jueves. 28.03.2024

Nacionalismo catalán: 'delenda est monarchia'

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Lo menos que podemos hacer, en servicio de algo, es comprenderlo, decía Ortega. Lo pernicioso es cuando esa comprensión no se produce porque se quiere imponer una falsa sustantividad a conveniencia de intereses que impugnan el espacio de lo real. En estos tiempos de trazo grueso, ostracismo del matiz y poca sensibilidad para la observación, es posible que las personas inatentas sean forzadas a obviar ciertas diferencias conceptuales que son oportunísimas para entender la realidad que nos rodea. En la novela distópica de Ray Bradbury, Fahrenheit 451, uno de los personajes es encarcelado por conducir despacio y fijarse en el paisaje. El problema catalán, en trance endémico por las múltiples diagnosis falaces de su etiología, tiene un factor constituyente que el Estado monárquico quiere sustituir por un relato que facilite una praxis limitadora del problema a una mera cuestión de orden público y criminalización de los actores soberanistas. El no al Estatut, el no al diálogo, el no a la reforma constitucional, nos ha llevado al laberinto sin salida en el que nos encontramos.

El llamado “procés” es la primera acción política rupturista con respecto al Estado de la Transición en un momento de crisis profunda del régimen del 78

La manera en la que el Estado español responde al soberanismo se compadece con el componente explícitamente antifranquista del proceso cismático catalán y sumariamente opuesto a la continuidad de las estructuras políticas que tienen su origen en el franquismo. El llamado “procés” es la primera acción política rupturista con respecto al Estado de la Transición en un momento de crisis profunda del régimen del 78. Este movimiento rupturista en Cataluña tiene su pulpa nutritiva en los reductos emocionales de resistencia mediante una iconografía e institucionalidad restaurada en su entidad histórica emancipadora que actúa ideológicamente en el imaginario colectivo y no como parte de un  proceso de adaptación a los requisitos fácticos de la continuidad estructural posfranquistas de poder a través del pacto de la transición. Cuando Franco murió la única parte del Estado que reivindica la legalidad republicana, de la institucionalidad republicana, es Cataluña y exige en las calles de manera masiva el reconocimiento del presidente de la Generalitat que estaba en el exilio.

En este contexto, se nos presenta un escenario históricamente insólito donde los partidos nacionalistas catalanes, solos ante la ruptura con el régimen del 78, por primera vez asumen un proyecto político no compartido con el resto de España. El pacto de la transición supuso la imposición unilateral de la rancia escolástica de un conservadurismo excluyente y autoritario que sólo concibe los problemas políticos en términos de orden público y que considera cualquier tipo de negociación o diálogo como debilidad, mientras patrimonializa el concepto de España. Como afirmó Manuel Azaña en el debate del Estatuto de Cataluña en las cortes republicanas: “Lo que no podemos admitir nosotros es que se identifique España con los harapos de la vida política española, caída ya en la miseria y en la hediondez, con los restos de regímenes abolidos, y que sin embargo, han pretendido y pretenden hacerse pasar por la más genuina representación del alma española.” 

Por su parte, la izquierda sólo es admitida en el régimen del 78 con la suficiente inmunodeficiencia ideológica como para asumir, con matices, el ecosistema conservador que preserva el poder real constituyente del Estado posfranquista. La izquierda española parece que está algo perdida en este conflicto. No termina de encontrar un discurso propio y a veces es difícil saber cuál es su proyecto de país. Es probable que la izquierda esté perdiendo una oportunidad para tomar la iniciativa.

Nacionalismo catalán: 'delenda est monarchia'