viernes. 19.04.2024

Poder judicial, ¿división de funciones o unidad de mando?

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La crisis metastatizada que sufre el régimen político español ha sufrido, no sólo en el caso catalán sino también en el ámbito social y político

Tomás Moulian afirmaba que “los momentos reaccionarios de la Historia son aquellos en los cuales los proyectos de historicidad no son plausibles, ni verosímiles, ni aparecen conectados con el sentido común. En que la idea misma de transformación toma la forma de un sueño imposible”. Es un tiempo pedestre de privatización del pensamiento y sociedad distante que se configura en la banalización de la política. Y España en cuestiones reaccionarias siempre se ha caracterizado por representar una exageración y un esperpento, una realidad que no es sino el reflejo de un espejo cóncavo de feria. En cualquier ámbito en que la vida pública se presenta en su formato polémico, y la política sólo lo puede existir en esa dimensión controvertida, aparece un zafio sentido común para ordenarnos la sinrazón intrínseca de los hechos, como la pomposa racionalidad, de la que nos advertía Marcuse, que propaga la eficacia y el crecimiento y que es en sí misma irracional.

La crisis metastatizada que sufre el régimen político español ha sufrido, no sólo en el caso catalán sino también en el ámbito social y político, un salto cualitativo en relación con los vicios latentes que condicionan y ponen límites a la arquitectura institucional que lo constituye, demasiado incardinada al déficit democrático y el orden oligárquico como sustantivos de sus orígenes fundacionales. En este contexto, se está produciendo una relectura de las reglas del juego por parte del Tribunal Supremo y la Audiencia Nacional, con afectación a la manera de interpretar los derechos y las libertades.  El poder judicial toma el mando. Ello ha supuesto el exilio y el repudio de la política como instrumento de convivencia y vertebradora de la centralidad de la ciudadanía en términos democráticos. Y siendo esto grave, lo es más aún que tal excepcionalidad sea nominada conceptualmente por el gobierno y la oposición en el resto del Estado como consolidación de la normalidad.

Sorprende el silencio de la izquierda y del liberalismo progresista respecto a esta transformación de hecho del sistema. Podemos debería estar alerta, porque va contra ellos y el PSOE puede quedar tan desnaturalizado, después de unas primarias que habían devuelto la ilusión y el entusiasmo a sus bases y votantes, que termine diluyéndose sin sujeto histórico referencial. Es una mala estrategia optar por una caliginosa transversalidad en lugar de rescatar los votos de izquierda que se han perdido por la indefinición ideológica. El ecosistema de poder que se está imponiendo como bunkerización de un régimen decadente, demanda una restricción de derechos y libertades y orillar el juego político a una cuestión de orden público y código penal lo que conlleva la abominación de cualquiera expresión de índole ideológica en busca de una uniformidad incompatible con la soberanía de la ciudadanía. Y esta normalidad es muy grave.

Poder judicial, ¿división de funciones o unidad de mando?