jueves. 28.03.2024

Horrores mediáticos y muertes silentes

El asesinato en cautividad del piloto jordano Moaz Al-Kasasbeh por su captores del Estado Islámico ha llenado de horror los canales informativos de todo el mundo.

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La última atrocidad de los extremistas islamistas no ha sido la única muerte que en los últimos días ha sacudido páginas, ondas y pantallas. Dos japoneses han sufrido un terrible destino similar a mano de los mismos verdugos

El asesinato en cautividad del piloto jordano Moaz Al-Kasasbeh por su captores del Estado Islámico ha llenado de horror los canales informativos de todo el mundo. La última atrocidad de los extremistas islamistas no ha sido la única muerte que en los últimos días ha sacudido páginas, ondas y pantallas. Dos japoneses han sufrido un terrible destino similar a mano de los mismos verdugos. Pero hay otro caso reciente de muerte violenta -¿impune?- que no ha recibido la misma atención y, desde luego, el mismo rasero de enjuiciamiento moral.

UN ‘RESPALDO’ INVOLUNTARIO AL CALIFATO

Los asesinos del EI han “mejorado” a sus antecesores de Al Qaeda en competencia militar, en disciplina y en crueldad. Pero también en el dominio de los más modernos medios de comunicación y propaganda. Y, por si estos conocimientos aventajados no resultaran ya suficientes para la exhibición propagandística del terror, algunos medios parecen decididos a “colaborar”, involuntaria pero irreflexivamente, en la propagación del horror.

Para neutralizar cualquier atisbo de crítica o aplacar una dudosa mala conciencia, los medios llegan hasta al pretil del espanto, pero evitan poner en antena los momentos álgidos del suplicio: el degollamiento de los periodistas o la carbonización del piloto. Con una cierta hipocresía aparentemente profesional, los medios aluden al carácter noticioso de estos acontecimientos terribles, orillando unas elementales normas de ética informativa. Algunas excepciones son relevantes: la BBC incluyó hace mucho tiempo en sus códigos de emisión la prohibición expresa de emitir imágenes de víctimas del terrorismo.

En realidad, más bien se trataría de explotar cierta propensión al morbo, una suerte de atracción fatal hacia las manifestaciones más horrendas del mal, o la simple excitación provocada por imágenes que trascienden la normalidad cotidiana. Sea lo que fuere, los medios se convierten, descuidadamente, en “correa de transmisión” de una odiosa propaganda.

Por consideraciones similares, para no caer en la propaganda ajena, aunque cultive muy cuidadosamente la propia, el Pentágono prohibió hace 25 años que se ofrecieran imágenes estáticas o en movimiento de soldados heridos o muertos, y menos muriéndose. En estos tiempos de relativismo ético acelerado, parece pertinente hacerse estas reflexiones y apoyarlas con preguntas sencillas. Para poner el ejemplo de un hecho reciente: ¿se hubieran emitido, de haberse grabado y distribuido, las imágenes de los humoristas del Charlie Hebdo, bajo las sillas y mesas de su redacción, mientras aguardaban los disparos fatales?

LA SEGUNDA MUERTE DE SAJIDA

La respuesta del Estado jordano al vil asesinato de Moaz Al-Kasasbeh tampoco ha sido edificante. El ajusticiamiento de dos terroristas prisioneros parece un acto crudo de venganza, por la manera en que se ha efectuado la decisión. Los crímenes de los dos detenidos y sus condenas a muerte no avalan una celeridad justiciera semejante. Sólo la necesidad de aplacar la sed de venganza de una población, a la que previamente se había movilizado para conseguir la liberación del rehén, puede explicar una conducta tan impropia en un Estado de Derecho. Se trataba, en definitiva, de “hacer temblar la tierra” (términos oficiales), de “sacrificar”, ojo por ojo, a unos presos asimilados al verdugos enemigo.

Uno de los terroristas precipitadamente ajusticiados tras la salvajada sufrida por el piloto jordano es Sajida Rishawi, una mujer iraquí de 46 años, a la que no se atribuye militancia islamista ni ideología. Sólo el impulso primario de venganza de una mujer agraviada (1).

En realidad, Sajida había muerto, de alguna manera, hace más de diez años, cuando su primer marido y tres de sus hermanos perecieron en enfrentamientos con el ejército de los Estados Unidos en su provincia natal de Anbar. Muertos que nunca vimos, como a tantos otros, victimas de una guerra evitable.

En respuesta a esta pérdida desgarradora, la viuda se impuso el deber fatídico de la venganza y, en noviembre de 2005, encontró una forma implacable de cumplir su designio. En compañía de su segundo esposo, éste si un activo colaborador de Al Qaeda, se cubrió el pecho de explosivos y se preparó para inmolarse durante la celebración de una boda en Amman, la capital jordana. Las bombas de su esposo explotaron, pero no las suyas. Sajida fue detenida por la policía jordana. El ISIS decidió cambiar el objeto del chantaje al Estado jordano y en vez de dinero, reclamó el canje del piloto jordano por la “terrorista accidental” y otro preso islamista iraquí. Ahora, los tres están muertos.

VERDUGOS AMIGOS

Otra muerte ha pasado más desapercibida para los medios occidentales, la de Shaimaa Sabbagh, una poeta y activista de derechos humanos egipcia, que fue abatida a tiros el 24 de enero, en una calle de El Cairo,  cuando se disponía a depositar una corona de flores en memoria por las víctimas de la revolución de 2011 contra la dictadura de Mubarak.

Un fotógrafo de Reuters captó el momento en que Shaimaa era alcanzada por las balas y también la secuencia posterior, cuando uno de sus compañeros alcanzó a sujetarla antes de caer al suelo (2). Aún no han sido identificados los autores de los disparos. Las organizaciones cívicas y parte de la oposición responsabilizan a la policía. Pero las fuerzas de seguridad y el gobierno controlado por los militares se han desentendido de la acción criminal. En un gesto de cinismo supremo, el General-Presidente Al Sisi ha manifestado que siente a Shaimaa “como si fuera su hija”. Para cerrar el círculo de un hipócrita e insostenible discurso de la conspiración permanente, las autoridades trataron de atribuir el crimen a los Hermanos Musulmanes.

Seguramente, nunca se sabrá quién mató a la poeta egipcia, pero si sabemos quiénes son los responsables de otros cientos, miles de egipcios asesinados por no aceptar la narrativa del golpe militar. Esos verdugos son “amigos”, de ahí que reciban un cierto amparo, como que se permita a alguno de sus representantes desfilar por las calles de París, en protesta por el asesinato de los dibujantes satíricos franceses. Otra ironía mediática.

Las fotos de la muerte de Shaimaa no han generado el mismo apetito “noticioso” que las del piloto jordano o las anteriores víctimas de los verdugos enemigos. No hay, seguramente, un móvil político o ideológico en esta discriminación de barbaridades en directo. Se trata más bien de una narrativa que condiciona el discurso de los medios sobre el terrorismo y, en particular, sobre el terrorismo islamista. La crueldad espantosa de los ‘califales’ está encuadrada en la columna de los “malos” o “malísimos”, aplicable a los taliban afganos o pakistaníes.

Sin embargo, las muertes que a diario se amontonan en muchas calles, callejones y caminos del mundo islámico, a manos de uniformados, bandoleros a sueldo o funcionarios oscuros reciben un tratamiento mitigado, como si hubiera un barómetro tácito de la crueldad. Lo mismo ocurre con esas muertes silentes que alimentan la revancha de miles de sabijas: asesinatos teledirigidos, quirúrgicos o ‘limpios’, protegidos de la sanción moral de los medios.

(1)“All-but-forgotten prisoner in Jordan is at center of swap demand by ISIS”, NEW YORK TIMES, 28 enero.
(2)http://www.nytimes.com/2015/02/04/world/middleeast/shaimaa-el-sabbagh-tahrir-square-killing-angers-egyptians.html?_r=0
https://twitter.com/s_elwardany/status/559023618827763712

Horrores mediáticos y muertes silentes