miércoles. 24.04.2024

Donde la verdad gobierna

Tengo una amiga que sostiene, con mucha razón, que fuera de los bares la vida es muy hostil y no hay territorio más hostil y despiadado que aquél en el que la verdad desnuda de nosotros mismos nos alcanza y nos gobierna de forma inclemente. Fuera de ese territorio, cada cual se puede vestir de matices, justificaciones, excusas y argumentos, pero la verdad es paciente y nos espera para saltarnos a la cara en todo su esplendor y plenitud.

Es allí, enfrentados a la pura y visceral animalidad de las más básicas funciones, cuando la verdad irrumpe en nuestra indefensión para enfrentarnos  a la realidad de nuestras vidas, nuestros hechos y nuestras más oscuras, aterradoras y escondidas verdades.

Si no hay gran hombre para su ayuda de cámara, en la soledad de los excusados y retretes del mundo entero la verdadera naturaleza de la humanidad nos podría mostrar un panorama aterrador. Ni en conjunto, ni de forma separada, el ser humano tiene la más mínima posibilidad de superar su propio juicio, el más duro y el más exigente de todos los tribunales que afrontamos día a día aunque no queramos ni recibamos citaciones oficiales.

Ese higiénico y aséptico espacio, ese refugio que soñamos confortable, íntimo y protegido se transmuta en un rollo de justicia inexorable donde nosotros mismos nos descuartizamos en aplicación de la sentencia emitida por nuestro propio tribunal acusador. Y lo malo es que no hay defensa posible. Nos conocemos demasiado bien como para poder ocultarnos la verdad que motiva y mueve nuestros actos y nuestra realidad. Por allí desfilan debilidades y mentiras en toda su crudeza, sin matices exculpatorios ni posibles justificaciones. En ese espacio somos verdad y la verdad nos gobierna y nos atormenta sin piedad.

Si el juicio de la historia nos alcanzara según lo que nuestra verdad le pudiera mostrar, los libros de historia serían muy distintos y mucho más explicables; muchísimo más humanos, cercanos, reconocibles y familiares. Serían biografías construidas en torno a las verdaderas motivaciones y debilidades de esos grandes personajes contradictorios, miserables y grandiosos a partes iguales cuyo acceso a los anales se basaría en el propio juicio recibido en el retrete de cada uno de los personajes que hoy admiramos.

La historia es caprichosa y se basa, muchas veces, en una muy pequeña parte de las biografías que ahora consultamos. La veleidosa actualidad tiene la memoria flaca y hoy puede consagrar y bendecir al que ayer era un villano y viceversa; pero allí donde la verdad nos gobierna a todos, se construyen realidades y páginas que son indelebles y permanentes.

Todo este introito viene a cuento de intentar explicar la deleznable realidad de nuestros actuales políticos, una caterva en la que los que deberían velar por esa dañada “res pública” se entregan a una ceremonia de egoísmos y mezquindades cuya verdad les alcanzará, tarde o temprano, en la soledad de esos cuartos de baño donde pretenden refugiarse. Sin demasiados matices, excepciones o personalidades, son, casi todos ellos, reos de lo que debería ser un delito de indolencia dolosa con respecto a sus deberes y obligaciones públicas. Su incompetencia no debería quedar impune y los ciudadanos deberíamos poder acudir a un órgano de defensa que tuviera jurisdicción sobre estos mantas y los mandara a sus casas para que se encerraran allí donde la verdad gobierna y asumieran su propio juicio con todas sus consecuencias. No tenemos a mano ostracas tan grandes como para poder escribir todos los nombres que deberían salir de la gestión de lo público con destino al permanente ostracismo, pero si podemos confiar en que el “karma” les enfrente al daño que causan y tengamos cumplida venganza en algún plano de realidad, universo paralelo o allí donde pueda alcanzarles nuestro desprecio, nuestro asco y nuestra más absoluta repulsa. 

Hace siglos, el juicio de alguien mucho menos complejo en sus ideas y mucho más sumiso al juicio de Dios, les hubiera dejado inermes ante el fuego con la esperanza de que “Él reconocerá  a los suyos”. No se trata de quemarlos, pero sería estupendo que se les cayera la cara de vergüenza y que se fueran a escardar cebollinos en lugar de amargarnos la existencia.  ¿A que sí?

Donde la verdad gobierna