viernes. 29.03.2024

40 años ya de aquella amargura…

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Estaba reunido el Consejo Confederal, 130 dirigentes de todo el país, en la sede de Príncipe de Vergara.

Yo estaba sentado en primera fila, cigarro entre los dedos, esperando subir a la tribunilla para uno de los tantos debates de aquellas sesiones interminables y agotadoras.

Ángel estampó literalmente su pequeño transistor contra mi oido derecho mientras balbuceaba "tiros en el Congreso, Manolo, tiros en el Congreso..."

No me sorprendí. Viviamos pendientes de que aquello sucediera cada día. Me alarmé eso sí. En las ráfagas de segundos me asaltaron varios pensamientos: Que poquito duró este sueño de libertad ... que país de mierda que no es capaz de remontar el vuelo ... y mis hijas, de 8 y 3 años, y mi hijo de 5, qué va a ser de ellos... y el miedo a empezar de nuevo, a la clandestinidad, a la represión, a vivir sin futuro, a luchar de nuevo desde cero con la tristeza inmensa de que el tiempo transcurrido desde aquel 1967, que me arrimé al PSUC un tiempo y a la USO para siempre, lo borraban los tiros del Congreso...

En lo que dura apenas un minuto o menos generé todo eso. Envuelto en una amargura silenciosa casi tan grande como el miedo, silencioso también.

Le dije a Angel que tranquilizara a la gente, que las previsiones para ocultar y proteger a los 130 compañeros y compañeras del Consejo estaban engrasados y a punto.

Y me fui a mi despacho a intentar acopiar información. Pero yo tenía la certeza íntima de que aquello era un golpe militar contra la Democracia.

No había practicamente nadie a quien contactar. Estaba todo el mundo prisionero en el Congreso. Incluyendo los dos lideres de las dos confederaciones sindicales mayores a la mía: los compañeros Marcelino Camacho y Nicolás Redondo. Yo sabía que en estos casos de golpe militar los sindicatos de verdad tenían que llamar a la Huelga General, a la resistencia frente a los golpistas... Y ya no habia duda que era un golpe de la peor ralea a la vista de la música militar que emitia la radio y el bando de Milans del Bosch, un espadón que tenía de fascista hasta el bigotillo. La Huelga General... temblaba de pensarlo solo.

A las 9 cerré la sede confederal, tras que todo el mundo, en Madrid y en todas partes, así como documentación muy sensible, quedaran a buen recaudo. Estaba conmigo Pepe, un granadino con el que mantengo intacta amistad y cariño. Íbamos camino de un piso seguro, de un teléfono limpio y él con el pistolón al que tenía derecho... Yo no había reparado en que seguía allí, discreta, imperceptible, mi secretaria de entonces, María Jesús, que no tendria más de 23 o 24 años frente a mis 33. Le insté a que se fuera, que aquello no iba con ella, bruto de mí. Me soltó que era mi secretaria y que ella iba donde yo fuera... Pepe, con más tacto y ternura que yo, la disuadió para que se fuera a casa cuanto antes por si había toque de queda.

Era un 23 de Febrero de 1981.

No he querido en estos 40 años escribir sobre aquellas primeras horas y las sucesivas. No descarto hacerlo cuando tenga ganas, así como sobre los días y los meses previos al intento de golpe.

Me queda solo rendir homenaje a la memoria de Don Sabino Fernández Campo, al que conocí aquella madrugada y cuyo afecto me

acompañó hasta que se nos fue. Don Sabino Fernández Campo, Jefe de la Casa Real entonces, era un militar que militaba de asturiano por su nobleza y lealtad y al que, en mi modesta opinión, el rey emérito debió tratar mejor.

40 años ya de aquella amargura…