viernes. 29.03.2024

Las víctimas de los recortes

Una sociedad sana y fuerte procura criar con salud a sus hijos, atender debidamente a los enfermos y desvalidos y proteger los últimos años de las personas mayores...

Una sociedad sana y fuerte procura criar con salud a sus hijos, atender debidamente a los enfermos y desvalidos y proteger los últimos años de las personas mayores. Pero vivimos en un tiempo cruel y en una sociedad enferma que no aborda lo que deberían ser deberes principales. Las fuerzas políticas dominantes están desmontando el Estado de bienestar para substituir la justicia por caridad y los servicios públicos por negocios privados.

En un tiempo reciente hubo quien amasó grandísimas fortunas (banqueros, empresarios, especuladores financieros, políticos corruptos, delincuentes varios), hoy escondidas en paraísos fiscales. La crisis económica actual no la pagan sus principales responsables -que ni pidieron disculpas ni devolvieron el dinero-, sino  los trabajadores, los enfermos, los jóvenes, los funcionarios, los viejos y los minusválidos.

España es el tercero país de la UE con más riesgo de pobreza. El 27 por ciento de población tiene muy pocos ingresos o padece privaciones; somos el tercero de los Veintisiete con mayor riesgo de pobreza, por detrás de Bulgaria y Rumanía. Hay más de 12 millones de personas que están en una situación de exclusión o vulnerabilidad. La respuesta a esta situación dramática no es realizar recortes sociales y provocar más sufrimiento; al contrario, hay que  restaurar una política fiscal redistributiva que permita generar ingresos suficientes para mantener y potenciar los servicios públicos. Si no se hubiese impuesto una fiscalidade regresiva ni se hubiesen  entregado las empresas públicas rentables a los amigos del presidente  Aznar (Telefónica, Endesa, Repsol, Argentaria, Tabacalera) hoy el Estado tendría una situación económica más solvente para afrontar la crisis.

Detrás de las cifras hay personas que sufren y que se sienten atrapadas en un camino sin salida. Cada vez hay más trabajadores atenazados por el miedo al despido, parados sin esperanza, personas contratadas por salarios miserables, jubilados con pocos recursos e inmigrantes sin atención sanitaria. Las crueles medidas impuestas por el  gobierno hacen que crezca, día a día, el miedo al futuro, la desesperanza y la indignación. Hay mucha gente dominada por la angustia y el temor, que incluso se llegan a sentir culpables. Hay personas que ven su vida arruinada y son incapaces de tolerar tanta humillación.

Yo vivo y trabajo en un barrio de A Coruña, donde muchas familias trabajadoras, en los últimos años, ven como se deteriora su situación laboral y económica. Podría hablar de decenas de personas afectadas por la situación y heridas por la política de recortes. Pero sólo voy a referir dos casos. No hace mucho estuvo en mi consulta una señora de ochenta años para ver que medicinas se podrían retirar de su receta electrónica, por no ser capaz de pagarlos todos: en su casa viven un hijo con su mujer y dos nietos, todos ellos dependiendo de su pensión (quinientos euros).

En la pasada Navidad  un paciente de 45 años, que lucha desde hace más de tres lustros con una insuficiencia renal crónica (tres días de diálisis a la semana, en transporte colectivo) después de sufrir un rechazo del trasplante, me envió una carta, que resumo a continuación, sin más comentarios: 

Me considero en la obligación de darle información para que sea de su conocimiento y si usted lo estima oportuno puede usarla a su conveniencia con mi plena autorización; en ningun caso es una queja hacia su gestión de la salud familiar. Mi pensión es de 375 euros, ya insuficiente para soportar los gastos. Mi madre cobra una pensión buena pero cada vez resulta más difícil llegar a fin de mes. Podemos sobrevivir pero ya tenemos que prescindir de cosas que considerábamos elementales hace sólo un año. Me siento una carga para mi familia; cada vez que vamos a la farmacia y pagamos 40 o 50 euros- a veces más-  me siento fatal; me consta que lo hacen con gusto pero yo no puedo evitar sentirme mal. Este sentimiento de culpabilidad me abruma y se suma a todas las angustias que usted ya conoce. 

He tomado una serie de medidas que creo que irán en detrimento de mi salud si se sostienen en el tiempo; trato de prescindir del Fortasec –que ahora hay que pagar-, y tomar agua de cocer arroz para que no resulte tan oneroso para el presupuesto familiar (la bacteria de mi ingreso tan grave del 2008 me la han controlado pero me produce descomposición casi a diario). La higiene del catéter la hago con toallitas (en vez de gasas estériles), procuro usar para esta higiene colonia o desodorante empañando las toallas de algodón. El Ferplex trae 20 viales por caja y costaba hasta hace poco 40 euros lo cual supone un gasto de 50 euros mensuales. Lo he dejado. Desde enero a noviembre mi hematocrito bajó desde 48 a 30%. Vuelvo a sentirme débil, me cuesta subir por pendientes y me agoto tremendamente. En fin, le ruego me disculpe esta redacción lastimera. Pero creo que deben estar informados de lo que han significado para los pacientes crónicos estos recortes. El ahorro se podría obtener de otras partidas menos dolorosas para la sociedad, salvo que se trate específicamente de dañar a estos colectivos más desfavorecidos.

La responsabilidad de esta carta es exclusivamente mía. Muchas gracias por todo; sin su ayuda y sin las facilidades que dio a mi familia yo no saldría adelante. Le deseo felices fiestas. Marcos”.

Las víctimas de los recortes