miércoles. 24.04.2024

Iván Redondo, el Merlín de Pedro Sánchez

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El corresponsal de la agencia de noticias norteamericana  Associated Press en el Berlín nazi, Louis P. Lochner, solía contar que el ministro de Propaganda, Joseph Goebbels​​, entretenía a las visitas pronunciando exaltados discursos, a favor de la monarquía, a favor de la república, a favor del nazismo o a favor del comunismo y al término de cada alocución, recordaba Lochner, uno se sentía irresistiblemente atraído por la causa que acababa de defender. Esta forma tan imaginativa de pasar las veladas era también una manera perversa de satirizar sobre la banalidad cínica de la propaganda adaptable a cualquier circunstancia desde la técnica de la hipocresía.

El ejercicio de oratoria impostada de Goebbels demostraba que se podía ser un mercenario ideológico y defender cualquier posición política con aparente convicción sin necesidad de creer en ella. El ínclito Emilio Romero, director falangista del diario “Pueblo”, solía decir con una fingida dignidad que él no se vendía, simplemente se alquilaba. Es el fin de la política y, como consecuencia, los elementos trascendentes que han de ser sustantivos en una sociedad vertebrada mediante valores y modelos ideológicos diferenciados donde la ciudadanía pueda elegir entre auténticas alternativas como reclamaba Norberto Bobbio.

La apelación de la cúpula del PSOE al apoyo implícito de C’s y PP a la investidura de Sánchez argumentado la abstención en su día del Partido Socialista para la continuidad en la Moncloa de Rajoy y que supuso la defenestración del mismo Sánchez de la secretaría general, es la vertebración del argumentario más farragoso que podía ponerse en práctica

En este contexto, los técnicos de comunicación o marketing en el ámbito de la política, deberían tener unos espacios de actuación conceptualmente muy reglados y definidos, es decir, mejorar la difusión del mensaje político, pero no estructurar la estrategia política y mucho menos definir la misma política partidaria. Sin embargo, el desmayo ideológico, el abandono del sujeto histórico y la falacia de la transversalidad han propiciado que las ideas se hayan sustituido por ocurrencias y los valores por prejuicios. La política, vacía de contenido, deviene entonces en gestualidad de "parvenu". El caso de Iván Redondo, rescatado por Sánchez de un magazine mañanero de televisión después de su despido en Génova, es paradigmático en esa sustitución de la política por las ocurrencias publicitarias. El amplio manejo político de Redondo, lo mismo en el PP de Monago que en el PSOE, supone una trivialización de la vida pública y del acto político rebajado al anuncio de la primavera en unos grandes almacenes.

Lo que ocurre es que el concepto de la no ideología es en sí mismo una ideología, que hoy, después de la severa crisis que vive el sistema, se intenta recomponer mediante una reafirmación de los roles de los llamados “partidos de Estado” y que se sustancia en una radicalización de la derecha, que en el contexto de la lógica del sistema, supone una asunción a valores superiores a los ideológicos, tomados éstos como artificiosos y ajenos a una realidad que es y debe ser irreversible. Y la apostasía de sí misma que realiza la izquierda cotidianamente asumiendo que el mayor obstáculo al proyecto de izquierdas es la ideología de izquierdas, como consecuencia de su absoluta subsidiaridad con un régimen de poder muy lejano a su natural sujeto histórico. Sólo queda una política de marketing comercial e imágenes, cuando los responsables del PSOE admiten a través de la praxis que su ideología no sólo no es capaz de transformar la realidad sino ni siquiera de interpretarla. Desechando "l’esprit est a gauche" que proclamaba Sartre, se ha pretendido que la realidad fuera como un "continuum" de marketing político semejo al maná del desierto, con sabor según pedido del paladar.

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Por todo ello, Iván redondo en las negociaciones para la configuración de un gobierno de coalición no podía actuar sino desde su propia extemporaneidad en el plano puramente político y, por consiguiente, en un contexto de tergiversada dialéctica política mediante un tacticismo muy a corto plazo donde todo se concentra en placebos y epifenómenos sustitutivos de unos objetivos que al no ser ideológicos se fundamentan en la consecución de metas instrumentales con el apoyo de narrativas que enmascaran la finalidad última de la estrategia desplegada. ¿Cuál es en estos términos lo mollar del acto político? Pues nada más y nada menos que la vida pública como simulacro.

La apelación de la cúpula del PSOE al apoyo implícito de C’s y PP a la investidura de Sánchez argumentado la abstención en su día del Partido Socialista para la continuidad en la Moncloa de Rajoy y que supuso la defenestración del mismo Sánchez de la secretaría general, es la vertebración del argumentario más farragoso que podía ponerse en práctica, siempre buscando objetivos instrumentales y no ideológicos y sumariamente contraproducentes con la opinión mayoritaria de las bases y los electores.

Sin embargo, esta quiebra de la política en sí no es sino la reconversión de la vida pública en  espacios publicitarios donde la ciudadanía se convierte en simples consumidores de narraciones sustitutivas de la construcción de modelos sociales afines a una cosmovisión del mundo ideológicamente estructurada.

El régimen de poder en España ha desembocado en un universo de frustración. En este sistema y dado que la ausencia de finalidad social es la condición misma de su funcionamiento, el individuo queda reducido a simple instrumento de supervivencia y consumo.

Y ante eso, como escribía Michel Rocard  en "Questions à l’Etat socialiste", es necesario separar el análisis económico y sociológico para llegar a lo esencial, que es el poder, es decir, el análisis político. Y eso se consigue desde la ideología y  la voluntad de transformación, de forma que para los socialistas y todos los ciudadanos pueda llegar un día en que los años difíciles sean aquellos en los que vivieron con plenitud porque les dieron la oportunidad de empuñar sus vidas con audacia en lugar de obedecer consignas y someterse a una realidad injusta. Sólo a los grandes almacenes la publicidad trae la primavera.

Iván Redondo, el Merlín de Pedro Sánchez