viernes. 19.04.2024

El crecimiento de la desigualdad

Lo cierto es que la desigualdad creciente puede generar situaciones de severo conflicto social.

desigual

Los ricos se llevan el dinero fuera, no cotizan ni invierten en el país: las sociedades de los altos patrimonios prefieren la Bolsa sobre la renta fija, y las acciones extranjeras frente a las españolas

El economista francés Thomas Piketty, en su famoso libro “El capital en el siglo XXI”, analiza el crecimiento de la desigualdad en el mundo occidental. Estuvo por aquí estos días pasados y afirmó que España es la demostración del fracaso de las políticas de austeridad. También expresó su deseo de que el previsible cambio político traspase las fronteras para contribuir a “la refundación democrática de Europa”. Vicenç Navarro ya había advertido en sus escritos que, en contra de lo que afirman los dogmáticos neoliberales, las desigualdades tienen un impacto negativo en el desarrollo económico, y que la concentración de la riqueza y el empobrecimiento de los trabajadores son la causa de la gran recesión y el bajo crecimiento.

Porque lo cierto es que la desigualdad creciente puede generar situaciones de severo conflicto social.  En las dos décadas previas a la crisis, desde EEUU a España, en la mayoría de las economías avanzadas la etapa de expansión no sirvió para distribuir mejor. No solo hubo un mayor crecimiento en la remuneracion del capital frente a la del trabajo, sino que se amplió la brecha en esta última. Pero desde 2008 la desigualdad creció de manera brutal. En España, el país europeo donde más crece la desigualdad, las empresas que operan en los mercados del lujo son las que más aumentan sus ventas. El mercado español del lujo es el noveno mayor del mundo, y España sigue a China como el país donde hay más nuevos ricos. Es una realidad obscena: el número de milmillonarios se duplica durante la crisis mientras la desigualdad alcanza niveles extremos en todo el mundo. Las veinte mayores fortunas españolas aumentaron su riqueza en 15.450 millones de dólares entre 2013 y 2014 y poseen hoy tanto como el 30% más pobre de la población. Pero esta concentración de la riqueza en pocas manos no revierte en beneficio de la población (desmintiendo la hilarante “teoría del derrame” defendida por los neocom): Los ricos se llevan el dinero fuera, no cotizan ni invierten en el país: las sociedades de los altos patrimonios prefieren la Bolsa sobre la renta fija, y las acciones extranjeras frente a las españolas.

Este reducido grupo de ricos rentistas y jugadores del casino de la especulación universal provocan un gran sufrimiento a millones de personas, dañadas por su inmensa avaricia. Están afectados por el síndrome de Diógenes (nunca cesan en su afán de acaparar), y por el síndrome de la invulnerabilidad (en su inmensa insensatez, llegan a pensar que pueden, incluso, esquivar la muerte). Botín exclamaba enfático, dos meses antes de morir: “Nos llega dinero, mucho dinero: nos llega dinero por todas partes”. Esas inmensas cantidades de dinero inútil  (escondido, hurtado a los poderes públicos y al beneficio colectivo) podrían evitar mucho sufrimiento, mucha enfermedad y miles y miles de muertes prematuras. Pero no existe esa voluntad. Las organizaciones facciosas que gobiernan el mundo no tienen el menor deseo de cambiar el rumbo. Ruiz-Gallardón, el que fue ministro de Justicia con Rajoy, afirmó que “gobernar es repartir dolor”. El inversionista americano Warren Buffett (la tercera fortuna mundial según la revista Forbes) dijo: “Hay una guerra de clases y la estamos ganando los ricos”. Todo lo demás son daños colaterales. Todos los demás somos individuos prescindibles.

El crecimiento de la desigualdad