jueves. 28.03.2024

El fraude como instrumento de estructuración social

La corrupción era también conocida, incluso aceptada socialmente como signo inequívoco de distinción y de superioridad.

Los casos recién conocidos de fraude a la hacienda pública de los ciudadanos Soria López, ministro de Industria en funciones hasta esta misma mañana, y Aznar López, ex presidente del Gobierno de la nación y presidente de honor del Partido Popular, pueden dar la impresión equivocada de que se ha dado una escalada progresiva en la implicación en la corrupción de la clase política, desde los “casos aislados” iniciales, y pasando por las categorías profesionales o asimiladas de tesoreros y conseguidores, hasta salpicar incluso a ministros y presidentes. Lo que ha existido, sin embargo, es una escalada en el desvelamiento. La corrupción existía ya de antes, y era sistémica, no puntual. Era también conocida, incluso aceptada socialmente como signo inequívoco de distinción y de superioridad. Era, para expresarlo con una imagen que nos retrotrae a épocas y ambientes antañones, el rasgo distintivo de un nuevo señoritismo.

Con el declive progresivo de unas estructuras de poder sólidamente enraizadas en la sociedad ha sido cuando, puestos a tirar de la manta y en función de la magnitud mayor o menor de las resistencias opuestas, los primeros en quedar al descubierto han sido los eslabones más débiles de la cadena, y el desvelamiento ha proseguido a partir de ahí en paralelo al deterioro progresivo del poder que servía de plataforma sustentadora a todo un entramado, en parte privado y en parte público, volcado a la “búsqueda y extracción de rentas” al margen de las disposiciones legales, por parte del capital político.

He tomado las categorías arriba mencionadas, dicho sea entre paréntesis, del libro de Carlos Arenas Posadas «Poder, economía y sociedad en el sur» (Centro de Estudios Andaluces, 2015). Allí se manejan para explicar la historia y las instituciones del capitalismo “extractivo” en Andalucía, pero sus análisis luminosos y llenos de rigor son aplicables a otras latitudes, como corresponde al hecho de que el capitalismo andaluz es una peculiaridad regional inmersa en un contexto globalizado.

Del mismo libro, tomo una cita en nota a pie de página que expresa con claridad el trasfondo y la trascendencia del asunto: «El fraude es, pues, un poderoso instrumento de estructuración social, en la medida en que no todos los individuos tienen las mismas posibilidades de ejercerlo: según la clase social a la que pertenecen y según la red de relaciones sociales en la que se hallan inmersos, defraudan o no defraudan, lo hacen en mayor o menor medida, en un sentido o en otro. Y al hacerlo ponen a prueba su poder, su riqueza, sus vínculos y su influencia, de modo que se sitúan en un lugar o en otro del entramado social; y todo ello a la vista de los conciudadanos, de modo que el fraude adquiere también un poder simbólico, pues al demostrar la fuerza de quien puede enfrentarse impunemente al Estado incumpliendo sus normas, legitima y consolida la dominación de las oligarquías sobre la sociedad rural.»

La cita corresponde a Juan Pro Ruiz, «El poder de la tierra: una lectura social del fraude en la contribución de inmuebles, cultivo y ganadería (1845-1936)». Hacienda Pública Española. Monografía 1 (1994), pp. 189-201. La validez del mecanismo descrito por Pro y por Arenas subsiste, a lo que entiendo, trasplantada a otros tiempos históricos y a una sociedad no predominantemente rural.

El fraude como instrumento de estructuración social