martes. 19.03.2024

La primera Constitución que podemos reformar sin matarnos

Reforma-constitucion

De las siete Constituciones que ha tenido España desde 1812, la de 1978 es con mucho la más duradera y la que ha aportado un más largo periodo de estabilidad y paz civil

El pasado 5 de Diciembre, con mi hija pequeña, Izaskun, fuimos a ver una Exposición sobre las Constituciones Españolas desde aquella primera de  1812, la famosa “Pepa”. Estaba en el hall del edificio que ocupan las oficinas de los grupos parlamentarios, frente al Congreso de los Diputados, que en su día fuera sede del Banco Exterior de España.

Obviamente, la Exposición dedicaba más espacio y elementos a la de 1978 en vigor, aunque sin dejar por ello de referenciar básicamente las anteriores.

Había de todo: Audiovisuales con profusión de fotos sobre las tareas de la Comisión Constitucional y los debates parlamentarios, o con escenas de la vida cotidiana en una España a ritmo rápido de cambio y evolución tras el paso de la dictadura a la Democracia. Especialmente emocionante el documental en bucle con trozos de películas muy emblemáticas, españolas y extranjeras, sobre las libertades, el valor de las constituciones, la convivencia en el respeto, la educación en valores, la lucha por la justicia, etc. Un enorme plafón, como si de un muro callejero se tratara, recogía en absoluto desorden carteles de muchos grupos con sus propuestas ante el referéndum constitucional del 6.12.78, sí, no, abstención …

Muy emocionante recuperar la imagen de los ponentes constituyentes –Peces Barba, Perez Llorca, Herrero de Miñón, Cisneros, Solé Tura, Roca, Fraga- con gesto distendido, afable, discutir o bromear en el Congreso. O verlos depositar el voto a ellos y a otros personajes ya míticos y ausentes –Suarez, Tarradellas, el Cardenal Tarancón, Abril, Carrillo, La Pasionaria, Ramón Rubial, Reventós…- de una etapa en la que dimos y vivimos lo mejor de nuestras vidas, nuestra mayor capacidad para la reconciliación, el diálogo, el consenso, la ilusión compartida  y la certeza de que  las clases trabajadoras y populares no estábamos condenados por ningún dios cruel a la opresión sociopolítica y a la explotación socioeconómica; que podíamos y debíamos seguir luchando ahora ya al amparo de una Constitución que nadie nos regaló y en la que invertimos tantos sacrificios y represiones durante la larga noche del franquismo.

Por su especial significado respecto a lo que nos está pasando hoy, me detuve con inevitable nostalgia ante el cartel en el que el Presidente de la Generalitat de Catalunya, Muy Honorable Don Josep Tarradellas, con todas las mayúsculas posibles, pedía el Sí a la Constitución: “Ciudadanos de Catalunya: Votar la Constitución es votar la Autonomía, la Paz y nuestro bienestar …” Nunca se dirigió a la gente con el limitativo “pueblo de Catalunya” o “catalanes”; siempre lo hizo con el abarcativo y republicano “ciudadanos de Catalunya”. Josep Tarradellas es una de las grandes figuras políticas, catalana y española, del siglo XX, sin la menor duda.

Mientras recorría parsimoniosamente los distintos tramos de la Exposición, una idea se iba instalando en mi pensamiento: De las siete Constituciones que ha tenido España desde 1812, la de 1978 es con mucho la más duradera y la que ha aportado un más largo periodo de estabilidad y paz civil. Y lo que es más importante: Tenemos la posibilidad histórica –y la responsabilidad ineludible añadiría yo- de  reformarla por consenso y reconciliación, los materiales con los que se hizo, y abrir  así un nuevo periodo de paz,  de solidaridad, de justicia y de progreso para la mayoría social de esta España nuestra, una de cuyas mayores riquezas naturales es su diversidad cultural y nacional. Háganlo, jóvenes líderes de la cosa pública, como lo hicieron sus padres o sus abuelos, y la Historia no los olvidará jamás.

Ah, se me olvidaba, como casi todo el mundo desconoce, las seis constituciones españolas anteriores a la de 1978 en vigor fueron derogadas a sangre y fuego a través de golpes de estado y guerras civiles. Está en nuestras manos seguir superando esa maldición histórica que nos lleva cíclicamente a embestir en vez de a abrazar.

La primera Constitución que podemos reformar sin matarnos