jueves. 18.04.2024

Sobre el ‘régimen del 78’: la memoria y la irresponsabilidad

El tan criticado bipartidismo no es fruto de la Constitución del 78, sino de la decantación del electorado, del voto ciudadano.

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Manifestación del 1º de Mayo en Madrid de 1979. (Foto: Prudencio Morales)

El tan criticado bipartidismo no es fruto de la Constitución del 78, sino consecuencia de la decantación del electorado, del voto ciudadano

En 1973, cuando el 20 de diciembre moría en atentado terrorista Carrero Blanco, el Tribunal de Orden Público sometía a juicio a la cúpula de las clandestinas Comisiones Obreras: se pedían más de 20 años de cárcel para cada uno de sus miembros y uno de los grandes temores del momento era que grupos fascistas entraran en la sala del tribunal y se tomaran la "justicia" por su mano. En 1975, en septiembre, a dos meses de la muerte de Franco, el régimen fusilaba, en Manzanares el Real, a cinco militantes antifranquistas. En las cárceles había más de mil presos políticos (comunistas, sindicalistas de CCOO, anarquistas, trotskistas, socialistas, incluso algunos curas obreros), parte de ellos con condenas superiores a diez años. En 1976, viví muy de cerca la detención de parte de la dirección madrileña de las Juventudes Comunistas: hubo torturas en la Puerta del Sol. Una de sus dirigentes estuvo colgada durante dos días, por las esposas, de una barra de hierro y suspendida en el vacío. Estaba embarazada y abortó. No digo el nombre. En enero y febrero hubo grandes huelgas en el transporte público de Madrid: no había sindicatos legales, la lucha era semiclandestina y las asambleas se celebraban en las iglesias del extrarradio: el padre Mariano Gamo, García Salve, el padre Llanos, el obispo Iniesta y tantos otros jugaron un papel esencial. Fue el año de Montejurra, con dos asesinatos de carlistas; el año del asesinato de cinco sindicalistas en Vitoria, tras el desalojo a tiro limpio de la catedral; aquel año se hablaba de habilitar los campos de fútbol de Euskadi para encerrar a sindicalistas, mineros, metalúrgicos, comunistas, etc.. en medio de un Estado de Excepción. Entre 1976 y 1977 murieron en las calles Arturo Ruiz, Mari Luz Nájera.... A las que habría que añadir las numerosas víctimas del terrorismo de ETA... 

En enero de 1977, los pistoleros fascistas, vinculados al sindicato vertical del transporte, asesinaron a sangre fría a cinco abogados en el despacho laboralista de la calle de Atocha mientras una organización llamada GRAPO (de la que muy poco o nada sabíamos en las organizaciones antifranquistas) mantenía secuestrados al teniente general Villaescusa y al banquero y miembro del aparato franquista Oriol y Urquijo. Aunque en el horizonte asomaba la democracia, con la Junta Democrática funcionando y la Plataforma Democrática constituyéndose, el aparato represivo estaba intacto y el fascismo campaba por sus respetos en las calles de nuestras ciudades. Huelgas en el metal, en la construcción, en la universidad, en el transporte, en el Baix Llobregat, en la minería asturiana, centenares de miles de demócratas en las calles en homenaje a los abogados asesinados..... Los actores y cantantes, el mundo de la cultura paralizando teatros, organizando plataformas, saliendo a la calle.... El movimiento vecinal movilizándose contra la subida del precio del pan, llenando Preciados o protagonizando una marcha multitudinaria desde Moratalaz a Doctor Esquerdo... La Unión Militar Democrática actuando mientras detenían a algunos de sus más significados oficiales. Las organizaciones de Mujeres exigiendo democracia, divorcio, aborto, igualdad en una realidad política en la que jamás adquirían la mayoría de edad... Se secuestraban revistas, periódicos, se cerraban publicaciones y se apaleaba a periodistas... 

Ese era el clima en que se desarrollaba la lucha política en España: la oposición democrática, la ilegal y clandestina y la tolerada, presionaba en todos los planos. Allí estaba mi generación, al lado de las que perdieron la guerra o vivieron en silencio la postguerra, compartiendo esfuerzos, riesgos (entonces sí había riesgos), jugándose el puesto de trabajo, la carrera universitaria o la propia integridad física, frente a un régimen que se resistía a caer y que disolvía a sangre y fuego las manifestaciones, que entraba en las fábricas, en las iglesias y en las aulas a detener a dirigentes sindicales o estudiantiles.  

Esa fue la lucha real: no hay más que revisar los periódicos de la época o los reportajes televisivos de cadenas francesas, o de la BBC para comprobarlo. Esa fue la lucha que abrió paso a los acuerdos que permitieron la creación de la llamada Platajunta, donde estuvieron el PCE, el PSOE, los nacionalismos democráticos de Euskadi, Galicia y Cataluña, la Federación de Partidos Socialistas, la Democracia Cristiana, los sindicatos todavía ilegales... La lucha que quebró los cimientos del régimen franquista y la que permitió que a lo largo de los últimos meses de 1976 y los primeros de 1977 se legalizara primero el PSOE y la UGT, después el PCE y bastante más tarde CC. OO. No hubo ningún favor del franquismo, los derechos se arrancaron con mucha movilización, con inmensos sacrificios, con grandes huelgas y con una extensa y tenaz campaña interior y exterior por la amnistía, la libertad y los estatutos de autonomía. 

El fruto de esas movilizaciones, de la correlación de fuerzas del momento sería la Constitución de 1978: no fue la reforma que planteaban los menos franquistas del régimen, en absoluto. Fue la  RUPTURA. Una ruptura pactada pero en la que España se equiparaba, en todos los planos, con cualquiera de los países europeos que llevaban más de tres décadas de democracia. Se abrió un proceso constituyente con las primeras elecciones de junio de 1977, con todos los partidos legalizados, desde los más izquierdistas hasta el PCE o el PSOE, o los más radicales de la izquierda vasca, gallega o catalana. Aquellas Cortes, presididas por Dolores Ibárruri, en la que estaban presentes Rafael Alberti, Santiago Carrillo, Cipriano García y tantos otros que llegaban del exilio o que como Marcelino Camacho o Simón Sánchez Montero casi habían pasado de la celda de Carabanchel al Congreso de los Diputados, fueron las que produjeron, como expresión o síntesis de la situación política del país y de la correlación de fuerzas, la Constitución de 1978. En el fondo, la legitimidad que venía de la II República enlazaba con la nueva legitimidad. Una legitimidad que daría lugar a la Constitución más duradera de nuestra historia. La que ha tenido más reconocimientos internacionales. La que ha posibilitado el logro de avances sociales sin precedentes. La que ha sido calificado por juristas de prestigio como una de las más avanzadas del occidente democrático. Con fallos, con vacíos, con insuficiencias (como la italiana, la francesa, la noruega, la norteamericana... no hay constitución perfecta), pero una constitución que permite a cualquier fuerza política aplicar su programa. Digo más: el tan criticado bipartidismo no es futo de la Constitución del 78, sino consecuencia de la decantación del electorado, del voto ciudadano, del mismo modo que la posible ruptura del bipartidismo en próximas elecciones no será consecuencia de una crisis constitucional, sino de la decantación del voto ciudadano por otras opciones. Por cierto, conviene subrayarlo, en aplicación, de la Constitución del 78. 

Hoy, algunos representantes políticos (incluso, aunque parezca inverosímil, casi surrealista, profesores de ciencia política), con una irresponsabilidad de dimensiones inabarcables, hablan del "régimen del 78" y plantean un "proceso constituyente" afirmando que aquel proceso, lleno de sufrimiento, de empeños colectivos, de movilizaciones sin tregua, de muertos, de asesinatos, de miedo, de pequeños y grandes heroísmos fue un "apaño", o un "lavado de cara del franquismo", o que aquella constitución, aquellas primeras elecciones, no cambiaron nada, que el franquismo continuó vigente... Incluso que la democracia actual es la “continuidad del franquismo”.  

No puedo compartir ese planteamiento. Es más, creo que compartirlo es un atentado contra el rigor histórico, contra el sentido común y contra la memoria colectiva: un auténtica aberración. La del 78 fue la mejor constitución posible. Un texto que requiere, 37 años después de su aprobación en referéndum, reformas, modificaciones, adaptaciones a la nueva realidad política y territorial. Del mismo modo que ocurre con todas las constituciones democráticas que en el mundo han sido. Pero.... ¿tirarla abajo, demolerla para abrir un "proceso constituyente" impreciso, genérico en el que, además, sólo estarían comprometidos dos partidos, Podemos y una parte de Izquierda Unida? ¿Pero de qué estamos hablando? ¿Un proceso constituyente con poco más del 25% del electorado en la hipótesis más “optimista”? Uno escucha a Anguita (a veces con Monedero o con Pablo Iglesias) hablar del "podrido régimen del 78" y al mismo tiempo decir que su programa es que se cumpla la Constitución de 1978 y no da crédito a lo que oye. ¿Es un problema de torpeza intelectual o es irresponsabilidad? ¿O ambas cosas a la vez? Quizá... 

Conviene dejar claro que quienes rechazaban la Constitución del 78 no era la clase trabajadora, ni la intelectualidad progresista, ni la izquierda que venía de décadas de clandestinidad, de cárceles y exilios: sus enemigos estaban en los restos del aparato franquista. Fueron los que promovieron varios intentos de golpe de estado frustrados hasta cuajar el que estuvo a punto de triunfar el 23 de febrero de 1981. Esos eran los enemigos: los mismos que en la sombra, han buscado por mil caminos, en estos cuarenta años, cómo desactivarla, reducir sus capacidades, destruirla si les hubiera sido posible. Había otros enemigos, los terroristas de ETA, que en más de una ocasión estuvieron a punto de precipitar la democracia por el desagüe de la Historia, y sectores económicos, militares y eclesiásticos, que consideraban que la constitución acababa con sus privilegios y convertía en inútil lo que llamaban “la cruzada contra el comunismo” y la victoria de abril de 1939. ¿Cuántas veces escuchamos y afirmamos, con vehemencia, que los principales interesados en la Constitución éramos los trabajadores?

Hacer memoria y recordar los avatares que vivió el proceso constituyente, recuperar las veces que, con un nudo en la garganta y el alma en vilo, todavía con el miedo a que todo retrocediera, mirando de reojo al Chile de Pinochet o a la Argentina de Videla, con nuestros hijos a hombros o de la mano, salimos a la calle contra terroristas de toda laya, fascistas irredentos, empresarios nostálgicos de la dictadura, golpistas y otros enemigos de la democracia, es un acto imprescindible que nos vacuna contra irresponsabilidades. Recordar a los comunistas y socialistas vascos salir casi en solitario tras un asesinato en Rentería, o en Irún, o en Baracaldo, contra el frío y la noche, a gritar “Contra el terrorismo, la Constitución”, o “No a ETA”, es un acto de memoria imprescindible. Y un acto de justicia. Yo estuve en la calle la noche del 27 de febrero de 1981, después del golpe, tras una inmensa pancarta que decía VIVA LA CONSTITUCIÓN. Allí estuvimos todos. Lo escribí en mi novela “Una mirada oblicua”:

“En Madrid hubo una noche extrañamente luminosa. La noche de la respiración. La que negaba el olor a cuero y a sudor cuartelario. Fue cuatro días después del  golpe. Las calles del centro se llenaron con el silencio de una multitud consciente de haber atravesado el túnel y salvado el precipicio. Habían acudido desde los más remotos lugares de Madrid, desde los pueblos más alejados de la capital, desde los barrios inhóspitos del otro lado del Manzanares, desde los barrios residenciales del norte, desde las zonas donde vive la industria, hasta convertir el Paseo del Prado, y Recoletos, y la plaza de Cibeles, y las calles limítrofes con la arteria central de la ciudad, el espacio donde sentirse vivos.”

Hoy, en 2014, quienes vivimos aquellos interminables años de permanente construcción democrática, quienes estuvimos en la calle una y mil veces para defender la primera constitución de la historia de España que llegó a superar el rubicón de una década —un hecho trascendental al que se quiere quitar importancia en un acto casi suicida— tenemos que hacer imposible que los versos que escribiera Jaime Gil de Biedma hace ahora nada menos que 48 años sigan teniendo vigencia:

“De todas las historias de la Historia
sin duda la más triste es la de España,
porque termina mal.”

Sobre el ‘régimen del 78’: la memoria y la irresponsabilidad