viernes. 29.03.2024

Rato full monty

El ser humano normal tiende en su psicopatología cotidiana a experimentar una fascinación irresistible hacia los caraduras de éxito, los corruptos con caché y tarjeta black...

Leyendo o escuchando a distintos medios informativos, percibo una coincidencia general en la apreciación de que la aparatosa detención de Rodrigo Rato y su liberación pasado un corto lapso de horas de conversación distendida con un anónimo juez de guardia, responden nada más que a un paripé mediático organizado por el Partido Popular. Se trataría, hablando en términos de teatro griego, de provocar una catarsis en el espectador a partir del sacrificio ritual de un chivo expiatorio, para luego culminar la representación dramática con una apoteosis ma non troppo en los inminentes comicios, o en el peor de los casos en los de noviembre.

Quizá ocurra así, pero me temo que no. Y es que lo ocurrido me parece –estoy hablando objetivamente, hecha abstracción de mis escasas simpatías por la opción popular– una mala pedagogía. Don Mariano Rajoy, ese héroe edípico de mesa camilla, debería saber muy bien, porque él mismo nos lo ha avisado, que se está jugando los cuartos con un país de seres humanos normales. Nada de gente rarita.

Ahora bien, el ser humano normal tiende en su psicopatología cotidiana a experimentar una fascinación irresistible hacia los caraduras de éxito, los corruptos con caché y tarjeta black, los vivalavirgen que se ponen el mundo por montera debido a una carencia absoluta de las ataduras y los escrúpulos morales que, por el contrario, atenazan en la travesía de la vida a los seres humanos normales, precisamente por el mero hecho de serlo. El ser humano normal tiene un altar en su corazón para la izquierda responsable, pero con frecuencia entrega su voto (siempre con disimulo, de modo que su mano siniestra no se haga partícipe de los desvíos de la diestra) a la derecha desfachatada. Y es que se ve a sí mismo tal como es en el primer espejo, mientras que el segundo refleja sus sueños húmedos de promoción social caiga quien caiga. Tal es su condición escindida, su sentimiento trágico de la vida.

Por esa razón la caída estrepitosa del Olimpo de Rodrigo Rato, su espectáculo full monty con capón incluido para agacharlo y hacerle entrar en el vehículo policial, no lanza el mensaje adecuado a la ciudadanía. Ninguna prescripción, ninguna amnistía, ninguna absolución por defectos de forma podrá devolver a don Rodrigo lo que ha perdido en una tarde aciaga.

Eso que ha perdido para siempre es el aura de invulnerabilidad, el letrero de «Intocable» al estilo de los grupos de élite de Elliot Ness. El perfume exclusivo, el glamour que lo designaba como oscuro objeto del deseo del votante.

Incluso los chivos expiatorios, señores del Partido Popular, han de ser elegidos con cierto cuidado. Bárcenas como íncubo de pesadilla era una buena opción; Cospedal, con su aire patoso de parvenue de la meritocracia, aún lo es; Rato, no. Va a dejar en el imaginario popular un hueco difícil de llenar. Sin él, las candidaturas populares perderán calma, lujo y voluptuosidad. Morbo, en una palabra.

Rato full monty