viernes. 29.03.2024

¿Democracia económica? Sí, gracias

neoliberalismo

No existe “mano invisible” ni el libre mercado se autorregula pues premia a quien lo controla y refuerza la acumulación de capital, aunque ello comporte desgarros sociales de difícil curación

Si es cierto, y parece que lo es, que “por sus obras los conoceréis” o que, cada vez más, se comience a medir la calidad de los principios de una entidad (y de una persona) desde sus impactos en la sociedad y en la comunidad donde actúa se podría concluir que la cultura neoliberal puede ser calificada desde sus consecuencias en la sociedad. Al menos este dato objetivará la consistencia de lo que dicen defender.

Llevamos años escuchando la necesidad de dejar libertad de actuación a la empresa, para lo que es preciso la no intervención del Estado, pues el llamado “libre mercado”, organizado desde su “mano invisible”, tiene, por sí mismo, capacidad de equilibrio entre la oferta y la demanda y, en consecuencia, repercutirá en el equilibrio social. Como dijo algún alto directivo de los empresarios españoles, “la mejor empresa pública es la que no existe”. Según estas ideas, el Estado entorpece y la actividad privada agiliza, lo publico despilfarra y lo privado aporta eficacia y eficiencia. Es el mercado el mejor regulador de la defensa del consumidor pues, en una situación de “competencia perfecta”, los precios y la calidad se normalizan. La empresa sostenible será aquella capaz de competir y, si es posible, de imponerse en su sector. Para ello, lo mejor es que la persona (el profesional) asuma su propio desarrollo personal y profesional para adaptarse a las exigencias que garanticen su éxito en la sociedad. El mercado sabrá integrar a esta persona y demandará sus servicios siempre que las habilidades profesionales responden a sus exigencias.

Bueno, simplificando mucho (pues no se trata aquí de desarrollar las bases conceptuales de lo que se ha venido a llamar “neoliberalismo”), ese es el esquema que se proclama desde las cumbres empresariales y es el camino que las empresas desean seguir, pidiendo que el Estado no intervenga, que lo público se reduzca al mínimo y que se deje actuar a lo privado pues el camino que le imponga la competencia hará que esa actuación se adapte a la demanda de la sociedad. La persona ha de integrarse en ello si es que desea triunfar en su profesión. Uno de los ejes de esta formación es la competitividad y/o el individualismo necesario para saber crecer en este mercado que tiende (o dice tender) a ser “perfecto”.

Y así se han ido dibujando los ejes de la acción económica (financiera y empresarial), como así se ha ido conformando la cultura académica (salvo excepciones) para formar a sus profesionales. La capacidad para competir es lo que salvará a la empresa y al profesional que desea triunfar. Pero la crisis del 2007 sacude todos los principios que motorizaban esa economía y se comienza a buscar caminos distintos. La Cumbre del G20, celebrada en Pittsburg cuestiona la acción desregulada de la banca y propone nuevas formas de control de la acción económica. Sarkozy, entonces primer ministro de Francia, planea refundar el capitalismo y creó una comisión de trabajo, coordinada por Stiglitz, para abordar este objetivo, donde se plantean nuevas formas de medir el crecimiento y el desarrollo. Todo ello apunta a que las bases que fundamentaban la ansiada libertad de mercado y el acortamiento de la acción del Estado entran en cuestionamiento. Otra cosa es si esos planteamientos (políticos y administrativos) que aparecen como reacción a la crisis del 2007 se siguieron realizando o se olvidaron nada más terminar de firmar los acuerdos de las cumbres o de recibir los informes de las comisiones. Se olvidó porque el sistema dominante tiene una gran capacidad de fomentar el olvido y para seguir defendiendo la libertad de acción en el mercado y el reduccionismo de la acción del estado. Como se olvidó la famosa “Cumbre de Lisboa” (2000) que explicitaba el compromiso de los gobiernos europeos para que en 2010 Europa fuera líder en economía del conocimiento y en crecimiento económico asociado a cohesión social. Lo de cohesión social se olvidó nada más terminar la Cumbre.

La crisis del 2007 puso encima de la mesa estas contradicciones y explicitó un comportamiento de la acción económica despegado de todo intento de equilibrio, transparencia y cohesión social, abandonó a la sociedad a su propio riesgo, reforzado la idea de Ulrich Beck sobre una sociedad que deja el riesgo total sobre sus individuos, en soledad, y reforzó una brecha insostenible entre ricos y pobres extendiendo la precariedad hasta el punto de crear una nueva clase social, llamada “precariado”. Los políticos, empujados por los intereses económicos dominantes, no supieron salir de políticas publicas “austericidas” que ahondaban más la precariedad, castigando más a quien sufrió las consecuencias que a quien provocó el desastre, dejando a estos responsables inmunes. Las grandes fortunas resultaron favorecidas y la pobreza creció en profundidad y en extensión. El empleo se precarizó y quien quedó atrapado en la pobreza no podrá salir de ella hasta la cuarta generación, según Oxfam, el sistema educativo conduce a ubicar a cada uno en su espacio rompiendo el ascensor social que permitiría a la siguiente generación vivir mejor que la actual.

No existe “mano invisible” ni el libre mercado se autorregula pues premia a quien lo controla y refuerza la acumulación de capital, aunque ello comporte desgarros sociales de difícil curación.

El futuro de la sociedad apunta a un nuevo modelo de empresa, participativa, cooperativa y respetuosa con las demandas sociales

En ese escenario surge un grupo de profesionales (Plataforma por la Democracia Económica) planteando que “el neoliberalismo está agotando su modelo seductor y navega hacia formas autoritarias de dominio. El que los países anglosajones, impulsores de la globalización marcada por el Consenso de Washington, estén hoy perdidos en el retraimiento más provinciano es muy elocuente. Significa que es el momento de recuperar iniciativas dispersas y dotarlas de un cuerpo coherente que redefina y actualice la agenda de la Democracia Económica” (punto 9). Estas iniciativas nuevas pasan por crear mecanismos de democracia económica en la sociedad y, especialmente, en la empresa que permitan que todos los que entran en riesgo por una gestión desordenada puedan y deban participar en las decisiones que les afectan. “Impulsar la Democracia Económica significa demandar y extender la cultura de la participación en la gestión de todo tipo de empresas. Ese propósito converge con los principios del cooperativismo y de la economía social y solidaria, pero no puede limitarse a esos ámbitos. Debe extenderse a las empresas convencionales, y en particular a la gran empresa donde la participación de los múltiples agentes que contribuyen a la generación de valor de manera colectiva debe encontrar representación en los equilibrios de poder. En ellas también, la participación tiene sentido no solo por razones morales o distributivas sino por la pura sostenibilidad económica”.

Ciertamente, esto es un cambio sustancial del modelo neoliberal, porque pretende que las personas puedan aportar su creatividad en la construcción empresarial, lo que supone enmendar mecanismos de toma de decisiones y de estilo de autoridad, incluso de matizar el concepto de propiedad, pero aporta que, si se enfoca correctamente, todos empujen en la misma dirección sabiendo que la suma del empeño colectivo provoca una mayor potencia en el empuje. Habrá resistencia porque muchos intereses dominantes no se dejarán, pero, más temprano que tarde, estos deben asumir que la sociedad está cambiando y las variables que comportan desarrollo también están cambiando. La transparencia se terminará por imponer y los desgarros sociales deberán dejarse de fomentar. La nueva sociedad que está despertando exigirá de las empresas comportamientos respetuosos con las personas, el medioambiente y transparencia en sus acciones. Habrá resistencias a este cambio de cultura económica y empresarial porque rompe inercias muy favorecedoras de las élites dominantes, como hay resistencias en la aplicación de una gestión del contenido nuclear de la responsabilidad social (que no es marketing social), como las hay para que las empresas asuman en sus criterios de gestión el respeto a los derechos humanos (todos reconocidos verbalmente pero no operativamente). Aunque el Presidente de CEOE ya ha planteado que es necesario asumir desde la empresa las exigencias de las “derecho humanos”. Como surgen resistencias al cambio en todos los procesos que exigen una renovación esencial de conceptos. Habrá resistencias, pero el futuro de la sociedad apunta a un nuevo modelo de empresa, participativa, cooperativa y respetuosa con las demandas sociales.

Para este cambio han de prepararse los empresarios actuales y, cómo no, los trabajadores, también los sindicatos. Nuevas formas de relaciones laborales y de gestión surgirán cuestionando, incluso, los organigramas actuales. La democracia económica dibuja ya estas nuevas líneas para la empresa que desee ser reconocida por la sociedad.

¿Democracia económica? Sí, gracias