jueves. 25.04.2024

Periodistas sin alma en medio de la selva

microfono

Sostiene Kapuscinski que “cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante”. Cabría deducir, en consecuencia, que algunos periodistas progresistas acudieron dePrisa, dePrisa, al mercado de la equidistancia, algo que se me antoja imposible en medio de la selva.


La declaración del Estado de Alarma, el 14 de marzo de 2020, como mejor y, también, como imprescindible herramienta jurídica para atacar la pandemia del COVID-19, ha colocado a las personas frente a su propia responsabilidad. Pero también nos ha enseñado la otra cara del periodismo, más concretamente de cierto periodismo progresista que, en una sociedad sacudida por la política canalla de las derechas, no ha tenido mejor idea que la de simular neutralidad  -“Gobierno y oposición merecen el rechazo ciudadano”-, justo cuando la derecha extrema y la extrema derecha han decidido sobrevolar por encima del ordenamiento constitucional y adentrarse en las sucias aguas de la difamación, la calumnia y la desestabilización sin límite de las instituciones democráticas.

¿Quiere esto decir que la gestión del gobierno ha de estar exenta de la crítica del periodismo y la ciudadanía? No. Quiere decir que la evaluación crítica de la acción de gobierno no puede ni debe ignorar el perfil de la batalla, los medios elegidos para combatir al gobierno, el profundo poso antidemocrático de las derechas españolas y la feroz convicción que tiene el entramado político y mediático conservador de que, sea cual fuere el resultado electoral, gobernar es cosa suya. Parece algo elemental a la hora de ejercer con honestidad la función periodística, pero tristemente no lo es. Periodistas de cabecera de la SER y en menor medida del País, han interrumpido bruscamente su trayectoria profesional, y debido a oscuras razones que ignoro, se han incorporado al frente amplio contra el gobierno, abandonando la más elemental coherencia profesional.  Por supuesto, no son todos, ni siquiera entre los más notables. Son muchos las y los informadores que no se han rendido a la voracidad del buró editorial, y han renovado su lealtad con el buen periodismo.

El gobierno ha ofrecido, quizás en más ocasiones de las deseadas, excesivas facilidades para su reprobación. Algunas de difícil explicación. Pero nada justifica el camuflaje del periodismo progresista, para homologar una decisión equivocada con una acusación infame. Como muchas personas de izquierdas escucho la SER y leo El País, y lo seguiré haciendo, pero entra en quiebra la razón y se me revuelven las tripas cada mañana y al principio de la tarde, al escuchar a Barceló y Francino, licenciarse en el periodismo del todos son iguales. No es verdad, es injusto y solo me reconcilio con el buen periodismo, aquel que Marguerite Duras, denominaba periodismo apasionado, cuando por la tarde noche sintonizo Hora 25, dirigido por Pepa Bueno. Por supuesto, el buen periodismo existe más allá de la SER, en dignos periódicos digitales y en no pocos periodistas, comprometidos con un oficio que, en palabras de García Márquez, “debe ir acompañado de la ética, igual que el zumbido acompaña al moscardón”.

La campaña de desestabilización de las derechas y de un denso y extenso aparato institucional y civil no es una broma. Cabría pensar que en momento como este, la cultura progresista, las izquierdas y la gente decente actuarían de acuerdo a un protocolo de elemental salud democrática. No está siendo así. Maestros espirituales del liberalismo, pertrechados en la zona oscura de algún inmueble editorial, han decretado una prioridad: acabar con el gobierno. Y no hace falta ser un iluminado para pensar en el siguiente escenario: una brusca irrupción de las derechas en el gobierno, aunque para ello haya que recurrir a las más turbias y siniestras operaciones de la baja política, el subterráneo institucional y el periodismo sin alma.

Periodistas sin alma en medio de la selva