sábado. 20.04.2024

¿Están los políticos españoles a la altura de los problemas de la nación?

R.Casas y S.Rusiñol, “Retratándose” (1890) |En Retratándose contemplamos una pintura especial, la única firmada por ambos, en la que se retratan el uno al otro como símbolo de su amistad.

Nos los recordaba Álvaro Cunqueiro, como se sabe, estuvo a punto de ser escrita en catalán la Divina Comedia, y no lo fue por razones políticas y temporales: a sus enemigos toscanos los puso Dante en toscano en el infierno. De todas formas, están los tercetos catalanes de la comedia inolvidable. Dante se encuentra en el Purgatorio a Arnaldo Daniel, uno de los grandes trovadores, y pregunta quién es: “Io so Arnau que plor i vai cantán. Considerós la pasada folor…”

Si el Dante hubiera escrito en catalán la Divina Comedia, concluye el escritor de Mondoñedo, nadie hubiera podido evitar una Cataluña independiente y soberana.

Como Portugal no hubiera sido nunca la nación independiente que es sin Los lusiadas (en portugués: Os Lusíadas), una epopeya en verso escrita por Luis de Camoês. Es una obra maestra de la literatura en portugués. Se publicó en 1572, tres años después del regreso del autor de Oriente. Se compone de diez cantos de tamaño variable dividido en octavas reales. Se la considera una de las mejores epopeyas de épica culta del Renacimiento.[ Lusiadas significa "los hijos de Luso". Según la leyenda, los portugueses descienden de Luso, hijo del dios Baco, que conquistó por las armas el territorio que después será Lusitania, o sea, Portugal. La palabra fue creada por el humanista André de Resende, y Camôes la empleó por primera vez en lengua portuguesa. Este nombre colectivo indica claramente que el sujeto épico del poema no es un hombre concreto, sino el pueblo portugués, lo que supone la consolidación definitiva de los elementos culturales identitarios en el imaginario colectivo luso.

Son ejemplos que nos marcan una dirección inconcusa: el peso de la cultura en el destino de los pueblos y en la idiosincrasia de su genio nacional. Es en los períodos decadentes cuando la política que define la pulpa nutritiva de la vida pública carece de los resortes culturales e intelectuales que conforman Estados vivos y dinámicos La crisis metastatizada que padece el régimen político español ha sufrido, no sólo en el caso catalán sino también en el ámbito social y político, un salto cualitativo en relación con los vicios latentes que condicionan y ponen límites a la arquitectura institucional que lo constituye, demasiado incardinada al déficit democrático y el orden oligárquico como sustantivos de sus orígenes fundacionales.

Intentar seguir la corriente decadente del régimen de la Transición superado el bipartidismo y la alternancia, es suicida; para procurar un gran cambio que oxigene la vida pública y plantee los problemas políticos y culturales en los espacios adecuados es necesario responder al siguiente interrogante: ¿están los políticos españoles a la altura de los problemas de la nación? Veremos

Vivimos un trance de fin de régimen semejo al de la sociedad borgoñona del cuatrocientos que padeció un pesimismo y una melancolía en gordo por el convencimiento de que la caballería y la idiosincrasia caballeresca, fuera de los convencionalismos cortesanos, estaban en contradicción con las realidades de la vida. Cuando cae el cortinaje de las narraciones que mantenían la fabulación de un régimen político, las contradicciones anegan la vida pública de posverdad.

Las limitaciones estructurales que impuso la Transición posfranquista se sustanciaban en la vertebración de una tímida democracia con un régimen de alternancia en el gobierno, que evitara alternativas reales a unas políticas balsámicas con los poderes fácticos. Para ello, la izquierda tuvo que despojarse de todo aquello que le daba sentido a su posición y función en la sociedad. La renuncia al pensamiento crítico, a la aportación intelectual en la construcción de modelos sociales de democracia avanzada e ideológicamente de progreso junto al alejamiento del mundo del trabajo, configuraron unos partidos burocráticos, desideologizados, sin sujeto histórico y manejados por funcionarios administrativos para los cuales la política se convierte en un medio de vida sujeto a las peripecias del cabildeo cuando no de la intriga.

El régimen del 78 dio continuidad a todos los prejuicios culturales que anidaron en los años de caudillaje para aplicar una escolástica uniformadora que impidiera cualquier corriente rupturista impulsada por el pensamiento crítico. El soberanismo catalán ha sido, ante el agotamiento del régimen de la Transición, el primer movimiento político y cultural que ha optado abiertamente por la ruptura con la monarquía. Ante ello, y anatematizada la intelectualidad y la cultura del pulso político, sumido en la mediocridad del marketing sobreactuado y la propaganda sin imaginación, el Estado desiste de la política y pone todo el acento en el aplastamiento del disidente.

No siempre fue así en nuestro país, entre los intelectuales catalanes y castellanos se mantuvieron estrechos lazos desde fines del siglo XIX hasta el estallido de la Guerra Civil. El interés por conocerse unos y otros fue la nota dominante durante esas décadas, sin que la lengua significase barrera alguna. Miguel de Unamuno sostenía que cualquier español culto debía leer catalán. En 1906, Marcelino Menéndez Pelayo fue presidente honorario del Primer Congrés Internacional de la Llengua Catalana. Los pintores catalanes acudían a las Exposiciones Generales de Bellas Artes que se celebraban en Madrid. Santiago Rusiñol y Ramon Casas participaban en las tertulias madrileñas de los modernistas y de la Generación del 98. En ellas se pergeñaban revistas en las que escribían castellanos y catalanes, es el caso de Arte Joven, que nació en Madrid y se trasladó a Barcelona, manteniendo los colaboradores de ambas ciudades con toda normalidad. Cuando la dictadura de Primo de Rivera legisló contra el uso del catalán, en 1924, varias decenas de intelectuales y ateneístas castellanos firmaron un manifiesto en defensa de la lengua catalana; seis años después, un grupo de los firmantes fue recibido por una multitud en Barcelona. Igual recibimiento le fue dado a Manuel Azaña cuando les llevó a los catalanes el Estatuto de 1932 que tenía como fin, según Azaña, que los catalanes, como todos los españoles, estuvieran a gusto dentro de su Estado.

En el fondo, el caso catalán es un problema cultural, sin intención de plantearlo en términos políticos por un régimen de poder agotado. A ello hay que unir las agresiones sufridas por el mundo del trabajo, la depauperación sistemática de las clases populares, la creciente desigualdad sin parangón en la UE, suplantación oligárquica de la voluntad popular, la degradación de los derechos y libertades cívicas,

Sin espacio político para los intelectuales, concibiendo la cultura como ornamento decorativo en los gobiernos –sólo hay que repasar a quienes se nombra como ministros del ramo-, con un régimen en un ciclo terminal, el nuevo gobierno tendrá ante sí problemas de una envergadura extraordinaria con pocos instrumentos intelectuales y políticos para solventarlos. Intentar seguir la corriente decadente del régimen de la Transición superado el bipartidismo y la alternancia, es suicida; para procurar un gran cambio que oxigene la vida pública y plantee los problemas políticos y culturales en los espacios adecuados es necesario responder al siguiente interrogante: ¿están los políticos españoles a la altura de los problemas de la nación? Veremos.

¿Están los políticos españoles a la altura de los problemas de la nación?