miércoles. 24.04.2024

Fausto y la hipoteca de Antonio Hernando

Dicen que varios miembros del comité federal del PSOE que vivieron la tumultuosa reunión del 1 de octubre, escucharon hablar por teléfono con su mujer a Antonio Hernando en el garaje de Ferraz,  haciéndole esta pregunta: “si sigo con Pedro, ¿cómo vamos a pagar la hipoteca?” Escribía el corresponsal de la agencia de noticias norteamericana Associated Press en el Berlín nazi que Goebbels solía divertir a las visitas pronunciándoles discursos. En cada alocución defendía causas diferentes: a favor de la monarquía, de la República de Weimar, del comunismo, del nazismo y las visitas cada vez que terminaba un discurso se veían inclinadas a abrazar la causa última que había defendido. Es evidente que Antonio Hernando carece de esa habilidad retórica que por lo visto tenía el jefe de la propaganda nazi y su cambio repentino de discurso quedó muy deslucido aunque el pago de la hipoteca estuviera a salvo.

En el Fausto de Goethe el diablo hace una apuesta con Dios, afirmando que es capaz de conseguir que el espíritu de Fausto abandone sus elevadas aspiraciones y se conforme con cosas triviales. Sólo un Fausto mediocre, frívolo y sin universo simbólico propio puede situarse sin ningún ánimo transgresor en el mundo inauténtico de la  posverdad, de las mentiras verdaderas. Nada más frívolo que una época que se define a sí misma como lo posterior y falso: posmodernidad, posverdad, posdemocracia. Se poseen prejuicios para derogar los principios, astucia para suplantar a la inteligencia, ocurrencias al objeto de inhabilitar a las ideas. La nación se convierte en una marca comercial y todo lo demás, incluida la ciudadanía, en mercancías y su fetichización.

Si en la modernidad la historia la hacía el individuo mediante las ideas y los imperativos fuertes, en la posmodernidad el individuo, abolida la historia y las narraciones, se pierde en la incertidumbre de su propia inautenticidad. Todos los instrumentos emancipadores se han sustituido por groseras imposturas. Los destrozos generados por las políticas conservadoras y los dueños de las finanzas pueden ser irreparables para el Estado democrático, singularmente en el caso español, donde el miedo y los instrumentos del miedo han separado a la sociedad de las condiciones reales de las cuales surgió mediante la simple fantasmagoría de sumergir la realidad de España como país en un continuo proceso de reemplazo hasta llegar a la suplantación. Los políticos de la derecha están poniendo el Estado al servicio de sus amigos, de banqueros y especuladores. Esta reprivatización de lo público a favor de los poderes económicos organizados, supone desactivar el conocimiento racional de los hechos y el respeto a una cultura de participación ciudadana para utilizar la democracia nominal como una herramienta para mantener sus intereses. Con sus actuaciones, esos gobernantes han quebrantado una parte sustancial de la tradición democrática, aquella que siempre puso el Estado al servicio de los ciudadanos y no en manos sólo de los amos del capital.

En este maltrecho contexto para las mayorías sociales, la izquierda se presenta como un silencio que acaba definiéndola. La asunción por parte del Partido Socialista, en una deriva generada por liderazgos muy pobres política e intelectualmente, de los planteamientos conservadores históricamente más retardatarios en el ámbito de los graves problemas que soporta la nación, generados o agravados por la propia retórica ideológica de la derecha, y que le ha costado al PSOE la quiebra de su propia función identitaria en la sociedad, conlleva una hegemonía conservadora en cualquier formato polémico en que se plantee el debate público que puede intuirse de muy largo trecho en el tiempo y en la sedimentación cultural.

La incapacidad de construir modelos alternativos, la desorientación ideológica, la falta de sujeto histórico, la sustitución del debate de ideas por las maniobras conspiratorias por ambiciones personales, han viviseccionado del PSOE la inteligencia de gestionar la necesidad de transformación social y el malestar ciudadano que producen las políticas de derechas. Esa es la auténtica hipoteca del socialismo español y no la de Antonio Hernando.

Fausto y la hipoteca de Antonio Hernando