viernes. 29.03.2024

Adiós al trabajo fijo

Lo ha dicho Juan Rosell, el patrón español de patronos: el trabajo fijo y seguro no es de esta época.

Lo ha dicho Juan Rosell, el patrón español de patronos: el trabajo fijo y seguro no es de esta época. No se trata de una profecía, sin embargo; más bien, de un aviso a navegantes.

En efecto, no aparece en tal declaración novedad alguna en relación con lo que es ya una tendencia consolidada en el mercado de trabajo español. Hoy se está contratando para una semana, para un fin de semana, en casos extremos para ocho o diez horas, incluso para menos. La duración media de los contratos por tiempo definido o a tiempo parcial se va acortando progresivamente; los contratos indefinidos se han convertido en una rareza, y lo último que puede decirse de ellos es que constituyan la base de empleos “seguros”.

Resulta más que dudoso, sin embargo, que tal circunstancia tenga nada que ver con la digitalización de la economía. Es la asociación de ideas que Rosell ha pretendido establecer, en la presentación de un estudio elaborado por Siemens y la consultora Roland Berger sobre la transformación digital en curso de la producción de bienes y servicios, y las sorpresas mayúsculas que este nuevo paradigma tecnológico va a generar en el mundo de la economía.

Rosell ha hecho mención de dos realidades distintas, y ha situado conceptualmente la una, el fin del trabajo fijo, en la estela de la otra, la transformación digital. Es ahí donde los datos no cuadran. La transformación digital apenas está llegando; el empleo precario es ya una realidad asentada. Lo uno tiene poco que ver con lo otro. Es cierto que nuevas formas de producir, en particular las soluciones robóticas aplicadas a los procesos industriales y a la prestación de determinados servicios, están generando pérdidas netas de empleo en los países industriales más avanzados; no lo es, que tal percepción se dé en el caso de España.

Es plausible la necesidad que predica Rosell de una inversión mayor en I+D por parte de las empresas, de una mejor formación profesional y técnica, de unas estructuras aptas para el reciclaje permanente de la fuerza de trabajo, de una revolución en los estudios universitarios. También lo es, aunque esto no lo predica Rosell, la necesidad para los sindicatos de un ajuste drástico en sus saberes, de una reformulación a fondo de sus prácticas, y de una refundación de su legitimidad y su representatividad.

Pero el enemigo no es la transformación digital; esta va a ser el terreno de juego. El enemigo es la financiarización de la economía, la entronización del beneficio privado e inmediato como único dios moderno, y la desigualdad rampante que estas premisas, inescrupulosas y jamás puestas a examen y discusión por las autoridades políticas y económicas nacionales y transnacionales, está provocando y ahondando día a día en una sociedad fragmentada y desasistida.

No es el trabajo fijo el desiderátum de la sociedad del siglo XXI, sino el trabajo digno. Tener que ganarse todos los días de nuevo el empleo es un esfuerzo duro pero asumible, en el caso de que la recompensa valga la pena. Pero no es empleo cualificado y bien remunerado lo que se ofrece. El signo de nuestra época es, por el contrario, la oferta a la baja de empleos basura, en ocasiones con exigencias añadidas insufribles o degradantes, y siempre remunerados con microsalarios insuficientes para subsistir.

No estamos entonces en un contexto digital, sino más bien preindustrial. Cuando Rosell habla de ese modo en nombre del empresariado de nuestro país, debe saber bien cuál es la calaña de lo que se agrupa detrás de él. Cuando afirma que el trabajo fijo y seguro es un concepto propio del siglo XIX, tiene que asumir que entonces también existía la prisión por desfalco, fraude, simulación y alzamiento de bienes.

Con bastante mayor rigor, incluso, que ahora, en la modernidad invocada por Rosell.

Adiós al trabajo fijo