viernes. 19.04.2024

Ser o no asambleario: ¿esa es la cuestión?

Hay una sensación extendida de que la eclosión del 15-M y su fórmula de participación en asambleas multitudinarias zarandeó a los partidos convencionales en sus propios mecanismos internos de participación. La toma de decisiones se hacía por métodos asamblearios. Fue parte de su éxito mediático, porque al tratarse de un movimiento espontáneo y joven, ahí residía la capacidad de intentar convertir a cada uno de los que participaban en protagonistas de un fenómeno sociológico y de masas tan interesante en nuestra aún no madura democracia española. 

El concepto de “asambleario” no es nuevo pero viene, una vez más, a intentar alterar el procedimiento habitual de la toma de decisiones de los movimientos políticos. El estudio de la toma de la Bastilla es el caso más cercano que tenemos de cómo desde las asambleas populares se pertrechaban ideas y acciones para conseguir tumbar a la monarquía absoluta, pero vino a confirmar lo que hemos leído en muchos libros de Historia: que las revoluciones suelen ganarlas las élites y no el pueblo en asambleas. 

¿Cómo se organizan las tomas de decisiones en las asambleas? Hasta ahora, salvo partidos muy asamblearios como ERC, la mayoría de partidos ha recelado del asamblearismo. El PSOE, con la reducción de afiliados en estos años, ha continuado convocando asambleas en las que la militancia crítica, a pesar de tener audiencia y voz en ellas, ha ido separándose del núcleo de toma de decisiones del propio partido, cuando sólo en pocos años atrás veíamos la fuerte presencia de miembros destacados de Izquierda Socialista afianzando su cuota de poder interno, orgánico e institucional.

El PSOE no puede desdeñar, sólo usando la frase “no somos asamblearios”, lo que la militancia tiene que decir y utilizando esa frase, lo que se hace es darle fuerza al marco conceptual que sobre el “asamblearismo” recala en Podemos y usando marcos conceptuales que ahora mismo no son suyos, consigue poner en valor al contrario. Lo decía George Lakoff, cuando decía aquello de que quien cuente la mejor historia, gana y quien use un discurso propio, sin entrar a valorar el discurso de otros, gana más.. 

La política tiene mucho de entendimiento de las estructurales mentales que determinan nuestra forma de entender lo que ocurre y aunque un politólogo o sociólogo hace por interpretar esta complejidad y las consecuencias que todo eso tiene en un grupo humano numeroso o en la propia sociedad, es por lo que hay que llevar cuidado en la elección de metáforas, en la construcción del lenguaje político y en la contraargumentación del lenguaje político de otros para hacer valer el nuestro, porque eso puede dejarnos fuera de la realidad y del espacio. Al fin y al cabo, la construcción de los pensamientos se hace en palabras y el discurso, para ser efectivo, debe adecuarse a los marcos conceptuales de los diversos segmentos de la opinión pública, teniendo sentido sólo si se significan, ya que el lenguaje político, gran parte de él, se transfiere al plano de la inconsciencia cognitiva.

No creo que las elecciones se ganen por el centro político (palabra odiosa para un politólogo, porque existe más o menos escoramiento a un lado u otro pero no existe el centro como tal). Es cierto que tampoco desde la radicalidad, pero diversos estudios apuntan a que se escora al centro el partido que está en el gobierno y cuando se está en la oposición, es cuando se busca el espacio político propio, lo que te defina como contrario al partido que está en el gobierno, pero en la frase “nosotros no somos asamblearios”, formulada por algunos socialistas frente a lo que vende Podemos, no hay coherencia luego en demostrar quién es más de izquierda, porque tiendes a polarizar más al otro partido con el que compites ideológicamente. Ni Podemos es asambleario, por mucho que así lo defiendan; basta con ver cómo Pablo Manuel Iglesias se ha rodeado de su núcleo duro gestionando el partido desde un control férreo y personalista, actitud a la que no se atrevió ni el incuestionable Felipe González en su momento y hasta sufriendo su dimisión en 1979, con más años de andadura política que los sólo 2 que lleva Podemos en el escenario. 

No seré yo quien hable de las bondades del asamblearismo. Como viajera y fascinada por las Ciencias Políticas, tengo mi método empírico siempre en marcha observando y contrastando cómo se hace aquí y allá. No digo que me guste más, ni tampoco menos. Hablo de palabras, de construcción del lenguaje.

He visto cómo algunos que más defienden el asamblearismo, eran los que tomaban las decisiones por los demás en muchas asambleas. No hay que ser ingenuo; cualquier activista político y social habrá visto lo que algunos entienden como “método asambleario”, que consistía en darles la razón en todo, sin respeto a las posiciones discrepantes ni predisposición para el diálogo y la negociación, sea en un partido político como en cualquier plataforma ciudadana. Sería conveniente huir de que las asambleas se conviertan en un fin en sí mismo y no en un medio para conseguir consensos, plantear debates y tomar decisiones. También habremos podido constatar que las asambleas son habitualmente poco operativas y que la toma de decisiones puede prorrogarse de una asamblea a otra, en procesos largos en tiempo y para ello, requiriéndose de un nivel de compromiso y de dedicación que mucha gente no puede asumir y por tanto, con sesgos. De la misma manera, habremos visto que casi nunca se plantean grandes debates de ideas, sino nimiedades de meras opiniones o propuestas sin la confrontación entre ellas desde los argumentos y la razón; es más, las ideas diferentes a las aceptadas, supuestamente, por la mayoría, no llegan a plantearse o no llegan a escucharse desde la ausencia de prejuicios y es otro caso más de sesgo, quitando peso a lo que ya ha sido etiquetado como pensamiento crítico, obviando el hecho de que en cualquier colectivo humano existen diferencias, desde cada experiencia o desde cada conocimiento o formación. 

Creer que el asamblearismo es un método totalmente democrático para la toma de decisiones dista de analizar al detalle el proceso de toma de decisiones en cualquier colectivo de personas. Muchas veces, las decisiones sobre una determinada propuesta se toman por un grupo humano mayor del que la va a poner en práctica, y es más, por un grupo que ni siquiera tal vez ha participado en ese método asambleario. La parte más negativa es la búsqueda del consenso evitando la votación. Es un sistema de mayorías donde la mayoría suele pronunciarse por aclamación. Es difícil la fórmula del consenso en la negociación y diálogo con asambleas multitudinarias, donde es fácil que la minoría no se sienta representada o que tema incluso discrepar de lo que cree que es la opción de la mayoría. 

La democracia asamblearia es democracia directa y los dos instrumentos principales de democracia directa que vemos en nuestra Constitución son el referéndum (consultivo) y la iniciativa legislativa popular. 

Hace unos 20 años hubiera defendido celebrar más referendum en la sociedad y no por la inmadurez de hace 20 años, sino por ver después cómo se acometen algunos de estos procesos. Lo hemos visto en el referéndum último de Reino Unido, dividiendo artificialmente a la sociedad en dos posiciones enfrentadas, blanco o negro, sin posibilidad de concluir la decisión definitiva en ningún otro punto de la escala de grises ni introducir matices y por supuesto, trasladando a los ciudadanos o bien, -mejor dicho-, evadiéndose el político de la responsabilidad de decidir sobre una cuestión para la que no tiene elementos de juicio ni formación suficiente, y deja a menudo una decisión trascendente en manos de variables ajenas al objeto principal de la discusión y que planean sobre él: la desafección, la crisis económica, el paro, la crisis de los refugiados...
La democracia representativa, la nuestra y la mayoritaria, frente a casos de democracia semi-directa o ratificativa (como en Suiza) y casos puntuales de América Latina, es la del gobierno de las leyes, la que quiere hacer valer el compromiso para la protección de nuestros derechos y libertades. Que se debería abogar por una mayor participación de los ciudadanos en los asuntos políticos, es algo que desde los países escandinavos, de la socialdemocracia que aún sigue brillando, se ve con toda naturalidad. Son defensores de la democracia representativa pero con “total participación”. Hasta se permiten que cualquier ciudadano tenga acceso a los correos electrónicos que los representantes intercambian desde las instituciones, a las compras y ventas de bienes inmuebles del representante y/o familiar directo y a rendir cuentas de los viajes oficiales y presentando facturas. Es la manera que tienen de asociar la rendición de cuentas con la transparencia y la participación de los ciudadanos en la información, en su opinión y en su toma de decisiones a través de peticiones que serán llevadas a sesión plenaria para su votación. Que la participación no es sólo un instrumento ni tampoco una finalidad en sí misma, casi que también. Que el ideal de democracia pura es la de ejercer el poder sin representantes ni intermediarios, no siempre. No pondré el ejemplo de Francia de 1792 y de la decepción que todo aquello provocó, pero sí que es cierto que la sociedad demanda más democracia y más participación que nunca. Los jóvenes, que tanto se mueven en Redes Sociales, demandan otras formas de interactuar con el medio y de que su voz e inquietudes sean tenidas en cuenta. 

El PSOE debe empezar a construir su propio relato, de nuevo. El suyo propio, no de reacción o respuesta al de otros. Por supuesto, dejar lo orgánico y lo interno a un plano inferior. Construir el relato será parte de su propio proceso de participación en la toma de decisiones de este país y de su manera de involucrar a todos los sectores a los que diga querer representar. Uno de otros sesgos es escuchando a la militancia, pero es mayoritaria su voz que la de los cuadros. Y sólo con relato propio y coherencia, podrá de nuevo despejar sus incógnitas de qué es lo que realmente son y hacia dónde se dirigen.

Ser o no asambleario: ¿esa es la cuestión?