viernes. 29.03.2024

El precio del dinero

Residencia Mare de Déu de la Soledat de Ondara. / Ayuntamiento de Ondara​

Andamos a vueltas con índices extraños que suben o bajan; con porcentajes de ocupaciones hospitalarias y con diversos cálculos sobre si la puñetera curva sube, baja o se dedica a tomar cañas, pero nadie se atreve a poner en román paladino la verdad de todo lo que estamos viviendo: hace años que la verdad se considera un exceso que hiere y lastima a las almas sensibles.

Nuestra sociedad se ha instalado en una muelle comodidad que rechaza la contraposición de ideas, el debate abierto, el sincero cuestionamiento de todo según los más antiguos y contrastados cánones de la disensión. Refugiados en lo políticamente correcto, los diversos círculos y entornos se cierran y autoprotegen de todo aquello que les pueda hacer tambalear o dudar de sus convicciones.

A pesar de la carga histórica y la enorme riqueza que los debates universitarios han aportado al avance de todas las áreas del conocimiento humano, hay alarma sobre el creciente - de momento es casi simbólico - movimiento que reclama espacios intelectualmente seguros en las universidades y la eliminación de invitados y debates que puedan incomodar la estructura mental de determinados alumnos. Algo debe pasar con la cuestión cuando el decano de estudiantes de la Universidad de Chicago se sentía en la obligación de escribir una carta a los novatos recordando que “ Nosotros queremos que todos los miembros de nuestra comunidad se involucren en rigurosos debates, discusiones e incluso desacuerdos. Aunque en alguna ocasión puedan suponeros un reto o causaros malestar» 

Es más, cuando se prevé que la cosa puede ser dura, ya ha habido precedentes en los que se  ha habilitado una sala especial para que los sensibles lloren a gusto y se repongan del susto que se les ha dado al cuestionar sus creencias. Que un estudiante universitario se lleve ese colocón por comprobar que hay quien no piensa como él o que sus ideas pueden estar erradas, demuestra hasta qué punto nuestra sociedad  se siente cómoda en la neutralidad conceptual y evita el mirar a la realidad cara a cara.

Dicho esto y volviendo a lo que aquí acontece, a nuestro país y a sus políticos, podemos comprobar que ninguno de ellos afronta la realidad con un lenguaje claro y explica a la población que el dinero, la riqueza que compartimos y a todos beneficia, tiene un coste que no es el habitual que nos explican los bancos en sus edulcorados anuncios. Hoy, esa riqueza, la posibilidad de que el dinero se mueva creando riqueza, nos cuesta muertos. Y hay que pagarlos o encerrarse en casa y esperar a que escampe para asomarnos a un paisaje desolado, empobrecido y completamente destruido por muchos años.

Lo que está pasando ahora se sabía que pasaría y todos hemos asistido a discursos y declaraciones fatuas, vacías y ajenas a la realidad tozuda de las consecuencias futuras. Siempre se ha hablado de una parte, pero nunca de la otra, la desagradable, la que implica ver desfilar cadáveres frente a la caja registradora.

“Salvar la Navidad” equivalía a llenar los hospitales en Enero y aumentar los muertos de forma muy considerable, pero nadie quería poner esa etiqueta al producto de su gestión. Es evidente que no podemos pararnos otra vez; la realidad nos obliga a mantener la actividad de empresas y personas aunque sea cojeando, pero hay que ser valientes y decir que esa realidad la pagamos con muertos; con esos cientos de muertos que nos saltan a la cara cada día aunque los medios se esfuercen en difuminar la información separando cifras por comunidades o de cualquier otra forma más o menos creativa o confusa.

Sin dar la cara, todos ellos escondidos tras un lenguaje retorcido hasta lo ininteligible, nos están obligando a aceptar que mientras los hospitales resistan -al límite, pero resistan - y no lleguen las vacunas, la muerte volverá a estar presente en nuestras vidas tal y como casi siempre ha sido. El tiempo transcurrido desde la segunda mitad del Siglo XX y esta pandemia, ha sido un sueño de inmortalidad del que nos han despertado tirándonos  sobre la cama un cubo de agua fría.

Vivir sigue matando, pero también hay buenas cosas que quiero poner como colofón a todo este cúmulo de actuaciones torcidas: “Las cinco trabajadoras y la directora de la residencia alicantina Mare de Déu de la Soledat de Ondara, con capacidad para 23 residentes, aunque actualmente sólo acoge a 20, permanecerán encerradas en el centro durante las próximas dos semanas para evitar el contagio hasta que se les administre la segunda dosis de la vacuna contra la covid-19.” Si se me perdona la licencia poética, ¡Sí señor, con dos cojones! Todavía hay heroínas que enseñan el camino a seguir. Que cunda el ejemplo entre nuestros políticos y entre esos jetas que se vacunan saltándose protocolos, ética y honradez. Y ojo, que éstas son las últimas, pero no las únicas que han hecho algo parecido. 

El precio del dinero