jueves. 28.03.2024

¡Merece la pena!

Se abre un periodo político ilusionante en el Estado español y para el entorno europeo y el Norte de África.

Mi amigo Miguel me dijo esta mañana que ha vuelto a reconciliarse con la política después de unos resultados electorales que, a su juicio y también al mío, pueden suponer el inicio de un nuevo ciclo político que rompa con unas prácticas que han degradado la política y a los que la ejercen, pero también, la edificación de una nueva cultura política que revierta la situación y emplace a que la práctica política sea lo que nunca debió dejar de ser: la labor de rendir servicio a los ciudadanos.

Como he dicho, estoy de acuerdo con mi amigo pero mantengo ciertas reservas porque, como dice un refrán marroquí: al que le muerde la culebra le asusta la cuerda. Estos resultados pueden suponer un momento histórico en este país y pueden suponer un antes y un después, pero la deseada recuperación de la política por los ciudadanos necesita mirar hacia el futuro y no olvidar nunca el pozo enfangando del que estamos procurando salir.

El 24 de mayo se respiraba entusiasmo y se apreciaba que estas elecciones no iban a ser igual que las anteriores. Había mucha efervescencia y un optimismo que, aunque relativizado por la experiencia, había impregnado el ambiente de una auténtica expectación que culminó con razonable satisfacción cuando se conocieron unos resultados que podemos catalogar de históricos, y cuyos efectos nos pueden permitir soñar con esa deseada reconciliación a la que aludía mi amigo.  

Sin embargo, y pese a la alegría que nos embarga, conviene no apartar la vista de algunos aspectos que las fuerzas políticas progresistas y emergentes deben tomar en cuenta para que esta nueva metamorfosis suponga realmente, un salto cualitativo en la manera de pensar y de hacer política.

En primer lugar, el bochornoso espectáculo de la izquierda particularmente en alguna comunidad autónoma ha hecho mucho daño a propios y a extraños, asustando a la gente a la par que afianzaba la idea que propaga la caverna: todos los políticos son iguales. La izquierda política y social en este país debe retomar lo que fueron sus valores históricos y convenir que ciertas prácticas y maneras son incompatibles con ellos. A priori puede parecer muy sencillo pero a la hora de obrar con coherencia nos topamos con los impedimentos impuestos por la situación existente y con los provocados por nuestra propia acción, que no son menos importantes. Pese a todo, ser consecuente es de obligado cumplimiento y no admite concesión alguna, es más, debe ser la seña de identidad de la izquierda plural en su sentido más amplio. No se trata de pureza, ni de moralidad y tampoco de virginidad. En un estado democrático y plural la clave de la participación en el juego político es saber y poder gobernar bien, es decir, cumplir lo prometido mediante los medios, los instrumentos, y las contrapartidas disponibles. Lo disponible condiciona siempre, pero entre el condicionamiento y la incoherencia hay un trecho tan grande como nítido para no caer en la confusión y las tergiversaciones.

En segundo lugar, me ha dolido sobremanera no ver a ningún inmigrante en las listas electorales de los partidos de izquierdas, ni siquiera en los puestos de relleno. No entiendo por ejemplo, que en un barrio de Madrid como Lavapiés, donde hay más de noventa nacionalidades conviviendo, un partido de izquierdas no cuente ni con afiliados y menos aun con dirigentes inmigrantes, aunque solo fuera para darle un color más acorde con el entorno.  La discriminación política y no sólo hacía los inmigrantes, es un mal endémico de los partidos, también de los de izquierdas y progresistas porque el modelo de organización se basa en el reparto y no en la búsqueda de alternativas y el aprovechamiento de capacidades. Somos un potencial de cinco millones de ciudadanos y ciudadanas con bagaje propio, con capacidad de incidencia y de influencia en nuestro entorno inmediato, sin embargo, en el mejor de los casos, se nos trata con paternalismo o como si fuésemos menores de edad.

Es hora de ser consecuentes también con los valores de la izquierda a la hora de afrontar temas difíciles desde una perspectiva electoral como es el tema migratorio. El fracaso de la izquierda al abordar y resolver los problemas de integración son los que agudizaron el desarraigo de millones de ciudadanos inmigrantes y/o de origen inmigrante en países como Francia, lo que ocasionó graves divisiones y múltiples enfrentamientos en la sociedad.

El atrevimiento ha sido la clave de esta sacudida política que ha generado tanta esperanza y entusiasmo, pero este atrevimiento tiene que explorar también espacios donde los partidos de corte clásico no tuvieron nunca el suficiente coraje para abordarlos seriamente, deslumbrados por el cortoplacismo y por una errónea comprensión del “marketing” electoralista.

Se abre un periodo político ilusionante en el Estado español y para el entorno europeo y el Norte de África. Siempre nos hemos inspirado en la transición española hasta que dejó de ser un modelo imitable por sus limitaciones y carencias. La actual experiencia española, como la de antaño, ha generado expectativas en la sociedad española entre todos sus componentes, en toda su pluralidad, particularmente entre los que nunca tuvimos ni voz ni voto. Pero también ha generado expectativas más allá de sus fronteras, hagamos, pues, de esta nueva experiencia un trampolín donde los valores de solidaridad, de fraternidad, de diversidad y de pluralidad sean la palanca que nos proyecta hacía el futuro.  

No quiero dejar sin mención la última hora de las peripecias políticas de Esperanza Aguirre. Mientras terminaba este artículo la aun presidenta del PP de Madrid y otrora presidenta de la Comunidad, nos ha deleitado con algunas de sus habituales incontinencias verbales. En un primer tiempo ha ofrecido la alcaldía de Madrid al candidato del PSOE, horas después ha postulado por formar un frente de todas las fuerzas contra Podemos y posteriormente ha desgranado otras cuantas “ideas” a cual más descabellada. Según ella, quiere impedir la llegada de los anti sistema y los anti democráticos al poder. ¿Y el escándalo que ella misma protagonizó para tomar el poder en 2003? ¿El “Tamayazo” no era la antítesis del sistema y de la democracia? Existe una diferencia sustancial entre las dos situaciones, la primera, el pucherazo, fue cocinada en las cloacas y la segunda, la emergencia de partidos y fuerzas progresistas, viene avalada por las urnas. 

¡Merece la pena!