martes. 16.04.2024

La clase trabajadora y el cambio político

Hace falta que la nueva política establezca relaciones y alianzas con el movimiento sindical y que no dude en querer ser el representante político de la clase trabajadora.

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Pablo Iglesias junto a los líderes sindicales de UGT y CCOO. (Foto: Flickr Podemos)

No se puede entender la popularidad de nuevos dirigentes como la propia Ada Colau sin hablar de la presentación de la ILP popular en defensa del Derecho a la Vivienda, en la que jugaron un papel fundamental, a pesar de que nunca lo haya reconocido, el sindicalismo confederal de CCOO y UGT

La inauguración de la nueva legislatura no hay duda que significa un tiempo nuevo en la política. La presencia de los diputados y diputadas de Podemos y sus formaciones aliadas de Cataluña, País Valenciano y Galicia, han aportado un aire nuevo y diferente al Congreso de los Diputados, en la forma y sin duda en el fondo.

A pesar de todo creemos que en toda esta nueva situación política se echa de menos la presencia de la clase trabajadora. Los nuevos tiempos de la política no tendrían que comportar la continuación de una situación derivada de la hegemonía de la derecha en los tiempos pasados y que han consistido al borrar de la vida social, política y comunicativa los problemas y la propia existencia de la clase trabajadora. Esta ha sido una victoria significativa de la clase dominante, la eliminación del debate público de la propia existencia de la clase trabajadora y del enfrentamiento de clases. Cómo decía Warren Buffett “hay una guerra de clases y lo estamos ganando los ricos”. Y esta victoria, en nuestro país, se ha dado en el campo político con la aprobación de leyes como la Reforma Laboral que significaban la limitación de los instrumentos de defensa de los derechos laborales y una derrota para las organizaciones que los representan, los sindicatos, o el endurecimiento del código penal con el artículo 315 que ha penalizado la acción sindical y ha comportado más de 80 juicios contra más de 300 sindicalistas para ejercer acciones de defensa del derecho de huelga. Pero también se ha dado en otros ámbitos como es la desaparición en los medios de todo aquello en lo referente a la problemática derivada de la práctica sindical y la lucha de la clase trabajadora. En los medios ha desaparecido el que había sido tradicional como era una sección de laboral en la información. Hoy en día la problemática laboral y la lucha de los trabajadores y del sindicalismo está prácticamente desaparecida del debate público. Esta es la victoria de la que habla Buffett.

Hoy en día la lucha de clases ha sido sustituida por la lucha de la gente. Las clases sociales por termas como los de arriba y los de bajo, e incluso parece que se quiera evitar el término izquierda como si fuera un término de confrontación. La eliminación de estos términos que significan intereses contrapuestos como son derecha-izquierda, o clases sociales, o lucha de clases, son victorias ideológicas de la derecha dominante. No son términos antiguos que hay que obviar, sino que son termas que hay que recuperar como plantea el joven pensador británico de referencia para la “nueva política” Owen Jones.

Y este es uno de los planteamientos que se echa de menos en la “nueva política” que quieren representar Podemos y sus aliados periféricos. No se puede despreciar todo lo que suene a viejo. No todo son los nuevos movimientos sociales. En parte porque muchos de ellos quizás no existirían sino fuera por los movimientos sociales tradicionales especialmente los sindicatos. Las mareas ciudadanas, sanitarias, educativas, han sido impulsadas entre otros por los sindicatos de clase. No se puede entender la popularidad de nuevos dirigentes como la propia Ada Colau sin hablar de la presentación de la ILP popular en defensa del Derecho a la Vivienda, en la recogida de firmas a la cual jugaron un papel fundamental, a pesar de que nunca lo haya reconocido, el sindicalismo confederal de CCOO y UGT.

La nueva política hace falta que establezca relaciones y alianzas con el movimiento sindical y que no dude en querer ser el representante político de la clase trabajadora, es decir una fuerza de izquierdas y por lo tanto con complicidades tejidas con las organizaciones representativas de la clase trabajadora, los sindicatos confederales y de clase. Sin que ninguno de las partes sea subalterna de la otra ni la sindical de la política ni al revés.

¿Y qué es la razón para plantearlo? Simplemente porque el problema fundamental de nuestra sociedad no es la desigualdad ni la exclusión social, el problema fundamental es la carencia de trabajo digno con derechos laborales y sindicales y con sueldos dignos. El problema básico de la actual crisis social es la situación del paro y la carencia de trabajo. El paro, el trabajo precario y el trabajo pobre son la causa del resto de problemas, desde la vivienda a la desnutrición infantil, la pobreza energética o simplemente la pobreza de todo tipo. La apropiación de la riqueza por parte de una minoría y la privación de los bienes básicos para la mayoría no es otra cosa que el resultado de una hoy escondida lucha de clases.

Con leyes de emergencia social se cubren las necesidades más urgentes pero no se resuelve el problema. Sin creación de puestos de trabajo dignos, bien retribuidos y con futuro no se resolverá la situación actual. Y las desigualdades y las emergencias sociales no sólo no desaparecerán sino que se incrementarán.

La “nueva política” tiene que enfrentar los problemas urgentes, “la emergencia social” y el problema fundamental, garantizar el “derecho al trabajo digno”. La nueva política ha estado muy vinculada a los nuevos movimientos sociales en defensa del derecho a la vivienda y contra los desahucios, y otros similares que van contra los efectos de unas políticas determinadas de la clase dominante, pero no hay duda que hay que ir a la base: a la disputa de la lucha por el reparto de la riqueza entre los que la producen y los que se lo apropian.

Es evidente que el sindicalismo tiene que actualizarse y adaptarse en el mundo cambiante. Está claro que la clase trabajadora actual no es la antigua clase obrera manufacturera y “fordista” de la gran industria. Hoy la clase trabajadora es diversa, hay trabajadores fijos, precarios, eventuales, parados, jóvenes desocupados que nunca han podido trabajar, etc. Y el sindicalismo tiene que adaptarse a esta nueva situación y trata de hacerlo, tiene que hacer su trabajo en los puestos de trabajo, pero también dentro de las comunidades donde vive la clase, porque no todos trabajan o no trabajan siempre. Pero también es evidente que sin los instrumentos propios de la clase como son los sindicatos es difícil que se pueda llevar a cabo una política realmente de izquierdas y por lo tanto conseguir un cambio real.

La derecha del PP lo tuvo muy claro. No olvidó nunca que en los tiempos en que Aznar poseía una mayoría absoluta, los sindicatos CCOO y UGT convocaron la Huelga General del 20-J del 2002, una huelga exitosa que obligó el Gobierno del PP a dar marcha atrás en el intento de modificar el subsidio de paro. Eran unos momentos en que Aznar gobernaba de forma absoluta y donde la oposición estaba desaparecida. A este golpe después se sumaron las movilizaciones contra la guerra de Iraq al 2003, donde también tuvo una participación destacada el movimiento sindical. Todo esto y los atentados de Atocha provocaron la derrota del PP a las elecciones del 2004. El PP lo ha tenido muy claro y por eso, inspirándose en la política de Thatcher, una de las primeras medidas que hizo el Gobierno Rajoy en febrero de 2012, a los dos meses de formar gobierno, fue la Reforma Laboral. Una Reforma Laboral especial, en un momento donde la crisis y el paro tenían atemorizada la clase trabajadora, y que fue dirigida a eliminar los fundamentos del movimiento sindical limitando su instrumento fundamental de intervención: la Negociación Colectiva, hiriendo de muerte una de las características del modelo laboral existente que era la Concertación Social, y sin duda debilitando el movimiento sindical.

La “nueva política” tiene que entender que para conseguir un cambio en profundidad en el país le hace falta el concurso de un movimiento sindical renovado y reforzado, y a la vez la potenciador de los valores de solidaridad y de lucha tradicionales de la clase trabajadora que siempre han estado detrás de los movimientos políticos de progreso, es decir detrás de la izquierda. Por eso no puede volver a pasar que se deje en manos del PSOE la presentación de las primeras medidas para revocar la Reforma Laboral del PP, ni la interlocución con el sindicalismo confederal. Si Podemos y sus aliados quieren ser la alternativa hace falta que cuenten con el movimiento sindical y planteen actuaciones como las efectuadas en la última legislatura por el diputado de ICV y de la Izquierda Plural, Joan Coscubiela, al presentar “La proposición para promover el trabajo digno”, con 50 propuestas concretas que significaban una alternativa global a la Reforma del PP y una mejora actualizada de los derechos laborales y sindicales.

Esperamos que la clase trabajadora y los instrumentos de su defensa, el sindicalismo confederal, que hay que recordar que tiene centenares de miles de afiliados y recoge el apoyo de millones de trabajadores y trabajadoras que lo confirman en las urnas de las elecciones sindicales vuelvan a tener el papel que merecen y vuelvan a estar presentes en la vida política, social y mediática del país. Será sin duda una confirmación de que el cambio es posible.

La clase trabajadora y el cambio político