberto Castrovido, Benito Pérez Galdós, Nicolás Salmerón, Francisco Pi y Margall, Pablo Iglesias, Fermín Salvochea, Leopoldo Alas o José Nakens. 

Al tanto del pensamiento científico y filosófico europeo, el padre de Antonio Machado había llegado a elaborar una teoría propia de pueblo que se diferenciaba netamente del Volkgeist de Herder que ligaba pueblo y raza para que luego Hitler llenase Europa de sangre y terror. Para Machado Álvarez el pueblo no era una entelequia, ni una unidad de destino, ni tenía que ver con razas, sino con la forma en que miles de individuos de un mismo territorio se enfrentan a la vida y dejan un legado aprovechable para las siguientes generaciones. Decía el padre del poeta que la historia de España se había dedicado exclusivamente a estudiar a determinados personajes y familias del poder, olvidándose del pueblo trabajador, de las vidas de quienes cultivaban los campos o acudían a las fábricas y que por eso era una disciplina acientífica puesto que ignoraba a la inmensa mayoría de la población. Este pensamiento intrahistórico del padre influyó notablemente en Antonio Machado Ruiz, en su poesía, en su concepción del mundo y en su personalidad.

Antonio Machado Ruiz fue un hombre de una enorme cultura, pero debido a su educación siempre anduvo lejos de la soberbia, de la egolatría, de la presunción. En aquellos años de finales del XIX y principios del XX, cualquier profesor, periodista o literato que gozase de cierto reconocimiento dentro del orden establecido -sucede hoy más todavía- se creía con el derecho a sentar cátedra y hablar ex cátedra, dando más importancia a la fama, al agasajo, la pompa y la lisonja que al valor íntrínseco de su obra o de su persona. Machado estaba hecho de otra pasta, también diferente a la de su hermano Manuel, más dado al boato y a lo epidérmico.

Desde su aparente y engañosa tranquilidad indolente, Machado observaba y amaba, amaba a la vida, amaba al amor, amaba la tierra que pisaba y amaba a quienes la pisaban junto a él sin apenas hacer ruido. No hay por tanto diferencia alguna entre el hombre y el poeta, entre su vida y su obra, Machado es poesía en sí mismo, en su mirada, en su verso que brota de manantial sereno, en el inmenso amor por la Humanidad que se desprende de cada uno de sus poemas. Y ahí es donde está su inmensa grandeza.

Antonio Machado Ruiz es una cumbre de le evolución humana. Desde que apareció la escritura hasta nuestros días, el hombre se ha movido por valores arcaicos y materiales, incluso aquellos que decían dedicarse a cosas supraterrenales. El poder, la ambición, la codicia, la superioridad, el dominio, la manipulación, el egoísmo han sido y siguen siendo los motores que mueven el mundo sin que apenas exista diferencia entre el hombre cazador del paleolítico, el agricultor del neolítico, el burgués del tiempo reciente o el jefe de Microsoff. Mandar sobre los demás, tener más que los demás, ser más que los demás continúan siendo las aspiraciones máximas de los individuos que se creen mejores que los demás, sin pararse a considerar que esas aspiraciones, que esas ambiciones son la prueba más irrefutable de una pobrísima evolución humana, de un letargo evolutivo que sigue anclando al mundo al pasado violento, miserable e injusto que ha caracterizado el devenir histórico hasta nuestros días. 

Machado estaba muy por encima de las ambiciones y las señas de identidad de los hombres de su tiempo. Era, ante todo, un hombre bueno, en el buen sentido de la palabra bueno, que dedicó su vida a explicarnos a todos como se puede ser bueno sin hacer el ridículo, sin deberle nada a nadie. Enemigo de la guerra, la condenó cuanto pudo pero supo estar siempre al lado de los oprimidos, de los pisoteados, de los vencidos, aún a costa de su propia vida. Contrario al catolicismo español, compuso una saeta atea que hoy tocan los que llevan santos a hombros. Amigo de la vida, nos dejó a Juan de Mairena para que guiase nuestros pasos y supiésemos comprender los eventos consuetudinarios que acontecen en la rue. Recuerdo a mi padre, lector apasionado de todo, una enciclopedia viviente, con su zamarra, su boina, sus botas de monte, su paquete de caldo de gallina y en el bolsillo izquierdo del chaquetón Juan de Mairena, siempre, día y noche. Y ese debiera ser nuestro catecismo, el catecismo escrito por un hombre sabio, bueno, generoso y único que sigue enterrado al otro lado de los Pirineos, en Colliure, en una tumba que quiso pagar Pau Casals en solitario pero que al final lo fue por Albert Camus, André Malraux, un grupo de estudiantes españoles de la Sorbona y el propio Casals. 

Allí, para vergüenza de todos los hombres buenos de este país, sigue enterrado uno de las personas más maravillosas que ha parido país alguno, un ser humano que había evolucionado mucho más que la mayoría de sus contemporáneos y que los nuestros, un ser que nos indica el camino que se debe hacer al andar, un camino que nada tiene que ver con el que nos obligan a transitar los enemigos de la Humanidad y del Ser Humano. Si en España hubiesen patriotas de verdad, hoy los restos de Antonio Machado estarían en el lugar más visible del país, y sus poemas serían la letra del himno del que carecemos.

Antonio Machado, cumbre de la evolución humana