jueves. 18.04.2024

El futuro será rural

La mudanza que se produjo en Galicia en las últimas décadas es abismal. La vida de los jóvenes de hoy, para bien y para mal, no tiene nada que ver con la de sus abuelos.

Procedo del mundo rural. Nací y me crié en una aldea de Galicia. Conozco ese mundo de primera mano. Mi amigo Manuel Iglesias Turnes ha publicado dos novelas (As rapazas de Xan y Que non te aten, ambas escritas en gallego) en las que narra la vida de una aldea en los años cincuenta del siglo pasado y en la actualidad. Estos días he releído ambas obras lo que me hizo reflexionar sobre el cambio radical que se vivió en ese entorno. La mudanza que se produjo en Galicia en las últimas décadas es abismal. La vida de los jóvenes de hoy, para bien y para mal, no tiene nada que ver con la de sus abuelos.

En Galicia el 60 por ciento de la población vive en las áreas urbanas de las siete ciudades principales. Desde 1985 hasta hoy más de 350.000 personas abandonaron el campo (el 85% de la población activa de aquel tiempo). Hubo muchos que marcharon a la emigración; otros fueron a vivir a los barrios periféricos de las ciudades. Sus hijos fueron criados en el desprecio y rechazo del campo; algunos hicieron estudios universitarios, otros trabajaron en la construcción hasta que la explosión de la burbuja inmobiliaria los dejó sin trabajo y sin futuro.

Hubo sectores de la economía rural que progresaron de manera espectacular dedicando enormes esfuerzos a mejorar y modernizar la producción. El mundo del vino en Galicia está hoy a la altura de los mejores, y la industria de la leche también avanzó de forma impresionante. Si a mediados del siglo pasado había más de 120.000 ganaderos ahora quedan menos de 10.000, pero con una capacidad de producción infinitamente superior y de gran calidad. Galicia produce leche para más de quince millones de personas y se sitúa entre las ocho regiones productoras más importante de Europa. Este proceso, necesario y probablemente inevitable en aquel tiempo, también provocó víctimas: gente que dejó las tierras y la casa familiar, el abandono de las fincas y de los montes que quedaron, en muchos casos, improductivos. Los que pudieron hacer crecer sus explotaciones hoy, incluso con las amenazas existentes, tienen una vida mejor. De los que dejaron todo atrás, muchos están ahora sin nada: sin tierra, sin trabajo, sin futuro.

El territorio y el paisaje sufrieron una transformación brutal. Fueron los años del feismo (el ladrillo a la vista y el cemento por todas partes), de la reforestación con pinos y eucaliptos, de los campos abandonados invadidos por el tojo y la maleza, de la apertura de numerosas carreteras y pistas que no llevan la ninguna parte, del chaletismo rururbano. Mientras tanto el calendario de Galicia se fue llenando de fiestas gastronómicas, las paredes de las tabernas se adornan con los aperos de la labranza y los hórreos se convirtieron en un elemento decorativo en los jardines de los chalés. Es la arquitectura del desarraigo, la conversión de Galicia en un Parque Temático para distracción de turistas y caminantes (Santiago Lamas, Galicia borrosa).

Pero ahora ese tiempo de crecer sin límite ya finalizó y hay voces autorizadas que alertan de los peligros del futuro. Algunos intelectuales defienden la teoría del decrecimiento. Es necesario frenar este crecimiento sin fin, impulsado por el capitalismo, que ya no sirve más que para aumentar las desigualdades y degradar el planeta. Otros teóricos van un paso más allá. Advierten de la proximidad del fin del petróleo como fuente de energía y de las severas consecuencias que eso podrá tener si no estamos preparados. El economista Xoán R. Doldán [1] pregunta: ¿Cómo cubriremos la demanda básica de alimentos donde se ha renunciado a producirlos y donde se producen gracias a la importación del petróleo y agroquímicos?

Pronostica que el futuro será rural, pero ya no será una opción, si no algo inevitable. Sin caer en el catastrofismo lo cierto es que hace falta prepararse de forma colectiva para cuando, tarde o temprano, llegue ese momento. De lo contrario sucederá lo que Carlos Taibo [2] llama darwinismo social militarizado, que consistiría en que ciertos grupos del poder económico y político intentarían acaparar los recursos escasos para suministrar a las elites, de la mano de proyectos apoyados en la violencia.


[1] http://www.vesperadenada.org/2012/04/02/o-futuro-e-rural/

[2] http://www.carlostaibo.com/articulos/texto/?id=315

El futuro será rural