jueves. 28.03.2024

¡Pedro Sánchez al paredón!

Willy Brandt dixit: “Necesitamos, en el sentido de la propia responsabilidad y de la responsabilidad común, más democracia, no menos.”  Existe, por ello, un estímulo antidemocrático cuando ese sentido de la responsabilidad se volatiza en virtud del sesgo autoritario de conseguir unos objetivos políticos orillando el formato democrático de la vida pública y la misma política como forma dialéctica de poder.

La violenta radicalización verbalizada por la derecha contra el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, con gravísimas acusaciones que no se compadecen con la normalidad de un debate político ajustado al equilibrio y la racionalidad democrática, son un síntoma alarmante de que el conservadurismo patrio se ha desprendido, si alguna vez lo tuvo, del carácter democrático como esencia de los factores polémicos que propician los roles en el contexto del poder.

En este sentido, ¿quiénes son los sediciosos y los traidores a la democracia y la soberanía ciudadana?

Acusar a Pedro Sánchez nada menos que de traición y otros artificiales delitos no es un exceso verbal, es una concepción peligrosamente autoritaria de la vida pública donde el adversario político es convertido en enemigo de la nación y, como consecuencia, merecedor de un castigo penal, puesto que es un delincuente en un ritornello a esa vieja patria de buenos y malos españoles. Es la añeja concepción de todos los autoritarismos del mesianismo demoníaco en expresión de Fritz Stern, como instrumento para los grupos dirigentes que se encuentran en el extremo del espectro en cuanto a su dedicación a los intereses a corto plazo de reducidos sectores de poder y riqueza.

Ese discurso canalla de tratar al contrincante político como un malhechor es el final de la política y la muerte de la democracia, pues sitúa el debate de la vida pública en términos guerracivilistas de vencedores y vencidos, juzgadores y reos, verdugos y ajusticiados, donde el malestar ciudadano se sustancia en el nebloso espacio del orden público y la disidencia política en las puñetas definidoras del código penal.

Porque en el fondo, ¿qué mayor desprecio a la democracia se puede hacer sino despreciar y considerar sedicioso el voto ciudadano que no coincide con nuestros intereses o ideología? ¿Cómo puede considerarse traidor y sedicioso al presidente del Gobierno por intentar configurar una mayoría parlamentaria con dirigentes de grupos políticos no clandestinos ni subversivos sino elegidos democráticamente mediante el voto popular? En este sentido, ¿quiénes son los sediciosos y los traidores a la democracia y la soberanía ciudadana?

Esta fase de radicalización autoritaria del conservadurismo carpetovetónico encierra un peligro muy real para la convivencia democrática, que es lo que pretenden destruir. Los “guerreros abnegados”, según Noam Chomsky, usando la terminología de Thorstein Veblen, y sus políticas sirven a las personas sustanciales –minorías fácticas- y desdeñan o perjudican a la población subyacente –mayorías sociales- y las generaciones futuras. También pretenden aprovechar sus actuales oportunidades para institucionalizar sus políticas, de tal modo que no será tarea fácil reconstruir una sociedad más humana y democrática.

Siendo todo esto de suma gravedad, también hay espacio para lo bufo, como la llamada de los líderes derechistas a destacados dirigentes del PSOE, que se han significado por algunas extravagantes coincidencias con el conservadurismo recalcitrante, para que se posicionen en contra de su gobierno, la ejecutiva federal y, como consecuencia con la gran mayoría de afiliados. A estos dirigentes socialistas, a los que parece que lo que les estorba en su actividad política es el mismo socialismo, habría que recordarles la advertencia de Ortega y Gasset, cuando afirmaba que no hay nada más penoso en la vida pública que intentar hacer historia sin sentido histórico.

¡Pedro Sánchez al paredón!