jueves. 28.03.2024

Un día gris en América

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Se ha consumado el traspaso de poder en Washington. Donald Trump ha jurado como el 45º Presidente de los Estados Unidos, en un día grís, de cielos cubiertos, corazones encogidos, el mall central de la ciudad con más claros que en ocasiones precedentes y un ambiente de expectativa e incertidumbre.

El primer discurso de Trump como Presidente ha sido un extracto de su oratoria electoral, que puede resumirse en cuatro conceptos fundamentales: populismo, patriotismo, nacionalismo y providencialismo. El paradigma del momento político en auge en todo el mundo.

POPULISMO

El populismo ha inspirado sus primeras palabras al frente del país más poderoso de la Tierra. “Hoy no sólo estamos transfiriendo el poder de una administración a otra, de un partido a otro, estamos devolviendo el poder de Washington a vosotros”, ha dicho.

“Vosotros”, o “the people”, el pueblo, la gente, o “the nation”, la nación. Trump ha apelado continuamente a la brecha entre el poder y la gente, el “establishment”, la élite (aquí,  la casta) “se protege a sí misma, pero no protege a los ciudadanos de nuestro país”. Es el asunto sobre el que construyó el inicio de su carrera como candidato. Lo ha recuperado en el día uno de su mandato, como un imperativo prioritario: “el cambio empieza aquí y ahora, porque este momento os pertenece a todos vosotros”. No un cambio cualquiera: “un cambio como no se ha visto otro antes”, ha sentenciado el nunca modesto Trump.

De todas sus promesas de Trump, ésta parece una de las más difusas y esquivas. Trump arremetía contra la élite en presencia de la élite, rodeado de sus exponentes más provectos. De alguna forma, les ha llamado usurpadores: “El pueblo volverá a gobernar este país de nuevo”, ha dicho. Establecer un antes y un después, con él como factor divisorio es como trazar una raya en la arena de la playa. El oleaje político no tardará en borrarla. 

Las otras promesas populistas tienen que ver con la reconstrucción del país, la recuperación de la prosperidad. barrios seguros, trabajos decentes, mejores carreteras y vías de ferrocarril, más puentes, puertos y aeropuertos. “La masacre que ha sufrido el país en los últimos tiempos acaba aquí”, ha dicho, en referencia al atraso en infraestructura y a la pérdida de puestos de trabajo. Trump ha prometido otra vez un país nuevo, un país más grande y más fuerte, levantado o reconstruido con “manos americanas”. La marca América enlaza al pueblo con su nacional, al populismo con el nacionalismo.

NACIONALISMO

Trump, más diplomático que en sus agresivos discursos de campaña, no se ha desprendido, empero, de la soflama nacionalista. “Desde hoy, una nueva visión gobernará nuestro país. América, primero, América, primero”, ha proclamado. “Cualquier decisión sobre comercio, sobre impuestos, sobre inmigración se hará en beneficio de los americanos”, ha añadido.

Ha sido condescendiente con el resto de los países. Incluso ha parecido evocar a Reagan cuando ha dicho que no impondrá el modelo americano a nadie. Ha prometido amistad y buena voluntad a los demás, pero bajo el claro concepto del derecho que cada cual tiene a poner sus intereses por delante.

Frente al mundo exterior, ha señalado claramente al principal enemigo (sólo ha mencionado) uno, nada de fórmulas contenidas o prudentes: “uniremos al mundo civilizado contra el terrorismo del Islam radical hasta hacerlo desaparecer de la faz de la tierra”.

Ni una referencia concreta más a cómo serán las relaciones exteriores de su presidencia. Un silencio significativo y atronador. ¿Para qué?, podría preguntarse. Después de todo, en sus propias palabras, “cuando América está unida, es imparable”.

PATRIOTISMO

Trump ha ido enardeciendo su discurso en el tramo final, a lomos de un patriotismo convencional, casi tópico. “Cuando abrimos nuestro corazón a los demás, no hay espacio para fisuras”, ha sido uno de sus principales esfuerzos “poéticos”.

“Blancos, negros o marrones, todos derramamos la misma sangre roja de los patriotas”, ha proclamado envuelto ya en la bandera e inspirado por el sacrificio de los soldados.

Asuntos recurrentes no sólo de Estados Unidos, sino de cualquier arsenal retórico nacionalista que se precie. La patria como refugio (“No tengáis miedo. Estamos protegidos y estaremos protegidos”). La patria como promesa (“Ha llegado la hora de la acción. No permitamos a nadie decir que algo no se puede hacer”). Ecos kennedyanos. O el optimismo tradicional del relato americano, donde todo es posible, nada está negado desde un principio.

PROVIDENCIALISMO

Y todo ello, claro, con la ayuda de Dios. Después de todo, América es tierra elegida, tierra de promesa y destino. Una nación con una misión universal. “Estaremos protegidos por nuestros policías y nuestros soldados. Y estaremos protegidos por Dios”.

El tono final del discurso ha estado impregnado de esta retórica grandilocuente del destino manifiesto, de la aceptación optimista de todos los desafíos, de la voluntad de prevalecer, del poder de la confianza frente a la resignación o el temor al fracaso. Porque América es tierra bendecida.

SE ACABÓ EL SHOCK

En definitiva, un discurso que ha combinado el mensaje demagógico de la campaña con la exigencia solemne del momento inaugural. Una oportunidad perdida más para saber cómo será este inquietante experimento político, al que hay que prestar una atención inteligente, pero no obsesiva. Como decía hace unas semanas Rosa Brooks, una comentarista sagaz: ya ha pasado el tiempo de las lamentaciones. Se acabó el shock. Trump es el cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos, el amo formal del mundo, si se quiere. A los demás nos queda la tarea de permanecer vigilantes, denunciar sus excesos, combatir sus políticas perniciosas: en fin, de ejercer el papel irrenunciable de ciudadanía.

“La democracia se protege cada día”. Esta cita final no es de Trump, sino de otro presidente, el saliente, Barack Obama, a quién, con todos sus errores, echaremos de menos.

Un día gris en América