miércoles. 24.04.2024

Empresarios

Los empresarios madrileños al apostar por Arturo Fernández hacen un claro guiño a que prevalezca la cultura del fraude...

El mismo día que en el Congreso de los Diputados desfilaban ante el féretro de Adolfo Suárez personajes políticos de todos los colores y personas de toda clase y condición en señal de duelo y de reconocimiento, los empresarios madrileños celebraban las elecciones para eligir a su presidente.

Es la primera vez que se presenta más de un candidato a dicha elección (dos) y, aunque ese conato de incipiente pluralidad intentaba  simbolizar cierto impulso democrático  entre los empresarios, no ha sido suficiente para revestir de dignidad la escandalosa candidatura del presidente saliente que, como era de esperar, resultó finalmente el ganador de la contienda.

Candidatura salpicada por imputaciones diversas, por fraudes intolerables a trabajadores y a la seguridad social y también por concesiones sospechosas, que ahondan y enraízan la mala imagen que se tiene de los órganos representativos de los empresarios, ya puesta de manifiesto por la condena del  antecesor en el puesto del que nos concierne, por hechos de semejante magnitud e igualmente intolerables.   

Durante el proceso electoral hemos percibido el tufo autoritario y chulesco del candidato que finalmente resultó elegido. De las peroratas y salidas de tono que hablan por sí solas de la catadura del  personaje. Estas magníficas cualidades se han visto corroboradas una vez conocido el veredicto de las urnas. “Rasguños de carrocería” es una de  las frases que utilizó para designar las diversas prácticas fraudulentas que le llevaron hasta la imputación y quizás le valgan una condena.

“No todos sabemos exactamente lo que es legal o no lo es”, sorprendentes palabras con las que, entre otras de semejante calado, el presidente de la CEOE  J. Rosell  “felicitó” a Arturo Fernández tras su elección. Esto indica claramente la sintonía existente entre ambos dirigentes y entre ambas asociaciones empresariales.

Si rememoremos lo ocurrido en el proceso electoral y las declaraciones y felicitaciones posteriores, encontraremos que las intenciones de esos entes, lejos de buscar cómo sumarse a las voces y a las iniciativas que claman por una regeneración de la vida laboral, política y social del país, optan por generar más incertidumbre y más desazón. Son indicadores muy preocupantes que demuestran que a los empresarios, en todo caso a sus representantes, aun les falta más de un hervor  para alejarse definitivamente de la creciente mala imagen que han dado desde la transición hasta hoy. 

Una segunda lectura demuestra que los empresarios madrileños al apostar por Arturo Fernández hacen un claro guiño a que prevalezca la cultura del fraude y del timo en el seno del empresariado, y una clarísima apuesta por la práctica del enchufismo y del corporativismo más arcaico. No se entiende ese arropamiento que consagra el engaño y el trapicheo en tiempos que requieren transparencia, honestidad, osadía, renovación y emprendimiento para afrontar los desafíos que retan a la sociedad. ¿O acaso piensan que esto no va con ellos y que lo prioritario es amasar los máximos beneficios en el menor tiempo posible, donde sea y como sea?

Una tercera lectura nos lleva a escudriñar sobre el mutismo de las instituciones y de los políticos, tanto de  la  comunidad  autónoma cómo del estado. Ese silencio sólo se interpreta como una complicidad implícita, si no como una sumisión absoluta del poder político al poder económico.

Desde la época del desaparecido Cuevas, se viene pidiendo a los empresarios que aborden su propia renovación, que acometan reformas del sistema de participación y de representación, que se comprometan y asuman definitivamente la dinámica de transformación que vivió el conjunto de la sociedad desde la transición. Sin embargo ese intento se cerró en falso al hacerse Díaz Ferrán con las riendas de la CEOE. Lo ocurrido posteriormente ya lo conocemos, es vergonzoso y está a la vista de todo el que quiera mirar.

Es preocupante tratar con organismos que pretenden ser interlocutores de las instituciones y de los sindicatos, cuando no respetan principios elementales de conducta imprescindibles en esas relaciones, y cuando la transparencia y la limpieza brillan por su ausencia. Es inaudito que desde la responsabilidad corporativa empresarial se pida velar por el respeto de esos valores, cuando son ellos mismos los que los vulneran constantemente. Es sumamente peligroso tener a unos empresarios que no cumplen con sus obligaciones en las distintas facetas de sus compromisos mientras que, en el mejor de los casos, los poderes políticos se cruzan de brazos y en el peor miran hacia otro lado y les alientan con legislaciones a la medida y con amnistías fiscales.

Es responsabilidad de los empresarios esforzarse por ser un actor económico responsable y representativo, portador de propuestas para intentar solucionar los cuantiosos problemas que afronta este país, pero es responsabilidad ineludible de las instituciones situarles ante sus obligaciones y exigirles su cumplimiento.      

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