jueves. 28.03.2024

Navidad en Palestina, ¿o fue en Auschwitz?

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Imagen de archivo

Por razones coyunturales, la pandemia, y estructurales, la soledad, esta ha sido una Navidad muy especial. Y me he dado un garbeo por la memoria de otra también especial.

Corría el año de gracia de 2009. Se había organizado una misión multitudinaria en solidaridad con Palestina, integrada sobre todo por mujeres del mundo de la canción, el cine, el periodismo, la política, con el común denominador todas del compromiso militante con Palestina y contra la ocupación militar israelí y el genocidio lento que sufre desde 1948. Invitaron a USO y a SOTERMUN a integrar la delegación y yo me apunté en mi condición de presidente de ambas.

Seríamos un centenar largo de personas, la mayoría de ellas compañeras como Cristina del Valle, Marina Rosell, Carmen París, Aurora Beltrán de “Tahúres zurdos”, Mercedes Ferrer, Mónica Randall …. Estaba también mi muy estimada Paquita Sahuquillo, diputada socialista a la sazón y presidenta del MPDL (Movimiento por la paz, el desarme y la liberación). Y José Luis Pérez Ráez, alcalde de Leganés, ayuntamiento que brindó un gran apoyo logístico a la misión solidaria, excelente persona y abogado laboralista asesor de la USO de Madrid al arranque de la Democracia. Por cierto, unos soldados sionistas muy jóvenes y estúpidos y brutales querían obligar al amigo José Luis a pasar por el arco detector de metales pese a que les gritábamos que llevaba un marcapasos. La liamos, vino alguien algo mayor y José Luis pudo eludir el arco pero no un cacheo pringoso. Fue en el control militar de acceso a Hebrón. Visitando la parte más histórica de la ciudad me abordó con disimulo un ciudadano anónimo de allí y me dijo en un susurro y en un español muy aceptable, “no manden más ayuda para restaurar o reconstruir … en cuanto levantamos cosas nuevas los militares las atacan para echarlas abajo … para que sepamos que mandan todo lo que quieren”.

Salimos de Madrid unos días antes de Navidad y volvimos en vísperas de Año Nuevo. Para evitar el tormento y los riesgos de entrar por Tel-Aviv, la capital del Estado sionista, viajamos con la compañía jordana y llegamos a Amman según amanecía. En autobuses cruzamos el Puente Allenbi sobre el Jordán (toma su nombre del mítico general británico Edmund Allenbi que combatió a los turcos en la 1ª Guerra Mundial y que tantos desencuentros tuvo con Peter O´Toole, perdón, con Lawrence de Arabia), y entramos en Cisjordania tras el ineludible control de los militares de ocupación, más bien liviano para lo que es en la actualidad. Los acuerdos de paz de Camp Davis eran relativamente recientes y la ocupación no se manifestaba aún tan brutal. Bordeando el Mar Muerto y el Jordán, con parada y recepción a lo grande en el ayuntamiento de Jericó, llegamos avanzada la tarde a Belén, nuestro destino final, y nos alojamos en el hotel del mismo nombre donde una recepcionista bellísima de ojos de miel y acero nos agradecía que estuviéramos allí.

En Belén había ambiente típicamente navideño con luces y motivos de todo tipo, pese a ser la fe cristiana muy minoritaria allí respecto a la musulmana. Había menos turistas de los deseados y necesarios para la supervivencia de una economía asfixiada por la ocupación militar. Y había, también, el temor generalizado de que la ocupación militar se iba a endurecer -¿era posible más?; lo era- de que se iban a ampliar las colonias ilegales de fanáticos sionistas  en territorios palestinos, fortificadas y armadas; de que ir de Belén a Jerusalén, a escasos 8 kilómetros, iba a ser misión cada vez más difícil, y para ello se había construido hacía poco el más moderno “check point”, control militar, a la salida de Belén. Moderno y aterrador como tuve ocasión de sufrir. Y, por encima de todo, ya era oprobiosa a más no poder la presencia del Muro de la Vergüenza, 700 kilómetros ya construidos entonces a base de bloques modulares de hormigón armado de 10 metros de altura y unos cuantos de anchura, con torretas de centinelas armados cada poco, con el objetivo confeso de encerrar lo que aún no han robado o destruido de Palestina en la cárcel a cielo abierto más grande del mundo.

Los acuerdos de paz iniciados en Madrid con Felipe González y concluidos en los USA con Bill Clinton, que dieron origen al autogobierno de Cisjordania y Gaza y al estatus internacional de Jerusalén, y a la creación de la Autoridad Nacional Palestina liderada por Arafat, amenazaban ya con ser papel mojado para el Estado sionista. Con el paso de los años, aquellos temores se han visto amargamente confirmados y el gobierno neo-nazi de Netanyahu considera los acuerdos papeles higiénicos más que mojados.

Mal que nos pese, somos también -yo al menos- el resultado de mitos y sueños infantiles y por ello fue algo especial pasar la Noche Buena en Belén. La cariñosa recepción del Presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Ahmud Abás, con emocionado reconocimiento a la presencia de aquella pintoresca y enorme delegación solidaria. Estreché con fuerza su mano y sin soltarla le susurré “Palestina vencerá, y parece que lo entendió a juzgar por su sonrisa. Y luego el festival que ofrecieron las compañeras artistas a varios miles de palestinos, los más jóvenes de los cuales vibraban por encima de lo normal no sólo por la profusión de eslóganes y consignas pro-palestinas o las letras de las canciones, tal vez también por lo ajustado de algunos pantalones o algunas chupas de cuero … Y la Misa del Gallo en la abarrotada Basílica de la Natividad, bajo la presidencia civil del Doctor Ahmud Abás. Una ocasión más para verificar que el palestino es, muy probablemente, el pueblo árabe-musulmán más culto, libre, tolerante y progresista de los que conozco

Amaneció fría y luminosa la Navidad en mi hotel de Belén. Yo tenía previstas reuniones con nuestras contrapartes solidarias en Jerusalén y en Ramallah. Podía eludir el control militar tomando un taxi de matrícula verde que me llevaría a Jerusalén, pero dando un rodeo por Jericó de más de 70 kilómetros, multiplicando por diez la distancia entre ambas ciudades. Preferí encarar el control militar y ganar tiempo. Concerté con el taxista amigo que contratamos en el anterior viaje a Palestina dos años antes; él tenía matrícula amarilla y podía moverse por Israel además de por los territorios palestinos ocupados. Este tema de los colores del taxi en función de la movilidad que le autorizaran era un clásico ya en la Sudafrica del apartheid. El taxista era un hombre amable y colaborativo, que nos ayudó mucho en la anterior misión que realizamos con Santi y Katia. Solía decir que las autoridades israelies garantizaban una buena vivienda a cualquier familia judía que llegara a Israel y ellos, que podían acreditar 600 años ininterrumpidos en Palestina, vivían en un campo de refugiados próximo a Jerusalén. Un día estuvimos en su casa y en aquel campo y compartimos una jornada con su linda y numerosa familia.

Total, que como a las 8,30 de la mañana llego al control militar y me uno a una riada de gente que crecía y crecía con la misma intención de pasar al otro lado. No tenía nada que ver con los controles al aire libre habituales (había ya más de 200 repartidos por los territorios ocupados). Se trataba de una mole enorme de hormigón, cemento, acero y hierro a toneladas, techos altísimos, luz artificial y un enjambre de cámaras y, sobre todo, de altavoces que rugían literalmente órdenes y consignas; imagino que en hebreo pero a mí me parece que todas las lenguas suenan igual que el alemán de los nazis cuando quieren meter miedo brutalmente a gentes indefensas.

La marea humana que se adentraba en el control militar eran en su casi totalidad trabajadores palestinos que debían pasar a Israel en busca de su sustento. Como les dije, la dependencia económica, laboral, energética, hidraúlica, alimentaria, etc., de Palestina es absoluta respecto “a la potencia ocupante”, según la terminología que utiliza Naciones Unidas. A mayor inri, el Estado sionista adeuda a Palestina sumas millonarias en concepto de salarios u otros. Se daba el caso que la central sindical de Israel, Histadrut, adeudaba a los sindicatos palestinos cantidades importantes en concepto de cuotas cobradas a trabajadores palestinos. En la misión anterior habíamos expuesto el caso al compañero del departamento internacional de esa central que, por cierto, era ciudadano israelí pero étnicamente era palestino.

La marea humana avanzaba con lentitud, en silencio, con gesto de resignación, el propio de quien recorre este trayecto, este vía crucis, cada día. Y los altavoces, a gritos, son los únicos que se manifiestan y se empoderan del espacio y se imponen amenazantes a la gente. La fila se va ordenando por un sendero rotulado a semejanza del de los carriles-bici. Cuando aparece alguna mujer la gente le indica que pase a la cabeza de la fila, parece que es una ley no escrita, que yo no alcanzo a ver aún dónde está. A mi me insisten para que vaya también a la cabeza de la fila. Me niego rotundamente y los más próximos a mí se refieren a mi pelo y a mi aspecto respecto al de ellos para darme a entender que aquel suplicio es sólo para ellos no para extranjeros. Y el tipo o los tipos de los altavoces que no cejan de escupir consignas o lo que sean con gritos incomprensibles.

Dejamos los carriles-bici y la cosa se complica seriamente pues entramos en un espacio mucho más angosto. Nos embuten literalmente, en fila de a uno sin retorno posible, en un pasillo flanqueado por barras de hierro tubulares y arqueado por esas mismas barras curvas. El espacio se va estrechando, los de adelante no avanzan apenas , los de atrás empujan, imagino que tienen horarios que cumplir al otro lado o que es lo que les exigen a gritos los malditos altavoces. Para los que tenemos algo o mucho de sobrepeso empieza a ser angustiosa la sensación de ahogo, la presión de los altavoces, la incertidumbre de no saber dónde está el final de esta angustia …

Un pensamiento se apodera de mí y hace más opresiva la situación: Imaginar a los miles y miles, millones, de seres inocentes, judíos alemanes, polacos, checos, franceses, lituanos, italianos, holandeses, españoles … que caminaban hacia la muerte en los campos de exterminio donde los altavoces no emitían más sonidos que las voces criminales de los verdugos nazis. Sobre el genocidio de aquellos 6 millones de judíos inocentes e indefensos y de tantas nacionalidades, por los que tanto seguimos llorando, exigió el sionismo israelí un Estado en 1948, y no ha parado desde entonces en su intento de extinguir todo vestigio de una Palestina libre, próspera y en paz. Es ese Estado el mismo que nos trata así a cientos de palestinos y a mí en un tecnificado y tenebroso control militar dirigido por voces y gritos invisibles un día de Navidad de 2009, 61 años después de la tragedia … en Belén camino de Jerusalén.

Por fin, tras pasar por un torno de cuerpo entero que si te atrapa al cerrarse de golpe te daña seriamente brazos y piernas, llegué ante un enorme escáner. Deposité en la cinta la cartera de mano con los documentos y el abrigo y me dispuse a cruzar el torno de salida de aquel espacio final. De golpe, la cinta devolvió bruscamente la cartera y el abrigo y el altavoz local  gritaba no sé qué, pero era a mí no había duda. Aturdido, al borde del colapso anímico tras casi hora y media de tensión, no hallaba qué hacer mientras el altavoz no paraba de abroncarme. Gente que esperaba al otro lado del torno, ya éramos casi amigos, me indicaban a señas dónde estaba el problema y la solución: debía pasar por la cinta el cinturón y los zapatos, que se me pasó hacerlo …

Ya recompuesto, calzado, con los pantalones sujetos, me planto ante una garita en la que había un militar, el único que ví en todo el trayecto. Según ojeaba mi pasaporte me suelta, “ché, gallego, boludo, vos no tenés que hacer la fila; la próxima vez buscá un funcionario y él te cuela … bienvenido a Israel”, mientras me devolvía el pasaporte. Si a aquel niñato de mierda, pero con un arma moderna y pesada más grande que él, le digo lo que estaba pensando me busco la ruina.

Insisto: Sin una solución justa y urgente a la ocupación militar y al genocidio lento pero implacable que sufre Palestina desde 1948, la estabilidad y la paz mundial seguirán estando en riesgo. Joe, Kamala, tomad buena nota.

Navidad en Palestina, ¿o fue en Auschwitz?