viernes. 29.03.2024

Nostalgia y patriotismo

legion

Enrique Vega | Como si el pasado año 2020 no nos hubiera dado ya bastantes disgustos, su final se ha visto adornado con las llamadas golpistas de militares retirados (no todos), que incitaban al jefe del Estado a dar un golpe de timón en la política española, deshaciéndose de un Gobierno, que, aunque legal y legítimamente elegido en las urnas, no les parecía adecuado dado su, al parecer, carácter social-comunista, independentista y proetarra.  

Lo primero que llama la atención de estas llamadas de alerta es su ignorancia de la actual legalidad española, ya que nuestra actual Constitución, esa en la que ellos quieren basar sus peticiones, no concede al jefe del Estado, de un Estado que es una Monarquía parlamentaria, atribuciones para ese tipo de decisiones.

Pero lo que realmente llama la atención, al menos a mí, es que pretenden convencernos de que se han decidido a dar este paso por patriotismo, por amor a la patria, por amor a España. Curiosa interpretación del patriotismo y del amor a España cuando no sólo se dirigen al jefe del Estado, en su supuesta calidad de jefe de las Fuerzas Armadas, sino que lo hacen también al presidente del Parlamento Europeo, solicitándole, parecer ser, que ignore la soberanía española, es decir, de nuestra y su patria, intervenga en sus asuntos políticos y constitucionales internos y vigile lo que hacemos, reprendiéndonos si lo hacemos mal e incluso castigándonos (¿cómo?) si lo hacemos muy mal.

Y si dirigirse en este sentido al presidente del Parlamento Europeo es sorprendente, ¿qué pensar cuando lo que se pide es que “Estados Unidos asuma temporalmente el liderazgo del Ejército español y de los cuerpos policiales nacionales y regionales” y “proporcione los medios para una transición segura a un nuevo sistema de gobierno”? (chat de la IX promoción de suboficiales de Artillería del Ejército de Tierra).

Pues parece que alentar una intervención militar extranjera en tu propio país es para ellos patriotismo. ¿Por qué me recuerda esto a los Cien Mil Hijos de San Luis? ¿Cómo le llamarían a esto El Empecinado y todos sus compañeros de lucha con su precio de sangre y sacrificio?

Desde luego, patriotismo no es, amor a España tampoco. Ya sé que a partir de aquí se puede empezar con las discusiones semánticas, como lleva ocurriendo desde que salieron a la luz la primera carta al rey (y al presidente del Parlamento Europeo) y el primer chat donde se quería fusilar a veintiséis millones de españoles. Es extrema derecha, es fascismo, es franquismo… Bueno, cualquiera vale, en el fondo son lo mismo, porque, aunque científicamente puedan establecerse diferencias de grado o matiz, las ideas nucleares que sustentan todas estas mentalidades son las mismas.   

La pregunta sería por qué existe, o persiste, como se prefiera, este tipo de mentalidad entre los militares, que no quiere decir, ni mucho menos, que no exista, persista, en otros muchos sectores de la sociedad española, algunos con enorme capacidad de influencia en el presente y en el futuro en la vida nacional, como el mundo financiero y alto empresarial, la judicatura o los medios de comunicación.

Mi primera intuición es que hubo dos franquismos en la España de la dictadura. El auténticamente fascista de la posguerra, años cuarenta y primeros cincuenta y el, digamos para entendernos, franquismo autóctono de los años sesenta y setenta, separados por esa etapa de transformación de la segunda mitad de los cincuenta, cuando el mundo liberal occidental, que había terminado de vencer a los fascismos en 1945, decidió que el enemigo ya no era el fascismo, sino el comunismo, y que la anticomunista España de Franco podía ser asimilada con solo mirar un poco hacia otra parte: entramos en la ONU, pactamos bases estadounidenses (con importante pérdida de soberanía, cual protectorado), volvieron los embajadores, concertamos con el Vaticano, dejamos de saludar brazo en alto y de usar boinas requetés o falangistas y culminamos con un Plan de Estabilización (1959) que acababa con la semi-autarquía y nos insertó en la economía liberal de libre mercado, poco a poco cada vez más desnacionalizada. Liberalismo económico bajo autoritarismo político protegido por el amigo americano y sus aliados, que liberaban su mala conciencia no dejándonos entrar ni en la OTAN ni en la entonces Comunidad Económica Europea y sus antecedentes.  

España había dejado de ser fascista para quedarse en una dictadura conservadora, nacionalcatólica, autoritaria y de culto a la personalidad del Caudillo, por la gracia de Dios: es decir, había pasado a ser simplemente franquista. Con unos ejércitos, hoy le llamamos Fuerzas Armadas, depurados, que, aunque no demasiado bien dotados, se creían, se les hacía creer, que eran la columna vertebral del régimen (el Movimiento Nacional), en los que la adhesión al régimen contaba más que la capacidad profesional y en el que la no adhesión significaba el castigo y la expulsión, como la valiente aventura de la Unión Militar Democrática (UMD) nos mostró en toda su crudeza. Y en el que el ideal de sus componentes era el ejército estadounidense, con su condescendencia con nosotros, con sus armas cada vez mejores, con su potencialidad y con su lucha en Vietnam, Latinoamérica y cien sitios más contra el comunismo, la gran bestia negra del franquismo.

Fueron la España y los ejércitos de estos años, los últimos cincuenta, los sesenta y los setenta, los de la adolescencia, juventud y primeras prácticas profesionales de los que hoy somos los viejos retirados o están a punto de serlo: Franco, Estados Unidos, el anticomunismo. Una España donde volvía a haber “rojos”, que ya no se callaban ni se ocultaban tanto, pero en la que también seguía habiendo muchos “normales: los que no eran “rojos”. Y nadie entendía, quería entender, ni dentro ni fuera de los ejércitos, que si eras militar no fueras también franquista: “pues no entres”, “pues no haber entrado”.

De esa España y de esos ejércitos eran los militares que, más o menos a regañadientes, aceptaron la democracia y la Constitución de 1978. Porque era la Monarquía que había elegido Franco y porque los Estados Unidos la vieron desde el primer momento con buenos ojos. Hubo ruido de sables e intentonas absurdas en los primeros años, de los más recalcitrantes, pero sin éxito ni muchas probabilidades de él. Después nos hemos modernizado, hemos entrado en la OTAN y en la Unión Europea, podemos trabajar codo con codo con los mejores ejércitos de nuestros socios y aliados, hacemos un dignísimo papel en nuestras operaciones y maniobras multinacionales en el exterior y nos hicimos pioneros de esa encomiable labor social de las Fuerzas Armadas que es la Unidad Militar de Emergencias. Se nos llena la boca de Europa y Constitución.

Pero hace unos años, alguien dio la voz de alarma, los socialistas, esos “rojos” hasta entonces condescendientemente asumibles, sacaban a nuestras tropas de Irak desairando al amigo americano, ante cuya bandera no se ponían explícitamente en pie. Para unos años después querer apoyarse en “comunistas”, antimonárquicos, separatistas y proetarras para poder gobernar. Y nacieron Vox, Hazte Oír y cosas parecidas. Y en Cataluña quisieron forzar la independencia por métodos poco ortodoxos. Y los socialistas ganan una moción de censura. Y forman un gobierno de coalición con los “comunistas” antimonárquicos y el sostén de independentistas y proetarras. Y sacan el cadáver de Franco del Valle de los Caídos, ese megalómano monumento construido para su mayor gloria y veneración. Y encima sacan adelante unos presupuestos que les permitirán, con toda probabilidad, mantenerse en el poder toda la legislatura.

Esta es la coyuntura en la que muchos militares (¿solo retirados? ¿Sabemos que piensan de todo esto la mayoría de los oficiales y suboficiales jóvenes y la tropa profesional?) vuelven a ver el espectro de las dos Españas: la de Franco, Estados Unidos y el anticomunismo de hace más de medio siglo, inviable, por tanto, hoy día, y la de la España del presente, que se mueve, que se reorienta, que continúa buscando su camino sin necesidad de mirar atrás. Muchos miliares, a los prefiero denominar nostálgicos del franquismo mejor que fascistas, porque lo que añoran no son los viejos años del fascismo de la posguerra ni a la Alemania nazi o la Italia fascista, sino el franquismo autóctono de los sesenta y los setenta, melindrosamente cobijado bajo el ala americana: Franco, Estados Unidos y anticomunismo (¿en qué comunismo están pensando en 2020?)

Y en ese reflejo, quieren hoy día también cobijarse bajo alas extranjeras: el Parlamento Europeo y, por supuesto, Estados Unidos y sus poderosas, envidiadas y admiradas Fuerzas Armadas. Puede que sea un reflejo defensivo, pero desde luego no es, no puede ser, patriotismo ni amor a España. Porque el amor a España es el amor a los españoles y el patriotismo de los militares solo tiene sentido si es una vocación de servicio, protección y defensa de todos los españoles y de lo que ellos quieren para sí mismos en cualquier momento. Y en eso, la democracia sin exclusiones ayuda mucho, porque permite saber qué es lo que mayoritariamente quieren.

¿Qué pensaría el nacionalista y autoposeído Franco de los años sesenta y setenta, que desoía incluso los clamores de misericordia e indulto de penas de muerte de sus protectores americanos, europeos y del propio Vaticano, si se enterara de que, en su nombre, sus militares están pidiendo la intervención extranjera, incluida la ocupación militar, en los asuntos internos españoles y en su soberanía?


Enrique Vega Fernández | Coronel de Infantería (retirado) | Asociación por la Memoria Militar Democrática


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